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Diario YA


 

Editorial: "Una huelga inútil"

Incluso las personas más doctas e intelectualmente brillantes terminan perdiendo el juicio y la serenidad en esta España caótica y enferma que nos ha tocado vivir. Y así, escuchamos a algunos jueces respetables (aún quedan) felicitándose por el "éxito" conseguido por la huelga de la Justicia, posiblemente uno de los dos o tres hechos más lamentables de la historia democrática española. Miles de puñetas sin trabajar, miles de expedientes aún más atrasados, miles de casos que se quedarán sin resolver, o todavía peor, se resolverán cuando ya no le importe a nadie la sentencia.

¿Para qué ha servido la huelga de jueces? Absolutamente para nada. Lo hemos reiterado en este diario digital: en este país, las manifestaciones y las huelgas no tienen ninguna utilidad, porque el Gobierno de turno (da igual del partido que sea) ejerce el poder de manera autoritaria desde el día siguiente de haber ganado las elecciones, demostrando que no quieren que haya democracia en España; lo que quieren es mandar como partido único. De manera que la sociedad civil puede enfadarse todo lo que quiera, e incluso expresarlo, pero no conseguirá nada. Es triste, pero real.

Por tanto, no se trata de discutir el derecho a la huelga de nadie, sino de hacer notar que estamos en momentos de trabajar para sacar a este país del pozo en el que la clase política, algunos medios de comunicación prostituidos y una sociedad embrutecida por su incultura lo han metido. Trabajar, sí, ese verbo tan molesto, esa palabra que casi hacer sudar con sólo escucharla, tra-ba-jar, como diría Zapatero en su empeño idiota por separar las sílabas solemnemente. Sólo habría una razón para defender una huelga de jueces: su utilidad. Descartada la utilidad, el hecho se convierte en inútil, casi ridículo y desde luego muy dañino.

Desde que murió Franco, en España se ha ido desmoronando el edificio institucional, que en todo país serio debe asentarse en algunos pilares irrenunciables: la independencia absoluta de los órganos jurisdiccionales, la excelencia como criterio para poder llegar al Parlamento (puesto que es, nada menos, la sede de la soberanía) y la honradez de todo aquel que se dedica al servicio público. Hoy tenemos una especie de mare magnum de instituciones obsoletas e inservibles, con un nivel de corrupción ya casi insuperable y una total indefensión de los ciudadanos, que han pasado a ser súbditos de una dictadura silenciosa de corte progresista y liberal.

Y sí, claro, podemos estar todo el día hablando de la famosa cacería, episodio vergonzoso y muy revelador que, sin embargo, es una menudencia al lado de las profundas heridas que presenta la anatomía nacional. Un país que se desangra por el drama del paro, lacra inhumana que está empujando a miles y miles de compatriotas a la pobreza y la marginalidad. Un país infectado por el virus del relativismo moral, que se ha metido en los hogares destrozando en poco tiempo lo que durante tantos lustros costó conseguir, es decir, los valores cristianos, única brújula válida para tiempos de crisis económica, moral y espiritual como éstos.

Sábado, 21 de febrero de 2009.

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