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Diario YA


 

La exhibición de ordinariez de Daniel Mateo ante las pantallas de televisión cuenta con numerosos precedentes de igual calaña

…Y, SI HABLA MAL DE ESPAÑA, ES ESPAÑOL

Manuel Parra Celaya
    La exhibición de ordinariez de Daniel Mateo ante las pantallas de televisión cuenta con numerosos precedentes de igual calaña, incluso anteriores al caso Rufianes, y casi todos se han saldado apelando a la libertad de expresión, que, como sabemos, tiene dos varas distintas de medición.
    Por deformación profesional, me ha llevado a recordar aquellos versos de Joaquín María Bartrina, tan conocidos: Oyendo hablar a un hombre, fácil es / acertar dónde vio la luz del sol; / si os alaba a Inglaterra, será inglés, / si os habla mal de Prusia, es un francés, / y, si habla mal de España, es español.
    El poeta reusense manifestaba de este modo, durante la I Restauración, su escepticismo ante el patriotismo de los españoles, como también lo haría con respecto a otros temas, como el amor o el progreso; Guillermo Díaz-Plaja lo denomina el poeta de la duda, pero, para mí, viene a ser un adelantado de esa modernidad líquida que tan bien describe Bauman y que ha estallado en España precisamente durante una II Restauración.
    Los regímenes políticos occidentales responden todos a un mismo patrón en casi todos los temas, quién lo duda; estamos homologados de hoz y de coz casi en todo, pero no en lo tocante al sentido patriótico, que aquí se suele ver, desde lo políticamente correcto, como una rareza; compárese, sin ir más lejos, nuestra situación con la percepción que tienen las naciones vecinas con respecto a sus símbolos nacionales.
    O, a lo mejor, Bartrina se quería referir a otra cosa: a la capacidad crítica de los españoles de su tiempo con referencia a su marco político y constitucional concreto; esa capacidad desemboca fácilmente en la mala uva o en el humor. Sobre esto último, hemos perdido mucho los ciudadanos de hoy en día: durante el anterior régimen, proliferaban los chistes sobre Franco (dicen que el General pedía que se los contaran en privado y se reía mucho con ellos), y, en el régimen actual, que uno recuerde, solo el 23F y aquel inefable ministro Morán dieron pábulo a las chanzas; a lo mejor, el momento presente, por lo que tiene de tragicomedia, también hace desarrollar ese humor ácido de los españoles, pero, por lo demás, todo es gravedad y crispación, y no es para menos.
    Si la intención de aquel poeta del XIX era poner de manifiesto la crítica del español ante los problemas de su patria en su tiempo, incluso podríamos sacar una provechosa lección de sus escépticas rimas. Lo malo es que me temo que los casos como el de Daniel Mateo no van en esa dirección: no se trata de manifestar una censura o una indiferencia hacia lo que, por naturaleza (y a Dios gracias) es coyuntural, sino que su tremenda ruindad es un ataque frontal a la propia consideración del patriotismo como valor y al ser de España, como patria común de todos los españoles, por encima de partidos, ideologías, gobiernos y regímenes. Por esa razón, esa actitud en absolutamente detestable, además de por su vulgaridad y zafiedad, cualidades que quedaron suficientemente de manifiesto.
    Como bien dice el pedagogo Gregorio Luri, en España no existe ninguna pedagogía del patriotismo (…). Algunos quisieran ser otra cosa, incluso cualquier cosa antes que españoles. Otros solo son españoles en la intimidad. La mayoría lo es, pero no ejerce. O ejerce solamente d manera depresiva. Claro que estas palabras fueron escritas antes de que la eclosión del separatismo despertara en muchos españoles la vena oculta de su patriotismo, y esa intimidad se volcara en manifestaciones de cara al exterior.
    Uno opina que el patriotismo más exacto es inseparable de un agudo espíritu crítico, que no tiene por qué ser depresivo, sino todo lo contrario. Existe un patriotismo fácil, que es el que llamo el del aplauso, consistente en entusiasmarse ante las hazañas del pasado, ante los referentes simbólicos del presente o en la ponderación de los éxitos concretos de determinados conciudadanos en sus respectivas esferas, y bien está. Pero el más certero y difícil es el que está presidido por una crítica constructiva y un afán de superación de lo existente; un cuerpo puede sobrevivir aun en el transcurso de una grave enfermedad; pero el amor más profundo y la aspiración más lógica y natural es que recupere la salud y sea capaz de levantarse de su estado de postración.
    Esta forma de patriotismo crítico es el que sostuvieron en la historia las inteligencias más preclaras de patriotas; es el del dolor de España de Unamuno y el del amamos a España porque no nos gusta de José Antonio Primo de Rivera, no el del fervorín ocasional ante una fecha conmemorativa y, mucho menos, el del pesimismo canovista que murmuraba que era español el que no podía ser otra cosa, como dice Luri de muchos ciudadanos actuales.
    En todo caso, costará mucha pedagogía del patriotismo que los zotes, los zafios, los mediocres o los buscadores de notoriedad a toda costa sepan diferenciar entre los defectos de unas instituciones, de unas personas o de unos partidos y el valor permanente de la existencia de una construcción histórica de muchas generaciones a la que llamamos patria, a la que se puede y se debe amar y servir desde el amargo camino de la crítica.
 

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