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Diario YA


 

Con unos políticos con ansia de poder y en los que el fin de gobernar justificaba cualquier medio

El primer mártir

José Vicente Rioseco. Lo que sucedió en los primeros días de 1933 en Alemania, fue definitivo para la misma Alemania, para Europa y para el mundo entero.
    En Alemania se vivía una crisis económica, como nunca había existido. Por el tratado de Versalles, firmado en el hermoso salón de los Espejos del palacio de Versalles, Alemania cedía a Francia parte de sus territorios en el oeste, a Polonia en el este, colonias a Inglaterra y se comprometía a pagar una fuerte indemnización a los aliados como causante de la guerra. Era una humillación en toda regla.
    Pero además la gran crisis económica provocada por el crash del 29 en EEUU, dificultaba más el desarrollo económico de la nación. En aquel ambiente de crisis económica y sensación de humillación general de la población se incubaba el germen de la revolución. El partido comunista alemán se desarrollaba en el buen abono del paro, la desilusión y la falta de orden.
    Esto sucedía en un pueblo que amaba la tranquilidad, cuyo mantenimiento era la primera exigencia de aquel para con sus gobernantes. El pueblo quería a su gobierno para mantener alejados del país el miedo y la miseria. Los terrores de la pasada guerra estaban muy enraizados en el sentir del pueblo alemán. Los conceptos de orden, disciplina y severidad para consigo mismo eran, enormemente sugestivos para la conciencia alemana. El estado era la última e inapelable instancia de la que esperaban soluciones, y se deseaba un líder que pudiese dirigir la nave del Estado. El mayor temor del pueblo alemán era el terror al caos.
    Para el pueblo alemán ninguna promesa de tipo social podía ser comparada a la satisfacción en su mundo privado. La felicidad en el ambiente familiar, el amor por la naturaleza, por el arte, por la música, eran las grandes satisfacciones de aquel pueblo. Sus mejores y más admirados hombres eran músicos o filósofos.
    En una carta de Richard Wagner a Franz Liszt, aquel le dice que “Un político es algo repugnante”. Si en algo se podría considerar a Wagner como una expresión de su pueblo, era en su odio a la política y el desprecio a los políticos. La antipolítica era la defensa de la moral contra el poder, la humanidad contra lo social, el espíritu contra la política.
Thomas Mann ya había escrito entonces “Consideraciones de un apolítico” en donde defendía la cultura en contra del “terrorismo de la política”
    En esta situación y con este pueblo, en el parlamento alemán los distintos partidos luchaban entre sí, tratando cada uno de ellos alcanzar el poder. Los más radicales, comunistas y nazis, ambos con la idea clara de alcanzar el poder para no dejarlo. Entre ellos socialdemócratas y distintos partidos conservadores de la burguesía alemana.
    Un presidente del Reich (presidente de la república) Hindenburg, anciano y débil, que consideraba su alto puesto como el último servicio a la nación, pero indeciso ante las luchas internas de los jefes de partido, no alcanzaba a formar un gobierno estable. Un canciller (presidente de gobierno), primero Von Pappen, luego Scheleicher, que trataban de conseguir aliados en los distintos grupos, con objeto de ser ellos los líderes de aquel estado, que tenía una gran pueblo, pero que carecía de los políticos adecuados para pilotar la nave de la nación.
    Es entonces cuando aparece la “genial” idea, que fue incluir en el gobierno al partido nazi, con la esperanza de a) neutralizar el peligro de la revolución comunista b) debilitar al partido nazi, con el desgaste de todo partido en el poder y c) dirigir desde el gobierno de coalición, ahora con mayoría suficiente, una política conservadora y seguir así manteniendo el poder.
    Era verdad que Hitler exigía ser el canciller para formar gobierno, pero en el ejecutivo la mayoría de los ministros serían de los partidos conservadores. De hecho Pappen esperaba que aquel gobierno fuese un duunvirato de él y Hitler.
    De esta forma el 30 de Enero de 1933, Hitler llegó al poder de forma democrática, elegido por el parlamento y propuesto por el presidente de la república. Aquello no fue una victoria pues faltaba el enemigo.
    La llegada al poder de Hitler y el nazismo se dio en una nación culta, amante del arte y del espíritu, y asqueada de la cosa política. Con unos políticos  con ansia de poder y en los que el fin de gobernar justificaba cualquier medio, incluso el de incluir en el gobierno a partidos antidemocráticos confesos. Y todo en una situación económica de crisis profunda, fácil de utilizar por parte de los demagogos, como instrumento de lucha contra los políticos de la casta.
    El resto de la historia la conocemos todos. El primer mártir fue la libertad.

josevrioseco@gmail.com

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