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Premio Oscar Romero al esfuerzo por solucionar problema candente de niños de la calle

Acción Católica de Austria premia el trabajo con los más pobres del Padre Gabriel A. Mejía

Cristina Casals. Viena, 13 nov. Juan, uno de los niños que han comenzado una vida nueva en la Fundación Hogares Claret, figura en un cartel de los Hombres Católicos de Austria que el 15 de noviembre otorgan el Premio Oscar Romero al proyecto del Padre Gabriel A. Mejía para los niños de la calle en Colombia. Este niño, que ahora tiene 12 años, llegó hambriento, triste e intimidado, y ahora se le ve sonriente, feliz. Vivía en la calle desde los 6 años; su padre abandonó la familia cuando era un bebé, su madre se halla en prisión, pero Juan tiene suerte: Ha encontrado techo en la “Casa Alegría” de los Hogares Claret y puede ir al colegio.

El padre claretiano Gabriel Mejía y su Fundación Hogares Claret, con la ayuda de mucha gente solidaria, podrán construir la 50ª casa desde 1984 para los niños de la calle de Colombia.

El mundo nunca ha sido tan desigual, nunca ha habido tantos pobres como en la actualidad, y hay 100 millones de niños en las calles del mundo, de los que la mitad – 50 millones –viven en Latinoamérica, señaló en conferencia de prensa el Padre Gabriel, portador del Premio Reina Sofía de España, en vísperas del acto en el que se le entrega en Salzburgo el Premio dotado de 10.000 euros.

Según dijo, recibirá la condecoración, concedida por Acción Católica de Austria desde hace 50 años, en nombre de todos sus colaboradores de los Hogares Claret, más de 600 profesionales – médicos, psicólogos, pedagogos, asistentes sociales – así como otros tantos voluntarios, comprometidos en el trabajo para ofrecerles un hogar y combatir diversas patologías físicas y psíquicas que sufren los niños, tarados por su pasado.

La sociedad que genera los problemas, también debe generar la solución, explicó el Padre, en alusión a la difícil realidad, cada día más compleja, de la que vienen esos niños, y ante la cual es necesario reaccionar rápidamente, puesto que “más vale encender una luz, y no quejarse de la oscuridad”.

Esta realidad se caracteriza por la marginación de capas sociales cada vez más amplias y el desplazamiento de las familias del campo a las ciudades, que se ven obligadas a abandonar el campo y su casa por coacción de los grupos paramilitares.

Unos dos millones de niños a partir de los 5 ó 6 años tienen que trabajar en Colombia en el campo o en las minas para mantener a sus familias, más de 15.000 niños de 12 a 13 años están implicados en el conflicto armado y llegan a ser niños guerrilleros.

Muchos de los pequeños, forzados a trabajar a su corta edad, que sufren malos tratos y no ven perspectivas de obtener formación escolar ni se les da tiempo para jugar, para ser niños, se van de sus familias y llegan a parar en la calle, donde nuevamente son explotados en el trabajo y la prostitución.

El conflicto armado ha empeorado considerablemente la situación social de Colombia, añadió el Padre Mejía, pero las organizaciones no gubernamentales (ONG) prestan una ayuda enorme, donde el Estado no sabe, no quiere o no puede prestarla.

Hace unos 25 años, la Fundación Hogares Claret construyó su primer centro de protección para los niños de la calle, mientras tanto ha erigido 49 centros y tiene proyectada la casa número 50 en Neiva, Departamento de Huila, al sudoeste de Colombia.

Los Hogares Claret atienden a unos 3.000 niños, fenómeno que el Padre Mejía califica de “cascada de milagros”, puesto que ello significa dar a esos jóvenes techo y comida, terapia contra la drogadicción y estudios, y prepararlos para la vida, en parte en talleres propios, como una panadería o un taller de imprenta.

Todo ello, que constituye un presupuesto anual de unos 9 millones de dólares, halla su fundamento en la filosofía de los Hogares Claret, donde no hay policía ni guardias sino tan sólo educadores que se orientan en la pauta “Si no amas, no eduques”.

Los niños saben quién los quiere, y eso es lo decisivo, dice el Padre, para quien la experiencia de tantos años resulta “muy gratificante”: Ver cómo llegan, a una edad de 8 años, enfermos, drogadictos, maltratados, tímidos, y verlos años después: algunos han podido cursar estudios universitarios, y 250 de esos niños de antes trabajan ahora, ellos mismos, en los Hogares Claret.

El amor es el “medicamento imperial” contra la violencia que han sufrido los jóvenes, lo que más necesitan esos niños, “enfermos de amor”, es mucha acogida, subraya el claretiano.

El verdadero milagro es el de la gran solidaridad que ha hecho posible todo esto, el compromiso cristiano de gente que a veces se priva de algún pequeño “lujo” para poder hacer su contribución, señala el Padre.

Oscar Arnulfo Romero, el obispo que dio su vida en el altar, en defensa de la dignidad humana, la justicia y paz en Latinoamérica, sirve de gran ejemplo a esa obra social en Latinoamérica, y también es la figura modelo para los Hombres de Acción Católica de Austria.

El objetivo de los Hogares Claret no consiste en “institucionalizar” a los niños, no son hijos de la institución, advierte el Padre, sino que deben llegar a llevar su vida propia, aunque algunos no quieren abandonar la comunidad donde han tenido todo lo que necesitaban durante años. En lo posible deben sanear la relación con sus familias, por lo que la Fundación procura establecer puentes hacia los familiares.

Algunos no quieren abandonar la comunidad donde se los ha educado, aunque recientemente se ha podido instalar la Casa Egreso para aquellos que no pueden volver al ambiente familiar y, casi adultos, tienen que hallar por su cuenta su sitio en la sociedad.

El Padre Mejía subraya la fructuosa cooperación con las autoridades de su país, con alcaldes y gobernaciones, que ha llevado también a que se le haya encargado la labor en seis cárceles para jóvenes que deben ser reinsertados en la sociedad.

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