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Diario YA


 

LAICISTAS Y MALEDUCADOS

Arrancan de Barcelona las fiestas patronales de Nuestra Señora de la Merced

Manuel Parra Celaya. Han arrancado en mi ciudad de Barcelona las fiestas patronales de Nuestra Señora de la Merced, que el Ayuntamiento lleva años abreviando como Festes de la Mercè; no es ninguna novedad por estos lares, por cierto: la copatrona, Santa Eulalia, ha sido popularizada como La Laia, sin la, menor referencia a su carácter de mártir del Cristianismo; ni tampoco por otros lugares más distantes, como en Zaragoza, donde a Nuestra Señora del Pilar, en octubre, se le ha privado de toda advocación que delate su fondo religioso y, familiarmente, los carteles municipales se limitan a reflejar la palabra Pilar, seguida del año correspondiente. Será –digo yo- para que no se sientan ofendidos quienes, provenientes de otras culturas, otros usos y otras religiones, no profesan tampoco esa supuesta virtud de la “tolerancia”, que es, al parecer, la quintaesencia de nuestra democracia, o para que los españolitos descreídos a secas puedan integrarse en los festejos oficiales, cuya neutralidad religiosa garantiza con creces el laicismo imperante.
    Algunos ya sabemos las profundas diferencias entre laicidad y laicismo, positiva, abierta y garantizadora de la libertad religiosa la primera, negativo y perseguidor el segundo, de inequívocos orígenes masónicos, pero quizás, hasta el día de ayer, no me había planteado la profunda relación entre este laicismo y la mala educación.
    Con ocasión de la procesión de la Virgen de la Merced que, teóricamente, abría las fiestas, su imagen fue sacada de su Basílica en un trono portado por costaleros de la Cofradía de Ntra. Sra. De las Angustias, para llevar a cabo un corto recorrido por las calles del centro de la ciudad, que fue el únicamente autorizado; justo al transcurrir el cortejo procesional por la Plaza de San Jaime, presidida por un gigantesco escenario para otras actuaciones y conciertos y sede del Consistorio y de la Generalidad, tan afanados estos días, por cierto, en sus  afanes soberanistas, la presentadora de unos bailes típicos que se estaban celebrando hizo caso omiso de la procesión y de la sagrada imagen que transcurría entre el gentío; ni una pequeña alusión, oigan. Es más, las bandas de música que acompañaban el trono de la Virgen fueron avisadas de que cruzaran la plaza en silencio absoluto, “para no molestar el espectáculo que se estaba llevando a cabo”. Así, sin pena ni gloria, la Protagonista de la fiesta, la Redentora de los Cautivos y Patrona de Barcelona cruzó sigilosamente, casi de forma clandestina, el centro de la ciudad que decía celebrar la advocación mercedaria. Algunos discretas voces (la de quien esto escribe no puede calificarse así, en verdad) reclamaban a la entusiasta locutora que callase, pero era inútil ante su verborrea inclemente detallando de pe a pa los diferentes movimientos de las parejas de baile.
    Me recordó aquel cuento oriental del Sultán que mandó construir para su favorita un maravilloso palacio, rodeado de exóticos y espléndidos jardines y fuentes; al terminar la obra, notó que algo desentonaba del conjunto y ordenó a los constructores que lo quitaran inmediatamente: era, precisamente, la favorita, la mujer en cuyo honor y por cuyo amor se había construido aquel recinto de ensueño.
    En el caso de esta Barcelona laicista y maleducada, también se ha arrojado a la Mujer, con mayúscula de la centralidad de unas fiestas que nacieron en su honor y por su amor hacia los más desfavorecidos y privados de libertad.
 

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