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España: Cuerpo y Alma

Fernando Z. Torres Nuestro día a día está sembrado de actos insignificantes en cuanto a su relevancia pública, pero importantes respecto del fondo de su alcance. Lo baladí del hecho material tiene enorme trascendencia en cuanto a la conformación de los valores de las personas: ese conductor que no cede el paso al peatón, el padre que da siempre la razón a su hijo frente a la autoridad del profesor, el trabajador invocador de su ristra de derechos frente a sus inexistentes obligaciones...Lo espiritual también tiene su veto en el afán por borrar la herencia cristiana de España, cuyos orígenes se remontan al siglo I con la Evangelización por parte del Apóstol Santiago y el más que probable viaje de San Pablo a nuestra Patria, según se narra en la Epístola a los romanos. De este modo, vamos arrinconando nuestra propia historia como si de un trasto viejo y molesto se tratara, acabando por verter al mar del olvido la rica materia que nos conforma, y desechando de nuestro ADN la parte molesta que nos recuerda que somos algo más que piezas de barro.

El individuo se ha preocupado, de un tiempo a esta parte, por disponer de un bienestar personal y social en el cual desenvolverse despreocupado y poder sacar pecho frente a sus semejantes, proyectando ante ellos la demostración del hombre autosuficiente y de éxito. Ha fomentado, en su ignorancia, una forma de vida basada en el materialismo y la apariencia, desechando la espiritualidad necesaria que desde tiempo inmemorial le fue dada, hasta el punto de apartar por completo de su existencia las necesidades del alma.

Los españoles no nos hemos dado cuenta de que hemos desvirtuado la esencia del ser humano convirtiendo lo material y lo etéreo de la condición de ciudadanos de esta nación, en una suerte de elemento alienado y confundido del cual nacen nuevas generaciones desconocedoras de su memoria. La inconsciencia de la realidad patria es lo que hoy lleva a la gente de mi generación, la nacida en la década de los ochenta, a no dar importancia a los valores que nos conforman como grupo de personas. El conocimiento de la realidad de nuestra filiación es imprescindible para poder construir nuestro futuro impidiendo que factores externos, nocivos y falseadores, desvirtúen y adulteren nuestra naturaleza.

La identidad nacional no es sinónimo de sectarismo retrógrado. Más al contrario: supone el apego a la realidad que acoge al sujeto, modelándolo y adaptándolo, en su evolución, con las características propia de la zona en que se produzca su desarrollo. Cualquier país que se precie de serlo no puede sino sentirse orgulloso de lo que conforma la singularidad que lo rodea y el legado que se le ha otorgado.

Muy a mi pesar, en los días que nos toca vivir, el reparo a sentirse parte de nuestra nación, cuyo pasado bien podría ser la envidia de cualquier Estado moderno, produce cuanto menos vergüenza e indignación. La habilidad con que determinadas formaciones políticas dibujan una España ficticia, penetran de forma sutil pero machacona en el interior de aquellos que únicamente se preocupan por lo tangible de la vida. Desoír las necesidades del alma y no atender los sentimientos por desconocer la propia historia, propicia el caldo de cultivo en el que proliferan sociedades vacías, necesitadas del gurú de turno que las guíe a su antojo.

El egoísmo imperante en España en la actualidad no es más que el reflejo del individualismo reinante en el que estamos inmersos. La solidaridad en España sólo se manifiesta en catástrofes como el demencial 11M, del cual se cumplen 10 años en estos días, los incontables atentados de ETA o las innumerables catástrofes naturales que sí ponen de manifiesto el carácter fraternal de los españoles. Sin embargo, no es de recibo que sólo sea en estas fatídicas ocasiones en las que volvamos los ojos hacia nuestros compatriotas. Tenemos que formarnos día a día en la grandeza de la nación española para poder hacer frente, con argumentos, al desprecio con el que nos obsequian aquellos que, de forma torticera, se atrincheran en la barricada del rencor inexplicable pero no hacen ascos a la ayuda de ese “Estado español”, al que se refieren con desprecio y de forma peyorativa cuando necesitan ayuda.

La socialdemocracia española plantea un discurso distinto en cuanto a la idea de España dependiendo del territorio en que exponga su mensaje. En su día asistimos al tripartito catalán, nacido en el dañino Pacto del Tinell, que aglutinó a PSC, ERC y IpCVerdes, primero con Maragall, más tarde con Montilla como presidentes de la Generalidad, resultando, sobre todo el segundo, de los gobiernos más despilfarradores que jamás conoció Cataluña. El PP, por su parte, ansiaba tanto el cambio político que después de 14 años de gobierno ininterrumpido de Felipe González, entendió como mal menor pactar con los separatistas de CiU para hacerse con el gobierno a cambio del correspondiente desarrollo de la financiación autonómica y la obligada cesión decompetencias.

Como vemos, a los partidos mayoritarios lo de España les resulta relativo, discutido y discutible, siempre que haya poltrona por medio. En estos momentos disponemos de opciones nuevas, a izquierda y derecha, que no albergan dudas en sus idearios respecto del significado de España. UPyD Y Ciutadans, con Rosa Díez y Albert Rivera; Vox y AES (con la coalición Impulso Social), esto es Santi Abascal y Rafael López-Diéguez son cuatro opciones a tener en cuenta para que depositar el voto en la urna suponga, además de un acto material, un sentimiento espiritual.

 

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