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Comunicar en tiempos de crisis

Manuel Bru. 24 de mayo. Al celebrar hoy la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, en este domingo de la Ascensión del Señor, los obispos españoles en su mensaje proponen, en este momento y en este país, entre otras cosas, dos urgentes: potenciar en la crisis económica el sentido social de los medios, así como una mayor presencia de Dios en los mismos. En realidad tanto la crisis económica como la crisis moral que la ha provocado constituyen un desafío tanto para la misión evangelizadora de la Iglesia, como para la misión esclarecedora y orientadora –en relación a formación de la opinión pública- de los Medios de Comunicación Social. Un desafío que reclama una muy especial fidelidad a la verdad, a la Verdad con mayúsculas, y la verdad, a la infinidad de verdades, con minúsculas, dado que ambas, en el ejercicio diario de la comunicación, se necesitan mutuamente. Pero, como no podemos predicar sin dar trigo, yo empezaría por hacer un examen de conciencia en el seno de los medios de comunicación católicos, como el nuestro, y en este examen, al estilo jesuítico, me haría al menos dos preguntas:

¿Podemos caer en el dualismo derrotista de considerar que una comunicación generalista católica sólo añade a una no católica el barniz de una mayor y mejor información religiosa? Y, en medio de una crisis económica como ésta, ¿podemos creer que la única aportación de la iglesia y de la comunicación desde la iglesia consiste en la, sin duda necesaria e importantísima, labor asistencial que ejerce?

Pues no. La trampa, con múltiples nombres –autonomía de lo temporal, fermento antes que presencia, religión apolítica, etc…- está servida. En cambio ganaremos cuotas de una libertad por nosotros mismos secuestrada, si afrontamos con valentía y confianza el gran desafío que la Iglesia nos hace. A saber, contar la verdad duela a quien duela, hacerlo en la caridad, también duela a quien duela, y atrevernos a hacer un juicio propiamente cristiano de la actualidad, aunque nos equivoquemos una y mil veces. Y esto, por ejemplo, en la actual crisis económica, significa ahondar en sus causas, hasta cuestionar, porque no, la convencional idolatría de una libertad de mercado que no reconozca ni la necesidad de límites a la especulación del dinero, ni la necesidad de repensar el mismo sistema desde la misión propia de la economía, que no es servirse a sí misma, sino al ser humano, a su dignidad, integridad y felicidad auténticas. Seguramente el Señor no esté tan interesado en que bendigamos los micrófonos, los ordenadores o las cámaras, como en que tengamos la audacia de contar desde ellos su gloria, la gloria de Dios, que decía San Ireneo, no es otra cosa que la vida del hombre. 

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