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Diario YA


 

El control de la Historia

José Escandell. 11 de Octubre.

Julio César o Napoleón dispusieron de un poder incomparable. Tuvieron en sus manos hacer su propio capricho con muchísimas personas, bienes y territorios. El mundo entero a sus pies. Han sido timoneles de sus respectivos momentos históricos. Pero el viento y el agua no estaban en sus manos, ni los montes y los mares, ni el fuego ni la muerte. Una vez y otra fracasaron también. Ellos mismos acabaron muriendo, y su estela dejó por completo de pertenecerles. Hitler o Stalin se erigieron en señores de la historia. Pensaron que podrían estar en el secreto del decurso de las civilizaciones, apoderarse de él y, por dominarlo, lograr algo definitivo y eterno. Hegel sostenía que, tras él, lo único posible sería el caos y la nada.

Pero a «Dios ha muerto», firmado por Nietzsche, sigue un «Nietzsche ha muerto» firmado por Dios. No es fácil descubrir el auténtico sentido de aquella ocurrencia atribuída a Nietzsche, envuelta como está, como todo en el extravagante alemán, en complejos velos de ambigüedad. Es más interesante la respuesta de Dios, la cual, coincida o no con lo que Nietzsche pretendía expresar, deja bien sentado que es a Dios a quien pertenece decir, en materia de muertes, la última palabra. «Arrieritos somos… ». Julio César, Napoleón, Hitler, Stalin, Hegel, Nietzsche: ninguno ha conseguido decir la última palabra, ni sobre el mundo, ni sobre Dios, ni sobre ellos mismos; luego de ellos ha habido más palabras.
 
En resumidas cuentas, ningún hombre es señor de la historia. Es tal la evidencia de esta afirmación que al hombre corriente apenas si le dice nada. Pero hay tanta simpleza que sigue habiendo hombres o grupos que reiteran el intento. Los hay que se empeñan en pretender hacer feliz a la Humanidad ahora y para siempre. La sinarquía, las masonerías, grupos religiosos de diversos pelajes, organismos internacionales de altos vuelos, incluyen entre sus benéficas pretensiones el logro de alguna solución definitiva a problemas de muy largo alcance. Para siempre.
 
Alguna vez se dice que un hombre ha llegado a palpar lo eterno. Sucede en las obras de arte grandes, las grandes hazañas, los heroísmos, los éxtasis religiosos. Pero el del mal es un problema que tiene que ver con la íntima fibra moral de los hombres. Y las enfermedades del alma, ¿quién puede curarlas?
 
No pueden ser curadas por el hombre. Ningún hombre puede ser el redentor. Hasta la religión puede ser instrumentalizada como medicina contra el mal en este mundo. De las religiones principales han brotado múltiples proyectos gnósticos, de suplantación del poder de Dios por la eficacia histórica de los hombres. Frente al secularismo o laicismo, las auténticas religiones superiores tienen como rasgo común la confianza en Dios. El secularismo, por el contrario, es esencialmente hitleriano, o stalinista, o nietzscheano, en cuanto que pone en las fuerzas humanas toda la esperanza.

 

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