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Editorial: "Voto de castigo"

Editorial. 1 de junio. Cuando nos enfrentamos al estudio de las respuestas facilitadas por la ciudadanía española a las preguntas de cualquier encuesta sobre su intención de voto en las elecciones europeas, podemos comprobar fácilmente que el español no sabe qué se vota el día 7 de junio. En España persiste el mal endémico de la democracia, aquel por el que los partidos políticos se hacen parte de la vida de sus ciudadanos que los adoptan como hijos propios a los que se querer y respetar, aunque no hagan nada para merecer ni el amor ni el respeto.

Incluso el castigo a la traición se ejecuta de forma extraña en España; no se concibe un castigo real, sino una suerte de amenaza permanente “para las próximas”. El ciudadano piensa que el político se lee todas las papeletas que entran en las urnas y llevan escrito su logo y que, escribiendo cualquier frase ingeniosa al dorso, sentirá el tirón de orejas. O, sencillamente, se abandona en sus brazos y trata de despachar asuntos caseros por medio de unos comicios planteados en otros términos muy distintos a los que imagina.

Estas elecciones no son para echar a Zapatero. Gane o pierda el PSOE el 7 de junio, Zapatero seguirá habitando el palacio de La Moncloa durante los próximos meses y Rajoy no ocupará su puesto por más que se lleve de calle las europeas. Al PP tampoco se le castiga votando nulo con su papeleta y advirtiendo que, en las próximas, si sigue tan “blandito”, le retiraremos nuestro apoyo. Ni lo haremos, ni sirve para nada.

No lo haremos porque, en las próximas, seguiremos esclavos de sus argumentos, seguiremos pensando que, a toda costa, hay que “echar a Zapatero” y que sólo el PP puede llevar a cabo tal machada. Como en uno de esos videojuegos adictivos, el español necesita acercarse a las urnas sin tener que pensar mucho. Por eso nadie lee un programa político y por eso los partidos cubren el expediente con cuatro consignas y poco más. Si votar exigiese haberse leído antes el programa de los partidos políticos que concurren a las elecciones, la abstención sería absoluta.

Reconozcámoslo, el pueblo español está tan dirigido, tan en manos de la voluntad de los dos partidos mayoritarios, que la democracia se convierte en la farsa que encadena a un pueblo sin inteligencia y sin esperanza. No votamos lo que queremos, sino “lo que hay”; no votamos en conciencia, sino “a los nuestros”, sin saber qué dicen “los nuestros” o el porqué son “los nuestros”. Al pueblo español le basta con que le digan que es libre para que se crea libre. Petulante y estúpido, discutirá el lunes en la oficina o en el bar y se mofará del perdedor si gana, y aguantará, tragando bilis, la sorna del vencedor si pierde.

 

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