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Diario YA


 

España en sus infiernos (2): Infierno de kobardes

Laureano Benítez Grande-Caballero

Durante más de 70 años, hemos vivido en España un sueño maravilloso: creyendo que habíamos desarmado  y hecho cautivo  al ejército rojo, danzamos y cantamos en bellas noches en nuestros jardines, en hermosas verbenas patrias que nos llenaron de regocijo y de orgullo, porque creíamos haber exterminado al Leviatán rojo al que hasta entonces nadie había podido domeñar.
Por entonces éramos cruzados, defensores heroicos de una patria irreductible contra la que nada pudieron hacer las mismísimas puertas del infierno, soldados de unos tercios legendarios que al Averno rojo hacían temblar, al grito de «¡Viva España!».
Pero no estaban muertos, sino que simplemente hibernaban, encapsulados en sus tumbas draculianas, dispuestas en las sentinas de nuestro «Enterprise», que creímos que nos llevaba al «Star Trek» de una gloria galáctica, en un viaje alimentado por las reservas espirituales de Occidente.
Mas, en realidad,  desde la Transición nuestro país no estaba siendo dirigido hacia una apoteosis patriótica de destino en lo universal, sino hacia la chatarra interestelar de una tercera República, hacia el agujero negro de un populismo luciferino, hacia los escoriales globalistas donde aliens rojos de toda calaña devorarán nuestros huesos. Del infinito al cero, del incienso al azufre luciferino, del nacionalcatolicismo al rojopopulismo: sic transit gloria mundi.
Es así como estamos protagonizando un siniestro remake de «2001: una odisea en el espacio», con la diferencia de que la supercomputadora de nuestro «Enterprise» no se llama HAL, sino NOM,  instalada por los plutócratas globalistas; la cual, en vez de asesinar a los tripulantes como HAL, tenía como misión despertar a los monstruos crionizados, a los ectoplasmas de la segunda República, para que protagonizaran entre nosotros un holocausto zombi como jamás se vio, musitando con sus mandíbulas leporinas aquello de: «Sé lo que hicisteis en el último 39».
Y aquí están de nuevo ―redivivos, agresivos, vociferantes, blasfemos y golpistas―, los milicianos de la segunda República, con el grotesco puño-en-alto, organizando barrikadas, preparando revoluciones desde sus trincheras, dominando el cotarro desde sus orgías mediáticas, okupando plazas y patios, asaltando capillas, escracheando a todo lo que se mueve a su derecha, desmochando cruces, desenterrando cadáveres, quemando nuestras banderas, ejecutando su enésimo golpe de Estado entre congas bullangueras y bafométicas performances, confeccionando listas negras con todos aquellos que no hacen genuflexiones ante su pensamiento globalistamente correcto…
Parece que fue ayer, pues estas turbas de ultraizquierda son las herederas directas de las chusmas de socialistas, anarquistas y comunistas que se enseñorearon impunemente de las calles durante la segunda República, jugando a un cruel pinball con religiosos y gente a la que consideraban non grata, asaltando alcaldías en las que hacían ondear la bandera con la hoz y el martillo mientras cantaban sus internacionales, mientras fusilaban por el simple hecho de llevar corbata, ir a misa, o tener un negocio… eso sí, robando después a los cadáveres hasta los anillos de boda.
Ante sus fechorías, las derechas callaban, asustadas, medrosas, cobardes, esperando que amainase el temporal, huyendo despavoridos como alma que lleva el diablo.
Sí, España, que viviste un sueño y ahora despiertas en una pesadilla... España, Titanic a la deriva, en plena zozobra después de chocar contra el Ice-Bilderberg, mientras una banda de perroflautas canta impertérrita La Internacional, sabedores de que están a punto de mandar a la gélida mar océana a los que le ganaron la guerra.
Es como una desbandada de vampiros al amparo de la noche gótica que se ha abatido sobre nosotros, como un ejército desencadenado de saurones despiadados, de lobos siniestros que en las tinieblas desentierran los cadáveres azules, en valles de los caídos, en templos arrasados por profanadores impunes, en calles donde figuran carniceros rojos mientras se elimina a Dalí y Pemán.
El NOM lo ha tenido fácil, pues bastaba resucitar a estos milicianos insepultos, a estos aliens venidos de un maléfico planeta rojo, haciéndoles agitar banderas separatistas, regurgitando cantonalismos en la “nación de naciones”, en el “país de países”; era suficiente con conjurar en noches de espiritismo al fantasma de Buenaventura Durruti, de Largo Caballero, de Andreu Nin… con invocar en aquelarres dantescos el guerracivilismo rencoroso de los perdedores.
Les está siendo fácil destruir España, porque ya no somos los mismos, ese pueblo gallardo, valeroso y heroico que escribió tantas epopeyas en la historia. Como dijo García Lorca, “yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa”. Ni mi España es ya mi España, abandonada a los leones, amenazando ruina sus muros, mancillados sus valles y sus caídos, mientras se preparan nuevos holocaustos en los coliseos de siempre, mientras los mamelucos cargan contra los españoles aborregados.
