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El palpitar de este Corazón

Manuel Bru. 21 de junio. Hace 90 años España fue consagrada al Corazón de Jesús. Hoy, en el centro de esta católica nación, en el Cerro de los Ángeles, el Arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, acompañado por casi todo el episcopado español, renovará esta consagración, es decir, le ofrecerá al Corazón de Cristo el corazón de este pueblo, los corazones de cada uno de los españoles, el querer y el sentir, el sufrir y el gozar, de una generación que desea poder confiar en Alguien que no le falle, y que escucha el venid a mi todos los cansados y agobiados, y yo os aliviaré (Mt. 11, 28-30).

El origen de esta espiritualidad, tan querida hoy por la Iglesia, se remonta al año 1675, y al monasterio francés de la Visitación de Paray le Monial, donde vivía una religiosa llamada Margarita María de Alacoque, a quien se le aparece más de 80 veces Jesús en la Eucaristía, revelándole los secretos de su sagrado Corazón, despidiendo llamas, coronado de espinas y con una cruz en la parte superior y que exclamaba: He aquí el Corazón que ha amado tanto a los hombres y que en retorno no recibe más que ingratitudes y afrentas. Dice el Catecismo de la Iglesia que “la oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados” (nº 2669). Y explica como Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga 2, 20). Es decir, nos ha amado a todos con un corazón humano. Y por esta razón, citando a Pío XII, dice también el Catecismo que “el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), es considerado como el principal indicador y símbolo... del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres” (nº 478).

Nos decía recientemente Benedicto XVI, a propósito del Sacratísimo Corazón de Jesús, que “toda persona necesita un centro para su propia vida, un manantial de verdad y de bondad al que recurrir ante la sucesión de las diferentes situaciones y en el cansancio de la vida cotidiana. Cada uno de nosotros, cuando se detiene en silencio, necesita sentir no sólo el palpitar de su corazón, sino, de manera más profunda, el palpitar de una presencia confiable, que se puede percibir con los sentidos de la fe y que, sin embargo, es mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo”. Hoy los españoles, desalentados por una crisis de humanidad y de solidaridad, necesitamos más que nunca el palpitar de esta presencia, el palpitar de este Corazón. 

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