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Diario YA


 

El duelo y el dolor (I)

Pilar Muñoz. 24 de agosto.

Una de las circunstancias que probablemente más ha influido en el concepto que la sociedad occidental tiene de la muerte es el lugar donde el hombre muere. Cada posible escenario conlleva un tipo de afrontamiento y una reactividad del acompañante u observador bien diferenciado. Así mismo, el tipo o causalidad de la muerte desencadena procesos cognitivos y emocionales distintos.

El accidente aéreo ocurrido en Madrid en estos días, está catalogado como pérdidas múltiples, inesperadas y altamente traumatizantes no sólo para unos pocos individuos, allegados a los fallecidos, sino a un colectivo total, que supera las fronteras gracias a los potentes medios de comunicación. De esta manera, la muerte se convierte en una conmoción global, colectiva, con unas repercusiones de distinta intensidad, según capacidades empáticas, personalidades o proximidad a las fuentes de información sobre la tragedia.

La devastación y huella de muerte y dolor que deja tras de sí una catástrofe divide azarosamente a una población ruleta. Por lo tanto, una vez ocurrida la tragedia tenemos distintos sectores poblacionales con impactos psicológicos comunes: dolor extremo, pero con proyecciones terapéuticas y planos vitales signficativamente distintos.

El bloque cero serían toda la población de fallecidos. El abordaje de estos seres pasa también por tareas simples o complejas. Pues bien, en las tragedias, también las tareas con esta población cero se complican extraordinariamente: procesos forenses y peritajes que requieren de alta tecnología. Todo ello supone tiempo, el cual repercutirá en otro sector poblacional relacionado con este sector: los familiares. A mayor tiempo y mayor complejidad del ritual de enterramiento, mayor dolor, mayor tensión, mayor indefensión, mayor rabia e ira y más probabilidad de sucumbir en otras patología psíquicas.

En el bloque primero estarían las víctimas de la tragedia o desastre. Dentro de este sector poblacional nuevamente se subdivide en otros grupos incardinados unos dentro de otros. Tendríamos las víctimas adultas y las víctimas infantiles, consideradas, en el tramo emocional del dolor, hasta la adolescencia. Dentro de cada una de estos bloques tendríamos dos divisiones más: heridos graves con secuelas permanentes, lo cual va a suponer una integración, abordaje e impacto mucho más intenso y clínico, que el segundo caso, donde estarían los heridos leves con traumatismos resolubles en un plazo corto de tiempo, dentro de los cuales, el abordaje terapéutico iría encaminado unidireccionalmente a solucionar el estrés postraumático. Es imprescindible separar en este sector las diferencias mentales ante el dolor y el trauma entre un adulto y un niño (en artículos posteriores saldrá un monográfico sobre la infancia y el dolor).

El sector segundo serían los familiares. Nos volvemos a encontrar con subconjuntos dentro de esta población diana. De un lado tendríamos a los familiares adultos de fallecidos, los cuales tienen un impacto de dolor y sorpresa profunda, inesperada, lacerante, pero con expectativas cerradas para la integración del sentido vital de ese familiar; han de asimilar la pérdida y desaparición del ser querido. De otro lado, están los familiares de heridos graves, los cuales comparten con los primeros el impacto del dolor, pero tiene una lucha por el sentido vital de su ser querido, tienen una dimensión muy positiva dentro de todo el caos emocional: la esperanza. Por otro lado, están los familiares de heridos leves, los cuales, se sienten aliviados, tocados por la suerte, agradecidos al destino, pero al ser testigos directos de la tragedia, se sienten altamente culpables por ser afortunados frente a los desdichados. El otro gran bloque dentro de este segundo eje familiar, serían los niños familiares. La infancia merece un capítulo muy especial porque se procesa y se vive cada estímulo de forma diferente al mundo adulto, y según se integre así nos dará un perfil de personalidad adulta. Así pues, estarían los niños familiares de fallecidos, ante los cuales el abordaje de la muerte es muy distinto al de los adultos. Y por último, el de los niños de familiares heridos leves o graves, ante los cuales el niño se sentirá solo, desprotegido y temeroso.

