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la gallera

Educación en perspectiva

José Escandell. 21 de febrero.

Por mucho que la actual democracia liberal o partitocrática se considere hija de la Ilustración, sus dificultades para encajar la educación en ella son grandes. Por un lado, cuando la libertad individual es subrayada como principio fundamental, queda escaso margen para justificar que un profesor interfiera en la vida de los alumnos; siempre tiene sabor a violación. Por otro lado, la libertad de pensamiento que desemboca en el relativismo, deja vacío el conjunto de lo que puede ser enseñado. No habiendo verdades que enseñar, no hay enseñanza posible. Sólo se salva entonces de esta quema las enseñanzas de tipo científico y técnico, que mantienen su solidez no tanto sobre el prestigio de su propia verdad, sino sobre la mera base del interés por la eficacia y la producción. En tercer lugar, el sujeto humano es declarado autónomo y, por consiguiente, absuelto de cualquier sometimiento y servidumbre. En contrapartida, no es posible realmente ninguna estructura de autoridad, comenzando por la de la familia. El hombre ya no es hijo de sus padres, sino de la patria. Pero los profesores son prolongaciones de los padres. Luego los profesores no encajan bien en la democracia liberal.

La educación apenas es comprensible desde los principios de esta clase de democracia. Salvo que la política deje de ser la forma total de la vida humana. Lo problemático de la democracia liberal, en este punto, puede resolverse si ésta reconoce sus propios límites porque reconoce que no lo es todo.

Vivimos en unos tiempos en los que se diría que todos esquemas vitales están fuera de quicio. El artificio de la vida social y de la historia han recubierto tan completamente lo que las cosas son de suyo que parece perdido el norte. El Estado ha inventado el «sistema» educativo y ha creado así un enorme artificio que parece ahogar a la realidad misma de la vida real. Se convierte así el sistema educativo en un velo que desfigura y que esconde, y que, por lo mismo, impide afrontar las cosas tales como son de suyo. Comienza, pues, el problema de la educación hoy por ser un problema de realismo. Hay que preguntar de nuevo las viejas preguntas elementales y primeras. Hay que redescubrir qué somos y qué queremos. Qué es un niño y qué debe ser. Qué es un profesor, qué es un acto educativo, qué es estudiar. Quitar el polvo y los afeites a un mundo maquillado. Enfrentarnos con lo que realmente somos, para saber lo que debemos ser.

 

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