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El horizonte familiar

Pilar Muñoz. 22 de abril. La familia constituye, en términos de la teoría general de sistemas, un sistema abierto con muchos subsistemas. Así tenemos el matrimonio como tal (dos personas), el matrimonio como coalición progenitora, el sistema relacional entre padres e hijos, el sistema interactivo entre los hermanos, y el sistema relacional entre estos y otros familiares. De todo este sociograma deducimos que se trata de un sistema vivo y complejo. A esta complejidad se han añadido nuevos horizontes que impactan y atentan contra el sistema originario de familia. Las nuevas constelaciones de relación familiar son: Aumento de divorcios, incremento de familias monoparentales y la anómala constitución relacional de parejas homosexuales con funciones de crianza.

Tradicionalmente, la familia es la unidad primaria y básica para la susbsistencia y aprendizaje de sus miembros más jóvenes. En sociedades desarrolladas, como la nuestra, la subsistencia económica pasa a un segundo plano, mientras que las interrelaciones entre sus miembros giran en torno a educación, estilos de crianza, trabajo y ocio. Estos objetivos, previamente se encuentran predeterminados por la cultura y el sistema económico imperante.

Durante los últimos años la familia ha sufrido una serie de profundas transformaciones que han afectado al subsistema familiar, a cada uno de sus miembros, y por ende, a la sociedad en general. Parte de esos cambios profundos son el resultado de un diseño capitalista feroz, individualista y altamente tecnificado. El grupo familiar con objetivos humanistas no es un objetivo de mercado, sus miembros tienen sentido vital pleno, luego no son susceptibles de artificios, ilusiones falsarias o fashion victims. Por el contrario, si disgregamos, enfrentamos y confundimos el propósito último de una familia, encontramos individuos aislados, necesitados, doloridos y sin rumbo. Ahora bien, son masas aptas para el manejo e interés de un sistema alienante, deshumanizado y decadente.

Las consecuencias psicológicas y sociológicas inmediatas de este nuevo horizonte familiar, tan común en nuestra sociedad son las siguientes:

Mayores dificultades económicas, puesto que se tienen que mantener varios hogares con idéntico sueldo. Esta situación económica genera unas injusticias sociales, normalmente de género, puesto que el hombre es quien debe hacerse cargo de una prestación económica, y a la vez abandonar el hogar, el cual todavía está por pagar. La realidad emocional para ambos es muy disolvente, puesto que se vive con emotividades diferentes: el varón lo siente injusto y con sensación de desarraigo, por su parte la mujer, puede aprovechar la situación social de desamparo, para beneficiarse individualmente y para emprender un camino regresivo a épocas de mayor libertad y permisividad: adolescencia o juventud.

En los hijos es frecuente una fuerte sensación de inseguridad, incertidumbre y temor a otros sociogramas familiares desconocidos y que le supondrán un esfuerzo adaptativo importante. El principal obstáculo psíquico del hijo de divorciados es la elaboración racional de la nueva pareja. Se producen neurosis de amor odio, difíciles de resolver en tiempo corto.

Ausencia de un modelo parental estable, generalmente el del padre. Al carecer de un modelo de referencia afectivo, moral y de instrucción ética, el hijo vive en un territorio de nadie. Todos aprendemos a querer en relación a cómo se han querido nuestros padres. Esta sería una consecuencia directa en la evolución posterior del sujeto, facilitando trastornos de la personalidad, sentimientos de inseguridad, egocentrismo, manipulación caprichosa del adulto y escasa percepción de la realidad. De igual modo, las consecuencias de estas realidades familiares implican problemas de inmadurez, de estima personal, comportamientos agresivos y antisociales, así como fracaso escolar.

El corolario de este horizonte familiar lo define magistralmente el catedrático de la Universidad de Bolonia; Dr. Donnati, el cual confirma un nuevo modelo relacional familiar. La familia relacional moderna es aquella que se desvincula del inmediato y estrecho nexo biológico y social, relegados a crianzas tradicionales, y concibiendo relaciones cada vez más artificiales y distanciadas entre lo biológico y lo social. Aunque virtualmente se concitan y apuntan a una unidad de pertenencia y afinidades.

El horizonte familiar que estamos modelando en nuestros pequeños está llamado al fracaso particular y general. La modernidad en conceptos familiares ha supuesto un monumento funerario para el sujeto protegido y alimentado por el primer sistema social: la familia. El impacto de esta agonía repercute en el cuerpo social ya que de modo silente aparecen sufrimientos psíquicos de hondo calado masivo:

Desaparición de vínculos de indisolubilidad, suponiendo la entrega y rendición al consumo masivo, a la pasión desesperada y acrítica en sectas o grupúsculos interesados.

Ruptura entre lo biológico y lo social, impidiendo el establecimiento del binomio identidad = identificación. La prole no puede introyectar un modelo estable, duradero y vinculado a su origen vital. No sólo no hay modelo parental, sino que éste puede ser cambiante. La consecuencia última es la desorientación, confusión y caos del sujeto que se abre a la vida. 

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