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Diario YA


 

uno de los pilares fundamentales del teatro lírico contemporáneo

“Moisés y Arón”, de A. Schömberk

Luis de Haro Serrano

Cuatro años ha tardado en volver al Real esta magistral ópera de Arnold Schömberg, tras su presentación en versión de concierto el año 2012. Se trataba de un proyecto preparado por el Real, la Philarmonie de Berlín y los festivales de Lucerna y Estrasburgo realizado “In memoriam” del representante de la Comunidad judía de Madrid, Maurice Hatchelp Toledano, fallecido en aquella fecha

Tiene su precedente en Der Biblische Weg ("El camino de la Biblia", 1926-27) Una respuesta dramática al incremento de los movimientos antisemitas en Alemania después de 1848 y una expresión personalísima de su crisis de "identidad judía".

Concebida inicialmente en tres actos, dejó sin terminar la música del tercero. Es la ópera de mayor envergadura del autor, que lo es también del libreto, y un título clave para el conocimiento de su pensamiento artístico e ideológico.

La acción gira en torno a la teórica oposición que se produjo entre Moisés y Aarón sobre la forma de dar a conocer un nuevo Dios al pueblo judío: Moisés es el idealista, el intelectual, el del pensamiento puro, que más que cantar habla, usando el Sprechgesang, (una especie de declamación entonada que sirve para describir mejor al personaje) Aarón, en cambio, une la acción a la palabra.

Más que una auténtica ópera, puede considerarse como una obra sinfónico-coral, centrada en la reflexión y relación de estos dos opuestos personajes y por el auténtico significado de su historia, en la que Moisés considera que Dios es un concepto tan idealizado como invisible y, como tal, se encuentra más allá de la comprensión humana. A pesar de esa dificultad, hay que creer en Él porque es la pura verdad. La verdad absoluta.

Schömberg plantea en ella una cuestión sicológica importante; Moisés, en unas extrañas circunstancias, ha recibido el mandato de ese nuevo Dios que le encarga que libere al pueblo elegido, el israelita, de la tiranía egipcia. Para su realización Aarón adopta una postura diferente que le lleva a un planteamiento más práctico; los supersticiosos israelitas necesitan manifestaciones concretas del favor divino antes de decidirse a seguir el camino marcado por Moisés. Supone una escenificación del contraste que se produce entre la utopía y la realidad, el ideal y su sumisión a la palabra.

La trama general gira alrededor de las consecuencias que se derivan de ese clásico antagonismo que se produce entre la religión del pueblo (que suele tener una tendencia a la desconfianza) y la verdad, desnuda y pura, que puede desembocar en una peligrosa idolatrización del concepto.

La fuerte personalidad de Moisés ha sido abordada por numerosas celebridades de casi todos los campos del arte. En el apartado musical Rossini y Schömberg fueron los únicos autores que lo llevaron a la ópera. Todas las referencias a este gran personaje han sido siempre tratadas bajo perspectivas muy personales. El propio Schömberg habló así de su inacabada obra: “Mi Moisés se asemeja al de Miguel Ángel… No es humano en absoluto.”

Musicalmente, Schömberg utiliza una amplia serie de configuraciones de aire dodecafónico y atonal realizadas con auténtico rigor, tanto que le quitó una “a” al nombre de Aarón para que el título general en alemán no pasara de doce letras, el mismo número de notas que tiene el sistema dodecafónico creado por él. Además de plasmar en ella su nuevo estilo, se apoya en las técnicas del contrapunto y la fuga, sin olvidar sus numerosos recursos polifónicos.

Una de las grandes preocupaciones del compositor fue la preparación del resolutivo tercer acto –cargado de significado y contenido- Así se lo transmitió en 1932 a su gran amigo y también compositor, Antón Weber.

El primer estreno escenificado se celebró el 6 de junio de 1957 en el Stadttheater de Zurich.

El libreto, se basa en los capítulos, 3, 4, 7 y 32 del Éxodo, contemplados con una idea completamente personal, que resulta de capital importancia para entender el verdadero significado de la obra. Finalizado en 1928 no lo consideró definitivo hasta que terminó la partitura. A pesar de esta diferencia de tiempo en su concepción general, ambas partes forman un solo cuerpo que se refleja plenamente en la unidad de su semántica y sintaxis, en los demás sonidos y en el resto de los complejos elementos tonales utilizados que configuran las líneas estéticas de la historia de la ópera, el oratorio o la cantata, estructurados de tal forma, según comenta el crítico García del Busto, que atrapan al oyente desde sus primeros compases.

