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Diario YA


 

El culto es política

Manuel María Bru. 14 de diciembre. 

Cuando la Iglesia celebra con intensidad los tiempos litúrgicos, como hace hoy en el III Domingo de Adviento, o celebra a los contemplativos, como hace también hoy al rememorar a San Juan de la Cruz, o celebra un único culto divino y una única disciplina de sus sacramentos, bajo la custodia del Papa, y de su principal colaborador para ello, desde esta semana nuestro Cardenal Antonio Cañizares, podría parecer que éstas son sólo, como les gusta decir a los laicistas, cuestiones que forman parte de la vida privada de la fe. Pues de eso nada. Los gestos de la fe con mayor incidencia en la vida pública, y que más irritan a los enemigos de la fe, son los gestos litúrgicos:

1) Porque el culto es la manifestación pública más radical contra el despotismo. Nada puede resultar más peligroso para quienes tienen un proyecto estatalista de control del pensamiento y del comportamiento de una sociedad que ver a sus súbditos reconociendo a un Dios que no es el del poder, rindiéndole culto a Él, y sólo a Él, confiando en su providencia, y sólo en la suya. Por eso no gusta que el culto sea público. Por eso no gusta nada que el domingo 28 de diciembre en Madrid se celebre la Fiesta de la Sagrada Familia no sólo en el interior de los templos, sino en la plaza de Colón, es decir, en la vía pública.

2) Porque los sacramentos constituyen el mayor escándalo para una cultura basada en la autosuficiencia individual y la prepotencia estatal. Alguien que se reconoce amado incondicionalmente por Dios en su bautismo, perdonado por su misericordia en el sacramento de la reconciliación, que se pone en manos de Dios al unir su vida a otra persona para siempre, o recibe el consuelo en el dolor por la unción de los enfermos, reconoce en Otro más grande que él mismo y que nada en este mundo la fuente de su fortaleza y de su libertad, sabiéndose digno no por ser útil al sistema, e indigno cuando aún no lo es o cuando ha dejado de serlo, sino porque Alguien, que no es el poder ni su sistema, le ha regalado la vida para siempre.  

3) Porque la celebración comunitaria del culto y los sacramentos es el gesto de pertenencia más decisivo de un pueblo libre, de ciudadanos libres y soberanos de la ciudad terrena, pero al tiempo ciudadanos de una tierra y unos cielos nuevos, con la que los poderosos no pueden, aunque quisieran, ni conquistar y ni siquiera entablar batalla. Por eso todos los totalitarismos han querido iglesias nacionalistas, sometidas al sistema, como la Iglesia oficial china, y no comunidades pertenecientes a una única Iglesia libre y universal, es decir, verdaderamente católica.   

 

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