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Diario YA


 

“No hay hombre que, revestido de un poder absoluto para disponer de todos los asuntos humanos, no sea víctima de la soberbia y de la injusticia” Platón.

El jacobino Robespierre acabó sufriendo su propia medicina: madame guillotine.

Miguel Massanet Bosch.En política se debe andar con mucho tiento respecto a lo que se dice, se hace o se intenta imponer. Ahora el señor Pedro Sánchez está en unos momentos difíciles, porque se empiezan a producir aquellos efectos negativos de la pandemia del Covid 19 y, a la vez, comienzan a asomar las orejas del lobo respecto a las medidas económicas, fiscales, financieras, totalitarias, antimonárquicas y relativas, en general,  a las decisiones que se deberían adoptar en función de todo aquello que se debería considerar prioritario como, evidentemente, sería encontrar la mejor manera que tiene España de intentar recuperarse y, a la vez, enfrentarse con la mayor cohesión interna posible, a lo que se nos viene encima según se nos viene avisando desde todas las instancias políticas e instituciones administrativas y económicas de Europa, como consecuencia del previsible estancamiento de la actividad industrial, últimamente agravado por las consecuencias de la pandemia viral que tantas vidas está costando a la humanidad y que, cuando hablamos de España, da la sensación de que todo el trabajo está por hacer, sin que veamos el menor atisbo por parte del actual Gobierno, de intentar llegar a acuerdos con la oposición mientras, por su parte, se aprecian claros signos de intentar dar un cambio radical a nuestra Constitución y a nuestro sistema democrático de monarquía parlamentaria.

Nadie nos puede tachar de ser monárquicos ni de que estemos de acuerdo con algunos excesos que se han cometido en nombre y por medio de ella, pero el recambio que actualmente se nos ofrece al sistema actual, es mil veces peor para cualquier ciudadano que sea capaz de analizar con un mínimo de sentido común lo que está sucediendo en España, incluso de los que creemos en las ventajas de una república, por supuesto nada que ver con las repúblicas que hemos tenido hasta ahora en nuestro país, pero sí semejantes a la alemana, la francesa o la misma de los EE.UU de América. Por un defecto de muchos que identifican a la república con las izquierdas, el anticapitalismo, el laicismo (por ejemplo: el radical del señor Azaña), la estatalización de la economía o la renuncia de las autoridades a implantar el orden necesario y el respeto por las leyes, lo mismo que la defensa de la unidad nacional, que algunos interpretan como una limitación de las libertades individuales pero que, evidentemente, es necesario e imprescindible en un Estado de derecho, al menos tal y como se ha venido entendiendo en todo país civilizado, que no sea sede del totalitarismo absolutista propio del comunismo bolchevique.

La campaña iniciada por el señor Pablo Iglesias contra la institución monárquica, como sucede con todo lo que intenta vendernos el comunismo internacional, ahora representado por el importado de Venezuela y el déspota que, actualmente, está al frente de su Gobierno, el señor Maduro; es directa, sin disimulos, cargada de demagogia y dirigida hacia la misma dovela clave de nuestra monarquía constitucional. Se trata, en realidad, de desarmar  nuestro sistema democrático, dar paso al separatismo como una forma de desarticular la nación española y, cuando hayan conseguido acabar con toda la oposición, implantar un régimen autoritario, totalitario, como ya han iniciado con la nueva ley de Enseñanza, pergeñada por la señora Celaá, una muestra del feminismo recalcitrante que se ha apoderado del actual Gobierno, que actúa con la evidente intención de implantar en las aulas el pensamiento único, laico y subrepticiamente cargado de una ideología de izquierdas cuando, en realidad, todo lo relativo a la enseñanza de los jóvenes debería ser aséptico políticamente, con el fin de dar oportunidad a que pudieran escoger libremente, sin influencias partidistas, el camino laboral y profesional que prefiriese cada uno y, en virtud de las virtudes y defectos que encontrara en cada opción política, poder decidirse por la que mejor se adecuara a su propia forma de pensar y que se ajustase mejor a sus valores y creencias personales.

