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El Prof. Domínguez y la Facultad de Teología «San Dámaso»

José Escandell. 28 de febrero. Ha fallecido hace unos días el sacerdote D. Pablo Domínguez, Ordinario de Filosofía de la Facultad de Teología San Dámaso y Decano de esa Facultad. La noticia ha tenido amplia difusión y el entierro fue un acto de gran significación, presidido por el Cardenal de Madrid, concelebrado por centenares de sacerdotes y obispos, y con la Catedral de la Almudena llena de público. Muchos le conocíamos y le apreciábamos.

La Facultad de Teología San Dámaso, ahora acompañada por la Facultad de Filosofía, junto a los dos Institutos (de Filología Clásica y Oriental y de Derecho Canónico), está llamada a ser, en pocos años, una Universidad Pontificia, punto de referencia de los estudios eclesiásticos para toda España, Hispanoamérica y casi de Asia y África, por lo menos. En este proyecto, el Prof. Domínguez estaba siendo un instrumento vital para el Cardenal Rouco, quien ahora se ve contrariado seriamente. Desde luego, este proyecto tiene una enorme envergadura en el marco de la renovación de la Iglesia en España y de la restauración de un sólido pensamiento cristiano en el mundo. Merece todo el apoyo y todo el esfuerzo, a pesar de las zancadillas del Enemigo.

La Facultad de Teología, como tantas cosas en la Iglesia, ha hecho su propio camino de maduración tras los vientos turbulentos del postconcilio, gracias a una gestión paciente y lenta, aunque decidida, emprendida por el Cardenal Rouco, que se apoyaba en el también fallecido Eugenio Romero, que fuera Obispo Auxiliar de Madrid. De nuevo solo en esta empresa, el Cardenal habrá de evaluar cómo continuar en esta fructífera vía. Hoy San Dámaso es punto de referencia en la formación católica, de seminaristas y de otros muchos, en toda España y en numerosos países americanos, africanos, orientales, etc., y podría llegar más lejos y debería llegar más lejos.

Fallecido en plena flor de la vida, desconozco el alcance de la obra pastoral del Prof. Domínguez, que aventuro abundante y fecunda. Tampoco ha tenido tiempo el Prof. Domínguez de construir una obra intelectual personal sólida. Con todo, sobre la base del conocimiento que pude tener de él, pero dentro de mi más privada responsabilidad, creo justificado ofrecer en homenaje algunos comentarios a los que les gustaría sintonizar con el espíritu de su pensamiento.

Estimo que un rasgo muy destacable de la ejecutoria decanal y académica del Prof. Domínguez es, dicho en pocas palabras, su capacidad de ponderado equilibrio entre lo antiguo y lo moderno, entre lo prudente y lo audaz.

El Prof. Domínguez, si yo no le entendí mal, estaba convencido de que la formación básica en la cultura católica requiere al menos dos elementos, uno de referencia al pasado y otro relativo al futuro. En un sentido, la formación sólida ha de buscar los cimientos en la tradición cristiana, sin complejos ni vergüenzas, sino con el orgullo de saberse sucesores de San Justino, San Agustín o Santo Tomás de Aquino. En otro, ha de enfrentarse con los problemas de nuestro tiempo y disponerse a progresar en el pensamiento, sin nostalgias ni inmovilismos, aunque sin ceder al espejismo de la novedad y de las corrientes de pensamiento que se creen revolucionarias.

Mi querido Prof. Domínguez era filósofo y sacerdote. No ambas cosas en igualdad de condiciones, aunque sí en respetuosa dualidad complementaria. Ni siquiera ejercía propiamente de teólogo, sino de más humilde pensador, limitado voluntaria y gustosamente al cultivo de la razón natural, que también es don de Dios. Me alegro de que fuera filósofo, ahora ya sabedor de qué es la Sofía plena a la que todos aspiramos, porque ceñido a este ámbito podía ofrecer a Dios un sacrificio ciertamente «racional», y demostrar con hechos que la fe no se yergue orgullosa sino sobre una razón fuerte y viril. Que la fe no huye de lo creado, sino que lo abraza y lo ensalza. 

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