Indiferente o cobarde, España vuelve la espalda ante este meteorito de horror que se anuncia en el firmamento. Sí, el NOM lo está teniendo fácil, con un pueblo cobarde, sin pulso, como decía Manuel Silvela en 1898, tras el desastre de Cuba: “No se oye nada: no se percibe agitación en los espíritus, ni movimiento en las gentes. Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal: discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España: dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso [...] pero el corazón que cesa de latir y va dejando frías e insensibles todas las regiones del cuerpo, anuncia la descomposición y la muerte al más lego”.
Hoy, al igual que ayer, callan las derechas, porque en España —si VOX no lo remedia— no hay ningún partido que pueda adscribirse a ninguna bancada azul. Aquí lo que tenemos es un cobarde liberalismo reformista-progresista, incapaz de defender las tumbas de sus próceres, de defender la vida de los no-nacidos; cobarde hasta para eliminar ―con su mayoría absoluta― la nefasta Ley de Memoria Histórica. Vendidos al Club Bilderberg, ¿qué se podía esperar de ellos?
Y también calla la Iglesia ante las persecuciones al catolicismo. Claro, ya no queman conventos e iglesias, ya no violan monjas… estos ataques de ahora de las luciferinas turbas de la ultraizquierda son chiquilladas de niños traviesos, como dicen algunos obispos: qué más da esa cruz machacada, esa capilla asaltada, esa tumba profanada, esas iglesias donde se cuentan votos independentistas…
Callan las mayorías silenciosas ―indiferentes y cobardes―, con un ominoso silencio de los corderos, consumiendo sus vidas entre la telemierda y los lavados de cerebro estilo NOM de la Sexta, entre terrazas cerveceras y consumismo devastador.
Conquistamos lejanas selvas, atravesamos procelosos mares, dominamos mundos inaccesibles, derrotamos a poderosos imperios, reconquistamos durante siglos nuestros solares a la morisma, humillamos al invencible Napoleón, arrasamos la revolución roja como nadie había hecho hasta entonces… para acabar así: siendo carne de cañón para el Club Bilderberg, esclavos del NOM, siervos del globalismo, borregos que los gerifaltes mundialistas sacrificarán a placer.
Si una imagen vale más que mil palabras, una imagen de Quino ―creador de Mafalda― es la mejor ilustración para la España cobarde de hoy: un plutócrata de manos ensortijadas y habano en la boca discurre por una calle, de pie en su impresionante descapotable, arrojando chupetes a una población que se arrodilla ante él con la boca llena de baba aduladora, con ojos de cordero degollado, mientras pugna por hacerse con uno de aquellos regalitos.
España es hoy un impresionante territorio komanche, donde un pueblo antaño invencible y heroico contempla cobardemente desde los visillos de las ventanas de sus casas la invasión de sus calles por bandas de forajidos, que penetran violentamente en nuestras ciudades «Far West» como caballos locos, arrasando nuestros solares con sus dantescos espectáculos, entre orgías de pólvora bolchevike, destrozando cacharrerías, desencadenando impunemente su matonismo bolivariano, violando los principios y valores que nos hicieron grande como Nación.
Y hay una película para todo esto: dirigida y protagonizada en 1972 por Clint Eastwood, en ella éste hace el papel de un pistolero que llega un pueblo, el cual le contrata para que organice la defensa ante la llegada de una banda de forajidos. El pistolero, a la hora de la verdad, deja que la horda de malhechores arrase gran parte de la población, antes de intervenir en su defensa. El motivo de esta acción fue que el pueblo contempló impune y cobardemente cómo los forajidos masacraban al sheriff, sin que nadie hiciera nada por impedirlo.
Cuando le preguntan el por qué de su venganza contra el pueblo, el pistolero responde: «Era mi hermano».
Si: era mi España. ¿Cómo se llama la película?: «Infierno de cobardes».
Sin embargo, como dijo el gran Gandhi: “Los cobardes mueren muchas veces antes de morir”. Frase que entronca con la que dijo Burke: “Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada”, cuya moraleja resuena prístinamente en las palabras de Luther King: “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”.
Pro la mejor explicación del infierno de los kobardes, de la sociedad aborregada, del silencio de los korderos se debe al filósofo de la Ilustración Emmanuel Kant: “La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los hombres permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de dirección ajena; y por eso es tan fácil para otros el erigirse en sus tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Aquellos tutores que tan bondadosamente han tomado sobre sí la tarea de supervisión se encargan ya de que el paso hacia la mayoría de edad, además de ser difícil, sea considerado peligroso por la gran mayoría de los hombres”.
Por tanto, es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en naturaleza suya. Incluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse de su propio entendimiento, porque nunca se le ha dejado hacer dicho ensayo.[. . .] Por eso, pocos son los que, por esfuerzo del propio espíritu, han conseguido salir de esa minoría de edad y proseguir, sin embargo, con paso seguro.

 

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