Reflejar escénicamente de la forma más teatral posible las irracionales ideas del libreto, dotadas de un significado que golpea la sinergia de la imagen, que lleva hasta extremos el valor que en ella se le da a la palabra. Un concepto que le hace exclamar a Moisés : “¡Oh, palabra, tu, palabra, que me faltas”. Significativa frase que aparece en la obra para resaltar, por encima de todo, su valor.

Castellucci, como director de escena, escenógrafo, iluminador y figurinista, ha diseñado una puesta en escena tal vez demasiado llamativa y movida. Considera que esta obra tendría un mayor significado de haber podido concluirla íntegramente. Para él, en ese tercer acto, debía producirse el diálogo entre los dos hermanos, retenidos o prisioneros de los setenta ancianos del pueblo israelita, místico pero repleto de humanismo que aclararía la razón de la ausencia de Moisés durante 40 días vagando por el desierto hablando solo con ese Dios dotado de unas características tan especiales, convertidas en el símbolo que a él tanto le apasionó y que, al final, le conducen a su derrota personal.

Tras el sacrificio de las cuatro doncellas estaba previsto que culminara con la adoración del becerro de oro, desembocando finalmente en una orgía de sangre y lujuria.

La partitura presenta a Arón acompañado siempre de una música melódica e intimista, mientras que el Coro actúa como un intermediario místico con naturaleza humana que trata de responder a las numerosas preguntas que continuamente se hace el pueblo acerca de qué dioses tienen más poder, si el de los de los faraones o el que le presenta Moisés.

Equipo artístico

Este título escenificado sube por primera vez al escenario del Real con una coproducción propia realizada en colaboración con la Ópera Nacional de París y una visión escénica muy vanguardista diseñada por Castellucci, tan inteligente como discutible, que tiene como principal preocupación trasladar fielmente a la escena ese debate metafísico con el que Schomberg ha concebido su monumental obra.

Últimamente el aficionado está siendo testigo de la presentación de una serie de veleidades sin límite de algunos directores de escena que sobrepasan el campo de la lógica y el sentido común, que le llevan a preguntarse muy seriamente; ¿Está todo permitido en la ficción? ¿Debe tener límites la teatralidad con que algunos profesionales conciben un trabajo tan específico?

El espectador del Real ha asistido recientemente a la presentación de títulos muy concretos que, sin dejar de ser realistas o atrevidos, le han llenado de dudas sobre la oportunidad del planteamiento escénico dado a obras tan conocidas y admiradas como “Tristán e Isolda”, “Lohengrin” o “La flauta mágica”. Simples citas que sirven para salpicar este siempre discutido debate en el que con demasiada frecuencia se ve atrapado el aficionado. Cuestión que adquiere actualidad con motivo del trabajo diseñado por el italiano Romeo Castellucci para dar vida a la nada fácil pero si exquisita obra de Schomberg, con el que trata de dar respuestas inteligentes a la postura del pueblo judío que se mueve entre las ideas que para él representan la Verdad y las que propugna Arón sobre un Dios que no es el bíblico –hay que dejarlo claro- sino el que el compositor y libretista se ha imaginado, al que Castellucci trata de dar respuesta escénica centrándose más en la fuerza y el valor de la palabra y no en el de la acción, que podría derivarse de la conducta del pueblo de Israel, que camina sin parar a través de la soledad del desierto lejano, ofreciendo detalles alegóricos sorprendentes como - tal vez el más llamativo- la presencia del toro charolés “Easy Rider”, con sus siete años de vida , 1.500 kg. de peso y 22.000 euros de coste, Un elemento que le parece necesario e imprescindible para enfatizar el éxodo judío, cuyo debate sicológico se centra en el enfrentamiento de las ideas, las imágenes o la acción, materializado en el paulatino y laborioso cambio de la indumentaria blanca por la negra, como, hipotéticamente, se torna el alma al no seguir las ideas defendidas por Moisés, abandonándosese a la seducción que proporcionan el oro y la lujuria.

Para la adaptación a la música de un texto tan sensible, que corre paralelo a la excelente melodía del compositor, no hay otro camino que actuar como cuando uno se mira en el espejo. Es la alternativa que Castellucci ofrece por considerarla como la más práctica al adaptarse mejor a este viejo proyecto del Real que se remonta, nada menos, que a los tiempos del fallecido director musical, García Navarro, con el que también soñó el exdirector artístico Antonio Moral.

Excelente la versión musical de Lothar Koenigs al que se ha unido la magnífica actuación de la Orquesta y el Coro titulares del Real, excelente en sus dos facetas, coral y escénica y los intérpretes vocales Albert Dhomen (Moisés), John Graham_Hall (Arón) y el resto del elenco. Todos han contribuido para que esta versión resulte tan lucida y pueda ser recordada como una de las puestas en escena más llamativas de las últimas temporadas.