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Diario YA


 

CARIÑO A LOS DELINCUENTES

Rafael Nieto,
director de Sencillamente Radio, en Radio Inter
El buenismo es a la bondad lo que el libertinaje a la libertad. Es una burda manipulación. El debate de esta semana en el Congreso sobre la derogación de la prisión permanente revisable ha vuelto a poner delante de nuestros ojos cómo es, salvo contadas excepciones, la clase política de este país. En este caso, puesto en evidencia por los separatistas vascos y la izquierda, juntos una vez más para humillar a las víctimas y favorecer a los asesinos, para insultar y menospreciar a los que sufren y mostrar cariño a los delincuentes.

El buenismo es aparentar que uno es bueno, para después comportarse con la peor maldad. Es aparentar lo que no se es. Un canto homérico a lo políticamente correcto que esconde, casi siempre, una patada a la verdad, a la justicia y a los más débiles e indefensos. Por ejemplo, los que defienden el aborto libre para, supuestamente, proteger ciertos derechos de la mujer, lo hacen a costa de la vida de los niños no nacidos, que son lo más indefensos seres de toda la creación. Seres que no se pueden defender.

De igual modo, los que deploran la prisión permanente revisable porque supuestamente no favorece la reinserción del reo y además aplica una especie de venganza por el delito que ha cometido, aparentando ese fin justo y civilizado, lo que olvidan es la dignidad de las víctimas, pisoteada, mancillada y reducida a escombros por el delincuente. De lo que nunca se acuerdan los políticos de izquierda y los separatistas es de defender a quien ha sufrido injustamente la maldad, la violencia o el odio del delincuente.

Si la política fuese el lugar más digno al que pudiera acceder una persona, nadie que mostrase más cercanía afectiva por el delincuente que por la víctima podría estar en la vida pública. Nadie al que le preocupe más la hipotética reinserción de un reo que resarcir o paliar el dolor de una víctima debería ser admitida en las instituciones que pagamos con nuestros impuestos. Pero lejos de ser un altar de la excelencia, la política democratista de hoy es un albañal de egoísmo y bajas pasiones en el que se ganan la vida unas decenas de individuos que no valen "ni para esconderse", la mayoría de ellos.

Era de vergüenza ajena ver a los diputados del PSOE y de Podemos marcharse de la sede de la soberanía mientras el resto del hemiciclo prorrumpía en aplausos a los padres de Diana Quer, Mari Luz Cortés, Sandra Palo o Marta del Castillo, entre otros. Yéndose como se van los rufianes, mirando al suelo y sin despedirse, huyendo de una conciencia que probablemente nunca hayan tenido y del ruido atronador de los aplausos en sus oídos. Porque cuando uno no puede mirar a los ojos a una víctima del terrorismo, de la pederastia o de la delincuencia, seguramente lo único que puede hacer es salir corriendo, como hicieron el jueves sociatas, podemitas y separatistas.

Me consta que hay miembros del PSOE que llevan varios días avergonzados del comportamiento del ínclito Juan Carlos Campo, el portavoz ignominioso que puso el partido de Pedro Sánchez para insultar a las víctimas. Sus palabras fueron incalificables. El Congreso ha asistido a intervenciones realmente vergonzosas y humillantes en los últimos tiempos, pero la de este individuo ha sido de las que se llevan la palma. Aún así, nada que deba extrañarnos en un partido y en una ideología en los que lo normal es mostrarse más cerca de los malos que de los buenos.

 

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