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Diario YA


 

HIC SUNT LEONES

El tango y el flamenco

Ricardo Ruiz de la Serna. 15 de febrero.

El martes pasado fue un día de prodigios y los sabios podrán confirmar que los signos más funestos del cielo presagiaban la que se avecinaba. Aquella desapacible y fría tarde llegó la Sra. Fernández de Kirchner al Congreso después de hacer esperar al Presidente del Gobierno, al Presidente del Congreso, al del Senado, a la guardia de Honor, a la Banda de música, a los periodistas y al pobre cronista. Entonces llegó ella, condescendió a la carne mortal y se hizo presente en la Carrera de San Jerónimo. No sé por qué, pero cuando esta señora camina parece que suena de fondo un bandoneón.

El Sr. Bono recibió a su ilustre huésped con un discurso en que el no faltaron Borges, Sábato, Bioy Casares ni el fútbol. El cronista –que está a la que salta- echó en falta el asado de tira y las empanadas tucumanas, pero no eran horas. A las 16:00 uno no está para opíparos banquetes sino para siestas memorables. El Sr. Bono elogió las virtudes de la Argentina y su pueblo,  celebró los lazos históricos comunes y el futuro compartido de ambas naciones. Inventó seis o siete formas nuevas de pronunciar en español, citó versos, enumeró personas y acontecimientos y sólo le quedó cantarse un tango y bailar una chacarera. El cronista lamentó no poder incluir tal maravilla en sus notas. La próxima vez, tal vez vaya al Congreso con un bandoneón o una guitarra: que la memoria de Gardel y Cafrune me perdone.

La Sra. Fernández de Kirchner repitió en lo esencial el mismo discurso de días anteriores y de visitas anteriores. Si algo funciona, ¿para qué romperlo? Recordó su herencia española, evocó su actividad parlamentaria en Argentina, condenó el capitalismo salvaje y todo lo hizo sin leer y con esa cadencia maravillosa que tiene el acento porteño.

En total, la visita de la Presidenta duró unos cuarenta minutos y se fue como llegó: trepidante como un malambo y con un séquito de asesores, seguidores, colaboradores, ayudantes, escoltas, edecanes, viajeros, expertos, diplomáticos, periodistas, reporteros y demás acompañantes. El cronista sospechó que en lugar de la Sra. Fernández de Kirchner, había llegado el Presidente Obama.

A eso de las 16:45 se había acabado el alboroto y el Hemiciclo iba el tiroteo. Lorca no falla para describir al ser humano. Allí estaba todo el mundo pendiente del duelo del presidente y el Sr. Rajoy, como si fueron Wyatt Earp y Billy el niño en el OK Corral. El Presidente comenzó dando el número de los parados: tres millones doscientas siete mil novecientas personas. Acto seguido, empezó a distribuir kleenex para enjugar las lágrimas de su discurso: Todos los que estamos aquí reunidos sabemos bien lo que ese dato significa. Yo lo sé bien. Pertenezco a una generación cuya juventud estuvo marcada por el desempleo. Una generación que conoció tasas de paro superiores al veinte por cien de la población activa en general, tasas que para los jóvenes llegaron a superar el cuarenta por cien. En ese momento, el cronista entendió por qué alguno de los políticos presentes jamás trabajó: no había dónde. Claro, pensó el cronista, por eso se metieron en política: no tenían dónde ir. ¡Pobre Presidente! No encontró trabajo y eso lo explica todo. A veces, la retórica se vuelve desfachatez.

A lo largo de los siguiente cuarenta minutos vimos a un Presidente que, como el piloto automático de Aterriza como  puedas, se iba desinflando. Repitió las soluciones consabidas (la obra pública, el Fondo de Adquisición de Activos Financieros, el ICO como salvador del empresario, el Fondo Estatal de Inversión Local…). Casi todo estaba más visto que el tebeo pero la cosa no tenía mucha gracia. El presidente estaba serio, flojo, como superado por unos acontecimientos cuya evolución no puede prever. Vimos a un Presidente a quien sólo le quedan sus habilidades comunicativas. Como al Bolívar de García Márquez, sólo le queda evocar viejas glorias y confiar en los encantos que aún mantiene. He aquí la fortuna del Presidente. Se sienta, da palmas, exhala un quejío, canta una copla llorando la pena y la negra suerte como en el flamenco y ¡hala! El público en pie.

El líder de la oposición fue duro, muy duro. Pegó fuerte y pegó bien, pero pegaba solo. Con un partido que hace una oposición de guerrillas que, además, libran entre sí una feroz batalla, el Sr. Rajoy sabe que su partido parece una película de Jackie Chan con todos repartiendo patadas y puñetazos aunque sin estrategia ni método. Usted no reconoce la realidad; la falsea. No ha sido capaz de decir la verdad a los españoles en ningún momento. Ni siquiera lo ha hecho hoy. Teme a la verdad. Las acusaciones de falta de diagnóstico fueron unidas a las propuestas de bajada de impuestos, control de los gastos y reformas: la laboral, la energética y la educativa. ¡Pum! ¡Pum! Rajoy soltaba derechazos al Presidente con la habilidad y la ironía de un buen parlamentario (lo es) pero sabiendo que las últimas noticias sobre presuntos casos de corrupción y los enfrentamientos internos pueden socavar su posición en el Partido. Hay algunos que aguardan su caída para repartirse lo que quede.

El debate quedó en nada. Es curioso: en estas sesiones se discute mucho, pero nunca se concluye nada. Allí llega cada uno, dice lo que quiere, le contestan y cuando todos han hablado, cada uno se vuelve a su casa o al despachito oficial. Hubo alguna noticia (la reducción del gasto público corriente en mil quinientos millones de euros) pero, en general, la tarde del martes estuvo, como el tiempo, fría y desapacible. 

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