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Diario YA


 

El derecho a decidir y la paranoia de llevarlo todo a las urnas ha enloquecido a miles de personas que se han creído las mentiras del Sistema

ESTULTOCRACIA

Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter Fue Aristóteles el primer pensador que vio que la degeneración de la democracia era la demagogia. Veinticuatro siglos después, a esta vergonzante degeneración de la democracia parlamentaria sólo podemos llamarla demogresca o estultocracia. El resultado de haber subido la democracia a los altares y de haber divinizado a las personas después de haber asesinado a Dios. Nos quedamos primero sin el único referente moral posible, y hemos terminado con el único sistema político que, si es cuidado y respetado, garantiza el poder del pueblo. Nosotros lo hemos corrompido y pisoteado.

El derecho a decidir y la paranoia de llevarlo todo a las urnas ha enloquecido a miles de personas que se han creído las mentiras del Sistema. Personas que parecen decididas a inmolarse en un aquelarre sin sentido que ya ni siquiera es posible, por la falta de las infraestructuras más elementales. Puigdemont y los mandarines separatistas han conseguido nublar la razón de los más sensatos y arrastrar a los más radicales a una espiral de odio de incalculables consecuencias. De tal modo que no sabemos si habrá o no referéndum, probablemente no, pero tampoco sabemos si el 2 de octubre no habrá que lamentar cosas todavía peores que una consulta ilegal.

Lo que hemos visto los últimos días es sencillamente terrible: coches patrulla de la Guardia Civil asaltados por energúmenos que rodearon a los agentes, impidiéndoles el paso. Durante casi veinte horas estuvieron retenidos contra su voluntad, hasta que los Mossos recibieron la orden de escoltarles para que pudieran salir. Para entonces, la chusma había robado las armas que los agentes guardaban en sus vehículos, convertidos para entonces en escaparates de banderas estrelladas. La autoridad, por los suelos, el honor de un cuerpo ejemplar, mancillado y sin ayuda, dejado a su suerte y en manos de una muchedumbre sedienta de venganza.

A esto han conducido cuatro décadas de dictadura encubierta, o de democracia corrompida. Un sistema que se ensaña con los catorce patriotas que entraron, con cajas destempladas, a interrumpir un acto ilegal de apoyo al anterior referéndum separatista, el del 9-N. Dando dos empujones y medio, y gritando Cataluña es España. Con malos modos, cierto. Pero ¿es para que entren en prisión, como ha ordenado el Supremo, durante 3 ó 4 años, personas que dejan trabajo, estudios, familia...? ¿Qué les va a ocurrir a los salvajes que han humillado a la Guardia Civil en Barcelona, si ni siquiera han sido detenidos ni identificados? Nada. En esto consiste la corrupción del sistema, en la iniquidad en el trato a unos y a otros.

En esos españoles de bien que se están manifestando estos días con la enseña nacional por las calles de Cataluña, como en los agentes de Policía y de la Benemérita que están aguantando provocaciones, insultos y amenazas de esa jarfia indecente, en todo aquel que está poniendo la defensa de la ley por encima de las ensoñaciones de 4 iluminados, residen las pocas esperanzas que nos quedan ya de salir de este pozo sin fondo. Porque se han derrumbado los cimientos de la civilización, edificados durante décadas sobre la moral y sobre la justicia, y lo único que nos queda ahora es una democracia hedionda donde cualquiera puede decretar cualquier disparate siempre que haya una urna de por medio.

¿En qué otro momento de nuestra reciente historia se podía insultar y acorralar a una patrulla de la Guardia Civil, y robarles las armas reglamentarias, sin que hubiese consecuencias inmediatas?, ¿en qué otro momento ha habido gente capaz de enfrentarse y desafiar a quienes representan el orden establecido y el cumplimiento de las leyes? Hemos tocado fondo, y esto ya no se arregla parando un golpe de Estado como parece que se va a hacer, sino restableciendo las bases del Sistema, algo que sólo puede hacerse desde la defensa a ultranza de la sagrada unidad nacional, ahora en almoneda por la dejadez y la cobardía de unos y de otros.

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