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La enseñanza irreligiosa es contraria a las relaciones trascendentales del hombre y, por lo tanto, al hombre mismo. MELLA

El Padr Ruiz Amado S.J. y la cuestión laicista en la educación

José Antonio Bielsa Arbiol. Cuestión candente aunque ya vieja, mas no desgastada en estos tiempos de libertinaje y pecado maximizados, es ésa del laicismo en el sistema educativo español. Cuestión también polémica, sí, pero cardinal para comprender la deriva autodestructiva hacia la que se encamina nuestra patria, España.
El docto pedagogo y notabilísimo escritor P. Ramón Ruiz Amado, S. J. (1861-1934), en su esclarecido libro de conferencias intitulado Los Peligros de la Fe en los actuales tiempos (1905), alertaba de dos tipos de laicismo en la educación, invariablemente nefastos para el cultivo integral y la formación del hombre, a saber:

1) El laicismo positivo (o la escuela contra Dios), de carácter directamente blasfemo e impío, “que -en palabras de Ruiz Amado- educa a los niños en el odio a los ministros del Señor, en el escarnio de las cosas santas, en el desprecio satánico del mismo Criador”; y
2) El laicismo negativo (o la escuela sin Dios), fundado en una tibieza enclenque y miserable, puesto “que -al decir del autor- no enseña a aborrecer a Dios, pero tampoco enseña a amarle; que no predica el odio al sacerdote, pero no le infunde la veneración debida; que no reniega manifiestamente del Cristianismo, pero no se preocupa por formar en el corazón del educando, los sentimientos cristianos” (p. 137).
Leídas y asimiladas estas definiciones, y a 113 años de su impresión, estremece comprobar qué distantes quedan los tiempos del benemérito P. Ruiz Amado de los nuestros: en poco más de un siglo, España ha dado la espalda a este tipo de graves cuestiones, que cree estimar “superadas”. Escuelas públicas, pero también concertadas e incluso privadas (de signo religioso), unas en mayor grado que otras, caminan en la misma dirección: el borrado definitivo de Dios Trino del humano horizonte, en un Estado que se dice aconfesional, pero que a efectos prácticos nada tiene que envidiar a los laboratorios laicistas más tenebrosos, de los que la antaño católica Francia es hoy certero ejemplo.
La amenaza laicista, en cualquier caso, presupone una gran amenaza a la libertad del hombre, por cuanto implica las siguientes lacras, en cuyas trampas totalitarias la multitud ciega e inculta está cayendo:
a) La educación laicista rebaja la dignidad del hombre dotado de un alma inmortal que perfeccionar y salvar, a la escala del animal bípedo privado de ésta, aferrado a sus limitaciones corporales, instintivas o meramente bestiales.
b) La educación laicista fija sus fines en la(s) inteligencia(s) del sujeto, al tiempo que omite de su plan el sano cultivo de la voluntad y el corazón humano; ¿acaso podría bien-formarse el corazón del niño con una educación sin Dios?
c) La educación laicista apela a la razón (llenándose la boca “en nombre de la razón”), mas incurriendo en toda clase de atropellos e imposturas contra la mismísima razón, de modo que su presunto racionalismo es poco menos que un impulso irracional salido de su ignorantismo sectario y cristófobo.
d) La educación laicista niega a Dios para así humillar al hombre, depreciándolo cual nulidad accesoria, tabla rasa no creada por Dios y para Dios, sino para los fines depredadores del Estado.
e) La educación laicista destruye lenta pero inexorablemente los principios de solidaridad propios de la Verdad Católica, creando a lo sumo una multitud enajenada de resentidos, ególatras y abandonados a su suerte. La negación de Dios conlleva a su vez la negación del alma humana, la negación de la familia con todos sus vínculos naturales, la negación de la patria como unidad soberana plena de sentido, la negación en suma de la prístina realidad misma.
f) La educación laicista atenta contra el libre albedrío del hombre, perdiendo las almas en las tinieblas del determinismo animal o las conductas predeterminadas impuestas por el sistema manipulador a partir de las éticas ateas de temporada (la voluntad como árbitro de nuestras acciones deliberadas pasa a quedar alienada en las coyunturas laicistas dominantes).
g) La educación laicista no educa para la obediencia sino para la grosera libertad, que es la más siniestra de las esclavitudes. Al abolir el principio jerárquico del plan educativo, al fomentar el burdo relativismo del “todo sin Dios”, la educación laicista dinamita la Ley Eterna y con ella los cimientos del Derecho Natural, emanados de dicha Ley.
h) La educación laicista, en consecuencia, no educa para la verdadera Libertad, sino para el servilismo (conducente a la aceptación del nuevo paradigma político de disolución), entendiendo dicho servilismo como real servidumbre y sumisión hacia lo contingente e inferior.
i) La educación laicista, teológicamente hablando al fin, es un instrumento utilísimo del Maligno para condenar al fuego eterno al mayor número posible de almas, masa de perdición.
El laicismo educativo de nuestros días, harto radicalizado, implica una clara mixtura de laicismo positivo y laicismo negativo: la escuela sin Dios convive con la escuela contra Dios. Por ende, el dualismo laicista analizado por el P. Ruiz Amado ha quedado, de este modo, superado y atravesado por un laicismo radical propicio para la destrucción del pueblo español (en base a su apostasía social, desencadenada tras las previas agresiones laicistas).

Como podemos vislumbrar, el laicismo en la educación no es tanto una garantía como un menoscabo, un triunfo como una trampa, una conquista cuanto un retroceso. Conviene decirlo alto y claro: el laicismo en la educación es una amenaza a la libertad, puesto que como ya dijo un llorado maestro de la España tradicional, “la enseñanza irreligiosa es contraria a las relaciones trascendentales del hombre y, por lo tanto, al hombre mismo” (Mella).

 

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