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El Dios de todos

Manuel Bru. 7 de junio. En el día en el que la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad, y con ella la Jornada Pro Orantibus, en la que la Iglesia reconoce la primordial vocación de los que entregan toda su vida a la oración contemplativa, a vivir en y sólo para el Dios Uno y Trino, reluce con especial luminosidad una certeza: pronto o tarde, todos, absolutamente todos, nos encontraremos cara a cara con el misterio de Dios revelado en Cristo Jesús, el Dios Padre, Hijo y Espíritu, el Dios Amor cuya misericordia es infinita, el Dios de todos, de los que creemos en él, de los que no le conocen, e incluso de los que lo rechazan. Hoy también es su día, el día del drama del hombre contemporáneo, tanto del que vive en la zozobra de la duda como del que se precipita en el abismo de la incredulidad. Tanto del inquieto que se debate ante las preguntas fundamentales -de dónde vengo, a dónde voy, quien soy, y qué sentido tiene la vida-; como del que rechaza estas preguntas bloqueado por una muralla ideológica llena de prejuicios y de tópicos antirreligiosos. También nuestro Dios, el Dios de Jesucristo, es su Dios. 

Recientemente, un renombrado político, cuyo liderazgo nunca ha querido que fuese sólo el de un gobernante, sino el de un guía moral de la sociedad española, europea e internacional, hizo la siguiente declaración pública de su fe: “Estoy en paz con el más allá, no me provoca ninguna angustia, ni siquiera persigo el intentar saber, creo que ese es un afán vanidoso del ser humano (…) Creo que nadie puede conceptualizar de manera sensata y racional lo que puede ser un ser supremo que haya provocado la creación y al cual estemos todos sometidos de una manera u otra (…) Creo que todas las religiones que se precien deberían ser un canto a la generosidad. Pero hace tiempo que pienso que ni la religión ni la espiritualidad me van a resolver los interrogantes que tengo sobre el mundo, sobre nuestro origen y destino. Los interrogantes están ahí, dejemos que estén ahí”.
¿Abrazará el Dios que ha hecho suyo todo abandono esta “noche oscura de nuestro tiempo”, incluida la de estos nuevos Mesías, que mezclan su respetabilísimo ateísmo pacífico, con el convencimiento, llevado a la acción política, de que es vanidoso el hecho mismo de preguntarse por la trascendencia, de que es insensato e irracional creer en Dios, y de que las religiones han de someterse a un laico ejercicio de la filantropía? Algún día, a pesar de toda la libertad robada a sus súbditos, su trasnochada ideología será como el caballo del que caerse ante una mirada llena de misericordia. Ese día, como a tantos nos ha ocurrido, no será una abstracta religiosidad o espiritualidad, sino el Dios hecho hombre, quien les ofrecerá un horizonte de perdón y de esperanza.

 

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