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Diario YA


 

Cuando hay autoridad, las leyes se cumplen, las tradiciones se respetan y existen la paz y el orden

Ante la desobediencia

Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter. Las fuerzas vivas de la entontecida sociedad que padecemos son contrarias al régimen franquista entre otras razones porque, en aquel tiempo, había autoridad. Cuando hay autoridad, las leyes se cumplen, las tradiciones se respetan y existen la paz y el orden. Y cuando alguien pretende saltarse esas reglas básicas de convivencia, hay un castigo inmediato.

El castigo, esto lo saben bien todos los padres, puede doler en el momento de ser aplicado, pero uno sabe que es la única manera de evitar que vuelva a producirse la desobediencia. Los constructores de la sociedad esquizofrénica en la que vivimos han declarado la guerra a la norma, porque sólo en la selva, en el desmadre, en la desobediencia, pueden ellos inocular sus contravalores y aniquilar cualquier rastro de la cultura cristiana.

Por eso hoy triunfa la desobediencia, por eso no se cumplen las leyes, y por eso casi nunca hay castigo para quienes cometen los delitos más graves. Los arquitectos del Nuevo Orden Mundial han conseguido todos sus objetivos. Lo mismo en Alsasua, donde la semana pasada agredieron a unos guardias civiles y ayer insultaron y amenazaron a víctimas de ETA, como en Cataluña, donde ya han anunciado que no van a cumplir la sentencia del TC que impide la prohibición de la fiesta de los toros.

Como en los alrededores del Congreso, donde dentro de un rato se manifestarán decenas de antisistema para protestar por la inminente investidura de Rajoy. En los tres casos que he citado, y en otros tantos que podría citar, lo que hay es un flagrante incumplimiento de las leyes, con chulería y bravuconería, y una ausencia absoluta de castigo o de consecuencias reales. La victoria social de la desobediencia es la derrota de la civilización.

La permisividad hacia la desobediencia nos conduce a todos al caos, a la violencia y a la guerra, a la autodestrucción. Por eso, sólo los irresponsables se jactan de ser desobedientes, especialmente si se trata de gobernantes o dirigentes políticos, como ocurre por desgracia en España. La alcaldesa de Barcelona, los presidentes de Cataluña y de Vascongadas, o incluso muchos diputados que se sientan a diario en el Congreso han hecho de la desobediencia la palabra principal de su discurso político.

Nosotros no echamos de menos ninguna dictadura. El autoritarismo perdió toda legitimidad por el mero paso de los años. Lo que sí echamos de menos y reivindicamos es una sociedad donde no se puedan incumplir las leyes sin que pase nada, donde unos energúmenos terroristas no puedan agredir o amenazar a gente de bien, y mucho menos a agentes de la autoridad. Donde una alcaldesa no pueda desafiar al más alto tribunal que nos hemos dado. Una sociedad donde los desobedientes sean estigmatizados por el resto de la ciudadanía, en vez de ser ellos los que nos marquen el paso. Nunca ha sido el mundo tan violento como lo es hoy.

Nunca ha habido tantas guerras ni tan crueles. Nunca ha estado España tan corrompida en su alma y en sus instituciones, donde pululan, con avidez de ratas salvajes, los siniestros jefecillos de la descomposición del Estado.

Hoy es todo un caos donde nadie pone orden, y donde el Gobierno, suponiendo que lo hubiera, no manda más que cualquier alcalde malhumorado. Hemos permitido que reine la desobediencia creyendo que es cosa de niños traviesos. Y no nos hemos dado cuenta de que, permitiendo eso, nos han empezado a robar las cosas más importantes que teníamos.

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