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Diario YA


 

Editorial: "Carne de prisión"

Es muy triste lo que está ocurriendo con el crimen de Marta del Castillo. Terrible el hecho en sí, que demuestra la brutalidad de la que es capaz el ser humano cuando no vive de cara a Dios, cuando da la espalda a la condición sagrada de la existencia de cada uno. Dramático que unos chicos tan jóvenes hayan destrozado una vida y una familia entera, y de paso hayan arruinado las suyas, simplemente por no saber controlar sus impulsos, por no haber aprendido en dos décadas que los actos deben producirse siempre después de la interacción imprescindible de la cabeza y el corazón.

Muy triste también, como ya dijimos hace tiempo, la reacción de esos cientos de curiosos y desocupados que se agolpan a las puertas de los juzgados y de las comisarías para desgañitarse, gritando todo tipo de insultos contra los presuntos asesinos. Ojala en el día a día pusieran el mismo empeño y energía en construir las bases para que estas cosas no sucedieran; ojala cambiaran el arrojo por moderación, la sangre caliente por templada o fría, la verborrea ofensiva e inútil en un sano criterio educador para formar conciencias sanas, equilibradas y firmes. Eso sí sería bueno.

Pero más allá de estas circunstancias, ya conocidas, los nuevos datos que hemos conocido acerca de las últimas comparecencias de los principales sospechosos ante la policía judicial revelan hasta qué punto la maldad y el retorcimiento estaban y siguen estando presentes en estas personas. Cómo, por un simple cálculo de lo que puede serles útil desde el punto de vista penitenciario, han sido capaces de mentir, de inventar hechos falsos, de hacer perder el tiempo y el dinero a los agentes policiales que han llevado la investigación y, por qué no decirlo, de desesperar aún un poco más a los familiares de Marta del Castillo con esa actitud.

La pregunta vuelve a sonar atronadora e inquietante en nuestros oídos: ¿qué tipo de juventud tenemos hoy en día? Ya sabemos que este tipo de comportamientos no son privativos de los jóvenes, por desgracia ocurren en todos los segmentos de edad, pero..., ¿cómo puede un chico de 17 o 18 años actuar con tal desprecio por la vida humana, cómo puede despues reírse de la autoridad que le está poniendo contra la ley, cómo puede, en definitiva, tener la osadía de ponerse el mundo por montera, y saltarse las mínimas reglas de comportamiento?, ¿es que acaso nunca supo cuáles eran esas normas básicas?

Es desolador pensar que en ningún momento de las últimas semanas se haya asomado el arrepentimiento a las mentes de estos chicos, que ninguno de ellos se haya postrado de rodillas ante el Señor y haya entonado una oración de perdón. Totalmente desolador pensar lo que serán sus vidas a partir de ahora: carne de prisión, degradación personal y moral, ausencia absoluta de un sentido de la existencia propia, etc. Reflexionemos, porque quizá todos seamos un poco culpables de todo esto. Quizá no estemos haciendo las cosas como Cristo quiso que las hiciéramos.

Miércoles, 18 de marzo de 2009.

Etiquetas:editorial