El primer aviso le ha llegado,  a Podemos Unidas, de manos de las elecciones que han tenido lugar en el País Vasco y en la autonomía gallega. Alguien afirma que son dos casos atípicos dentro de España por el componente nacionalista que existe en cada una de las dos comunidades, pero (y el propio Pablo Iglesias ha tenido el valor de reconocerlo públicamente) la pérdida de 14 escaños en Galicia, que los ha dejado sin representación parlamentaria, y la de 5 en el País Vasco son como dos sonoras bofetadas en el rostro de su líder, que se va a ver situado en una incómoda situación ante los propios miembros de partido, como ha reconocido la señora Carolina Bescansa,  que ha atribuido el descalabro de su partido a las intrigas y desacuerdos que, últimamente, se vienen produciendo en el seno de la formación morada, la mayoría de ellas debida a la forma autoritaria y despótica de dirigir a los suyos del señor Iglesias y su compañera la señora Montero.
Cuando, el señor Pablo Iglesias, hubo conseguido el milagro, que nadie esperaba, de que se produjera un cambio de opinión tan radical, después de que Pedro Sánchez se desdijera de sus categóricas afirmaciones, cuando unos días antes había dicho que no podrá dormir tranquilo si alguien, de Unidas Podemos, llegara a formar parte de su ejecutivo; de manera que impensadamente se le permitiera acceder al gobierno, como vicepresidente, y con una serie de ministerios para Podemos que nunca, ni en el mejor de sus sueños, hubiera pensado que conseguiría alcanzar; empezó a creer que, la Providencia o el Destino, le había puesto la ocasión de hacerse con el poder, precisamente en el momento en el que se veía más alejado de conseguir lograrlo. Su partido, minoritario y afectado por sucesivos fracasos electorales en las últimas consultas que se habían producido, de pronto se encontró que, desde el punto de vista institucional, había dado un salto de gigante que le permitía poner en práctica, desde el mismo gobierno, sus planes de  acabar con la unidad de España, apoyar a los partidos separatistas e iniciar la campaña de acoso y derribo de la monarquía española, ahora especialmente debilitada por las revelaciones que han salido respecto a ciertos aspectos que afectan al anterior monarca, Juan Carlos I.

Sin embargo, se ha producido una circunstancia que parece que ha dejado a Pablo Iglesias en una situación parecida a la de aquel pintor al que le retiraron la escalera desde la que pintaba el techo de una habitación y quedó colgado de la brocha. Efectivamente parece que, al menos de momento,  a la cúpula de Podemos, la formada por todos los ministros y altos cargos que ocupan puestos importantes en la Administración y en la cámaras de representación del pueblo español, los votantes de Galicia y el País Vasco les han retirado el apoyo que supuestamente les venían prestando y los han dejado en sus puestos sin que se sepa cuál es, en la actualidad, el soporte que reciben de aquellos que los votaron masivamente, pero que parece que también, masivamente, se lo acaban de retirar. ¿Es realmente extrapolable lo que acaba de suceder en las dos autonomías en las que se acaban de celebrar consultas populares o, simplemente, se trata de un fenómeno que sólo tendrá lugar en las dos comunidades en las que existen más independentistas que son, en realidad, los que han absorbido el voto comunista que les habían prestado a Podemos confiando en que los apoyarían para lograr apoyo en su camino hacia una posible independencia?

No han sido buenas noticias para el gobierno de coalición socialista-comunista que, actualmente, está al frente de la nación; como tampoco lo han sido los numerosos rebrotes del coronavirus que ya se han ido reproduciendo en más de 100 lugares de la geografía nacional. Pero, como ya comentamos en otros momentos de esta crisis que estamos padeciendo, esto no ha hecho más que empezar y vamos a  tener ocasión de constatar cómo, todas las bravatas de este Gobierno, su dilapidación del Tesoro, sus excesos en materias sociales y su empeño en seguir imponiendo su política de izquierdas, cuando estamos en unos momentos en los que sería preciso disminuir impuestos, apoyar a las empresas, reducir las cargas fiscales de la clase media y dar facilidades a las empresas para tener una mayor flexibilidad en lo que respeta a sus plantillas, de modo que en caso de un estancamiento de la economía, de disminución de las exportaciones, de caída de la demanda y de contracción de las inversiones; aquellas sociedades, industrias o comercios que no pudieran cubrir sus gastos o padecieran de falta de liquidez, pudieran acudir al mecanismo de la reducción de sus plantillas sin que, para ello, tuvieran necesidad de acudir al concurso de acreedores o a la quiebra.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos queda la duda de cuál va a ser el siguiente paso del señor Sánchez; cómo pueden repercutir, en sus relaciones con los miembros de Podemos en su gabinete, los malos resultados que han obtenido en Galicia y el País Vasco y, otro punto importante del que parece que no se quiere hablar: el caso DINA, sub iúdice,  de la famosa tarjeta de la que se apoderó Iglesias, perteneciente a una joven asesora jurídica de la formación morada y de las consecuencias que puedan tener para el líder comunista el que, la investigación que dirige el juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón y el hecho de que, sobre la mesa de la Fiscalía Anticorrupción, ya hay una denuncia de Vox contra el líder morado por seis delitos, que también se dirige contra la propia Bousselham, su abogada, Marta Flor –hasta hace poco también de Iglesias– y uno de los fiscales Anticorrupción del caso, Ignacio Stampa. Todo un serial, a costa de una tarjeta de teléfono, que puede llegar a poner a Pablo en una situación muy comprometida. De lo que no hay duda es que nos quedan por delante unos meses en los que no vamos a tener tiempo de aburrirnos. Como diría Thomas Fuller: “Una mentira no tiene piernas, pero un escándalo tiene alas”.