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Diario YA


 

Donde se habla del idioma y de la degradación política

Miguel Massanet Bosch. Está visto que han pasado los tiempos en los que, el usar propiamente el idioma castellano era entendido como un deber, por toda persona que tuviera cultura y no quisiera que sus palabras fueran interpretadas de una forma equívoca y, si era posible, y el dominio de la semántica se lo permitía, adoptar, de entre todas las modalidades posibles para expresar una misma idea, aquella frase que resultara más adecuada, más perfecta y resultara de mejor tono en el entorno social en el que era utilizada. Hoy ya no parece que, no sólo entre la gente normal y corriente, sino en lo que se pudieran considerar aquellas “castas” –como se han empeñado en definir los señores de Podemos a  las clases dirigentes del país – el expresarse de una forma adecuada, mimando el idioma y buscando preservar su pureza ya no se estila e, incluso, se podría decir que los hay que lo consideran cursi o demodé.

Hemos podido leer en la contraportada del periódico de los Godó, La Vanguardia, una entrevista, firmada por Lluis Amiguet en la que el entrevistado, un tal señor Jonathan Nossiter, un cineasta de izquierdas, por lo visto experto en cuestiones enológicas; en la que, el entrevistado, se expresaba en los siguientes términos: “El necio cree que es mejor vino el más caro”. Sin duda que, en esta ocasión, podría haberse evitado con facilidad utilizar el término “necio” que, en el uso vulgar del lenguaje español, implica un sentido peyorativo para aquella persona a la que se refiere; aunque se define en el diccionario de la RAE como “Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber”, también se puede entender como sinónimo de : inepto, torpe,  zonzo, papanatas y gaznápiro; todas ellas expresiones injuriosas para aquellos a los que les son atribuidas.

No sabemos, en esta ocasión, si el uso del término “necio” fue traducción literal de quien así se expresó o una forma del traductor de darle un toque particularmente ofensivo. En todo caso, es evidente que el hecho de que una persona no experta en vinos, siguiendo un razonamiento bastante lógico, pudiera pensar que a más calidad lo normal sería que el precio fuera más alto, no puede calificarse en manera alguna como una estupidez ni como algo reprochable; al contrario, es muy posible que uno que quisiera regalar a otro un buen vino, recurriese a tan elemental juicio con el que, probablemente acertaría en un 90% de ocasiones. No creo que haya nadie que no sepa que un Vega Sicilia es uno de los caldos más caros del mercado (hace años valía 6.000 pesetas la botella) y dudo que se pudiera calificar de necio al que pensara que una botella de un precio tan elevado se podía considerar un excelente vino.

Pero no debemos de extrañarnos, porque está a la orden del día que, tanto en las TV como en la prensa escrita, tengamos ocasión de encontrar, más a menudo de lo que nos gustaría, ejemplos de licenciados en información que, sea oralmente o por escrito, cometen verdaderos atentados contra la lengua castellana. Voluntaria o involuntariamente, una señora congresista del PSOE en una reciente reunión en el Parlamento, no tuvo inconveniente de calificar al, recién nombrado, ministro de Sanidad, señor Alonso, de “verdugo”. ¿Alguien pudiera pensar que una persona de la categoría probada del señor Alonso, se mereciera semejante afrenta? Sin embargo, todos tenemos ocasión de ver como tanto en la prensa, como en las TV y demás medios de comunicación, como las redes de Internet, acogen miles de mensajes, artículos y comentarios, en los que, sin el menor recato o sentido de la responsabilidad, se vierten toda clase de injurias, ofensas o descalificaciones sobre personas cuyo único defecto es haber tomado decisiones contrarias a las ideas de quienes demuestran su mala educación, su falta de argumentos o su escaso sentido democrático, desfogándose con quienes no pueden defenderse del mal uso de las redes; algo a lo que contribuyen en gran manera los diversos gestores de las leyes sociales, incapaces de poner coto a las salidas de tono de sus usuarios.

Pero, donde la degradación de las formas, el olvido de las más elementales normas de educación y sentido del ridículo parecen haberse instalado, sin el menor respeto por el lugar, es en la sede del Parlamento de la Nación, el lugar donde reside la soberanía del pueblo y en el que se toman decisiones que pueden afectar a todos los españoles. No obstante, algunos congresistas, aquellos que se han olvidado del lugar en el que se encuentran y del respeto que deben a los ciudadanos; grupos de extrema izquierda, por supuesto, que han cambiado el hábito de parlamentarios por el disfraz de payasos de circo ( con perdón de los profesionales de hacer reír) y, por si fuera poco, con poca gracia y nulo sentido de la oportunidad, han decidido poner la nota cutre en las sesiones parlamentarias con representaciones en las que demuestran su poco respeto por la democracia, su desprecio por la voluntad de las mayoría y su escasa imaginación cuando se limitan a evitar, con poca gracia y menos fortuna, lo que en las calles los gamberros activistas se dedican a hacer.

Que el señor Llamazares, una persona con la carrera de medicina, se preste a participar de semejantes bodrios, se ponga una tela a modo de bozal ( en ocasiones y visto lo que suele decir cuando habla, preferiríamos que permaneciese durante todas las sesiones de la misma guisa) y se plante en el pecho una inscripción que, en definitiva, viene a significar un rechazo al sistema democrático, al atribuirse el derecho a querer imponer el pensamiento minoritario a una cámara que fue votada por todos los españoles y que, en forma mayoritaria, está en contra de sus salidas de madre; nos puede dar una idea de lo que sucedería si, grupos como ellos o como los representantes de la ERC, un prodigio en cuanto a las charlotadas que se permiten en el hemiciclo parlamentario; pudieran imponer sus ocurrencias en defensa de sus aspiraciones separatistas y su desprecio por el resto de la cámara, a la que ningunean, insultan, valiéndose de la mejor educación del resto de parlamentarios, para evitar salir de ella trasquilados y sin rabo.

Este desprecio por la democracia, el mismo hecho de que se permita que cualquier sujeto, muchos de ellos sin otro bagaje intelectual que haber pertenecido al partido muchos años y, al que se cree representar mejor si, cuando le dan ocasión de hablar, lo hace insultado, destrozando el lenguaje y poniéndose en ridículo, convencido de que cuanto más grita y cuantos más gestos apocalípticos haga, más va a conseguir impresionar a la cámara baja. Claro que estos son los marionetas, los meros mandados a quienes, los que manejan los hilos desde detrás de las bambalinas, les encomiendan crear confusión, desconcierto y mal estar, al tiempo que, con sus payasadas y despropósitos, consiguen que los asuntos importante dejen de resolverse y los deseables consensos dejen de producirse que es lo que, los antisistema y los de la extrema izquierda, intentan conseguir con tal de que se adelante el fin de la legislatura o se pongan los máximos escollos para hacer al país ingobernable. En ello, como no, colaboran muy eficientemente, todos los separatistas catalanes.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, echamos de menos la seriedad, la buena oratoria, la cultura y la sensatez que, en otros tiempos, demostraron tener los parlamentarios y que ahora, no sabemos por qué extraños motivos, parecen haberse esfumado entre las nuevas generaciones de políticos, más preocupados por ganar un buen dinero y manipular lo público, que por cumplir los compromisos adquiridos con los que los votaron.

 

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