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Diario YA


 

Fideísmo y secularismo, primos hermanos

José Escandell. 21 de noviembre.

Una vez más los extremos se tocan. El fideísmo y el secularismo concuerdan al menos en que ambos ven a Dios como algo ajeno al mundo. El secularismo pone a Dios al margen de las cosas e inquietudes del mundo (en el mejor de los casos); ya tuvo Dios bastante con crear el mundo y, una vez acabada la hazaña, el Arquitecto deja que su criatura se independice y Él descansa para siempre. En el peor de los casos, para cierto secularismo Dios ni siquiera existe. (Al fin y al cabo, no es tanta la diferencia entre un Dios ocioso y un Dios inexistente). Por su parte, el fideísmo presenta a Dios como dado sólo a la fe y, consecuentemente, fuera del alcance de cualquier pensamiento que haga pie en el mundo. El mundo, para el fideísmo, no es signo de Dios, sino realidad extraña.

También hay en ambos una depresión de la razón. Esto se ve más fácilmente en el caso del fideísmo, pero resulta chocante dicho del secularismo. Los secularistas son racionalistas, en el sentido de que rechazan que el conocimiento humano pueda ir más allá de los límites del mundo. Los fideístas son ciegos para la razón natural; los secularistas son ciegos para la razón sobrenatural. Ambos mutilan la razón, por un extremo o por otro.

Son numerosos los avatares del secularismo. Su fachada más conocida y frecuente es la que puede ser caracterizada por dos ideas: el ser humano no puede conocer más que la apariencia de las cosas, y no su auténtica realidad; y: la ciencia es lo mejor que se puede hacer con la mente humana. Es notable reconocer en los fideístas un esencial acuerdo con estas ideas. En ellas está cifrado para ambas posiciones, al fin y al cabo, el límite infranqueable de la razón humana, su miseria (para el fideísmo) y su grandeza (para el secularismo).

No es cuadrar el círculo, ni cruzar osos con hormigas, enlazar el secularismo con el fideísmo. El uno mira hacia el suelo y el otro sólo se interesa por el cielo. Puede intentarse la síntesis. Es lo que pretende, seguramente, el movimiento que grosso modo puede denominarse new age. La síntesis de la ciencia y la espiritualidad, del mundo y del cielo. Por ejemplo, léase al Dalai Lama, o a Leonardo Boff. Lo malo de esta hibridación es que, lejos de compensarse las respectivas insuficiencias, se potencian e incrementan. La resultante es un monstruo. 

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