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Diario YA


 

Con San Pablo, misioneros por vocación

Manuel María Bru. 19 de Octubre.


Hoy celebramos el Domund, el Domingo Mundial de las Misiones. El lema de este año, que Benedicto XVI ha instaurado como año paulino, es “Como San Pablo, misioneros por vocación”. La dimensión vocacional se presenta así, junto a la impronta de la pasión evangelizadora de San Pablo –“hay de mí si no predicará el Evangelio”-, la universalidad de la vocación misionera. Porque si es verdad que sólo algunos tienen la vocación de estar en la vanguardia de la misión ad gentes de la Iglesia, la misión que implica salir de la propia tierra para ir donde la tarea de la Iglesia más lo necesita, todos, absolutamente todos, compartimos la vocación de estar al menos en la retaguardia de esa misión ad gentes, viendo en nuestros misioneros a nuestros hermanos mayores que nos abren el camino del Reino de Dios en este mundo, estando muy unidos a ellos, rezando por ellos, ayudándoles en todas las necesidades de su misión.

 
En concreto, sería deseable que el lema de este año pueda producir en la conciencia y en el corazón de todos los católicos dos movimientos interiores de los que tenemos gran necesidad: uno más espiritual, y otro más intelectual. El más espiritual hace referencia al descubrimiento de que el mandato misionero, en la vida cotidiana de todas y cada una de las vocaciones, es cosa de todos. Pablo somos todos y, si como dice San Juan de la Cruz, seremos examinados en el amor, ¿acaso hay expresión más perfecta del amor que el anunciar, con la palabra y con la vida, que Dios es Amor, es decir, evangelizar, dar testimonio valiente de nuestra fe? La más intelectual hace referencia a una sana compresión de la auténtica identidad de los misioneros. Porque éstos, más o menos reconocidos o valorados por la sociedad por su indiscutible servicio al desarrollo social de los hombres y de los pueblos más desfavorecidos, tienen vocación, vocación religiosa, y su vida es una respuesta a esta vocación, y no a una convocatoria de cooperación o de voluntariado, propia de las escasas políticas de cooperación internacional de los Estados o de las múltiples iniciativas de voluntariado social de las ONG´s, todo ello por supuesto muy encomiable, pero que no tiene nada que ver con la vocación del misionero. Esa que, recibida personalmente por Cristo, consiste en llevar a los hombres el misterio de la salvación, del hombre total, completo, que comporta también su trabajo en pro de una vida conforme a su dignidad de hijo de Dios, que supone salir de la miseria y favorecer el desarrollo de la sociedad en la que vive, pero desde el encuentro con una razón para vivir, para amar, para luchar, para la esperanza, que es el encuentro personal, inolvidable y provocador, con Cristo Jesús.

 

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