CONSIDERACIONES SOBRE LA MUERTE:

 
El hombre en su intimidad se hace preguntas sobre su destino incierto, surgen muchas dudas sobre la gran incertidumbre del destino final. Todas las vidas concluyen en el mismo destino, tan difícil de entender y asimilar como certero es. De lo único que podemos estar seguros es, de que vamos a morir. No se sabe ni cuándo ni cómo, a veces sucede en el momento menos previsto, más inesperado.

El concepto de muerte es algo que se va elaborando progresivamente, poco a poco, y es un concepto que cambia sustancialmente con la edad. También el concepto de muerte varía enormemente según culturas y creencias. En nuestra sociedad tecnificada y planificadora, se considera el tema de la muerte como un tabú, nadie se quiere referir a ella, y se intenta controlar con un pancientifismo que nunca podrá salir al encuentro de lo inevitable. Si además consideramos que el ir cumpliendo años en esta sociedad de la corporalidad, la belleza y la juventud, entonces, la idea de la muerte resulta insoportable. Si a esta realidad social e individual añadimos lo imprevisible, doloroso e incontrolable de una tragedia o desastre, entonces el ser humano se desequilibra profundamente, pierde pie existencial y busca desesperadamente culpables contra los que expresar y externalizar su ira y frustración.

Ante la muerte inesperada, ante la tragedia, ante el alarido de desesperación del que nos quedamos, del familiar que tiene que elaborar un duelo e integrar una pérdida, existen unas fases que son de temporalidad diversa, que pueden darse solapadamente, y que tienen una intensidad variable dependiendo de cada personalidad y cultura. Estas fases han sido ampliamente validadas y contrastadas por la erudita tanatóloga suiza Elisabeth Kübler-Ross.

 

1.       Fase de negación o aislamiento: Una vez presentada la realidad de la muerte del ser querido se niega a aceptar la evidencia, pensando que puede tratarse de errores, en este tipo de tragedias, además puede ser factible algún error inicial en el recuento de fallecidos. Se produce, pues, una negación de la muerte, la realidad que se le presenta es excesiva para su psique.

2.       Fase de ira o resentimiento. Cuando la muerte no se puede continuar negando, surgen sentimientos de rabia, ira, envidia y resentimiento, que se manifiestan generalmente en forma de irritabilidad y un talante exigente respecto de los demás. La ira no tiene por qué ser lógica ni válida, igualmente, sólo aflora cuando nos sentimos lo bastante seguros como para saber que probablemente sobreviviremos pase lo que pase.

3.       Fase de negociación. Se comienza a negociar pactos en relación con la muerte, admitiendo su existencia y afrontándola con más realismo. La negociación pude adoptar la forma de una tregua temporal. La negociación, a menudo va acompañada de culpa. Nos quedamos anclados en el pasado.

4.       Fase de depresión. La muerte y sus consecuencias se han asumido de un modo casi pleno, apareciendo síntomas depresivos, generalmente en relación con reacciones de pérdida referidas al pasado y también al futuro. Nos parece que esta etapa depresiva va a durar para siempre, es importante comprender que esta depresión no es un síntoma de enfermedad mental, sino la respuesta adecuada ante una gran pérdida.

5.       Fase de aceptación. Suele confundirse con la noción de que nos sentimos bien o estamos de acuerdo con lo que ha pasado. En esta etapa se acepta la realidad de que nuestro ser querido se ha ido físicamente y se reconoce que dicha realidad es la realidad permanente. Nunca nos gustará esta realidad, ni estaremos de acuerdo con ella, pero, al final, la aceptamos. Aprendemos a vivir con ella.

 
Carta de San Pablo a los Tesalonicenses:
….”No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él…”
 

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