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Diario YA


 

Del “hecho cinegético” al envilecimiento de la política

Rafael González. 15 de febrero.

Es triste tener que reconocer que la Justicia en España hace aguas por todas partes. El “hecho cinegético” ha sido la última manifestación del desprestigio del “hecho judicial”.  Hay grandes profesionales, honradísimos jueces y magistrados, que seguramente son los primeros en lamentar el estado calamitoso en que se encuentra esa función tan esencial en un Estado de Derecho. A los paupérrimos medios de que dispone la Administración de Justicia para ejercer sus funciones y a la escasez de jueces que sufre, se une (para colocarla en la institución más desprestigiada de cuantas comprenden el funcionariado del Estado) el infortunio de estar regida por un ministro tan incompetente, controvertido y desnortado como don Mariano Fernández Bermejo.

Y esto, con ser grave, todavía es superado por el hecho de que pueda ejercer tan delicada magistratura un juez como Balastar Garzón, que provoca el escándalo con cuantas actuaciones emprende –da la sensación de que son todas las importantes-, no menos controvertido que su compañero de montería, de tan dudosa competencia profesional como aquél, incluso para prestigiosos profesionales del Derecho y la Judicatura, y que, además, en lo personal, da muestras, al alcance de todas las inteligencias, de encontrarse permanentemente desnortado.  Recuérdese, entre otras actuaciones, la petición de que se certificara la muerte de Franco para “librarle” de un procedimiento por crímenes de guerra. Hay que estar “jamao”.    

Volviendo al ministro. Que el Partido Popular pida su dimisión entra dentro de lo razonable. No sólo los miembros de dicho partido, sino muchas más personas independientes, vienen considerando -antes del “hecho cinegético”- que este hombre al frente del Ministerio de Justicia es un desprestigio. Y, en todo caso, una prueba de la incapacidad de José Luis Rodríguez Zapatero para crear equipos de Gobierno eficaces. Pero, en fin, eso puede entrar dentro de lo natural. Lo que no lo es tanto es que haya incluso un notable socialista, ex ministro con Felipe González, Jerónimo Saavedra, que considera que el cazador cazado debe dimitir. Lo que evidencia que, como el mencionado, habrá otros muchos socialistas serios que, aunque nada digan, estén muy enfadados con Mariano Fernández Bermejo. A juicio de Saavedra, el ministro de Justicia debería dimitir por la "impresentable" imagen de participar, en plena operación por el Caso Gürtel, en una cacería con Baltasar Garzón, el juez que, en opinión del Partido Popular, lleva una causa, en toda regla, contra ellos.

Pero, bien mirado, eso no es sino una muestra de lo poco que le importa a estos caras –juez y ministro- la opinión pública. Van sobraos, como dicen los jóvenes. Y en opinión de un prestigioso juez, juez de Menores en Granada, don Emilio Calatayud, que goza de gran reconocimiento en toda España, el “hecho cinegético” protagonizado por el dúo –desde ahora inseparable- Bermejo-Garzón, recuerda la película “La escopeta nacional”, y nos hace ver que, lamentablemente, apenas hemos cambiado. La distribuidora de esa famosa película haría un buen negocio si aprovecha la oportunidad para su reestreno.

Lo triste de todo esto, como también los alarmantes despilfarros de los gobiernos autonómicos en plena crisis, los espionajes entre partidos y todos esos escándalos a los que la ciudadanía asiste entre incrédula y asombrada, sin que el Gobierno de Rodríguez Zapatero haga nada por corregirlos, es que refleja la baja calidad de la clase política que tenemos, arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda; y eso origina la desconfianza del electorado, que cada vez está más desorientado. Consecuentemente, en lo que todos los ciudadanos parecen coincidir, sean votantes de izquierda o de derecha, es que la actividad política se ha envilecido, y a ella sólo acceden arribistas que lo único que buscan es el poder para, desde él, enriquecerse aceleradamente. Los habrá –loado sea Dios- hombres verdaderos vocacionados para entregarse generosa y sacrificadamente al servicio del bien común, mediante el ejercicio de ese arte noble –como lo definió Pablo VI- que es la política. Pero parece que son más bien escasos.

 

 

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