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Diario YA


 

Camino de Zinderneuf

Hablemos de Zinderneuf

Juan Carlos Blanco Va siendo hora de explicar lo de Zinderneuf, supongo. Aunque algunos ya sabrán de qué estamos hablando, la blanca y ardiente arena bajo el sol abrasador del desierto del Sahara, el entrechocar de los aceros al avanzar al galope tendido los Spahis sobre las dunas eternas, los oasis tan esporádicos que generan siempre una impresión lenitiva y que ejercen de punto de inflexión irrevocable, a sabiendas de que una vez rebasados puede no presentarse una oportunidad segunda en que tentarse las vestiduras y recuperar el resuello. Beau Geste fue la primera entrega de una trilogía escrita por Percival Wren en la década de los veinte, sus experiencias vitales como miembro de la legión extranjera reflejándose con todo el ardor y el anhelo de quien vivió en primera persona la mayoría de los sucesos, su escritura sin ambages ni medias tintas dejando para la posteridad el recuerdo de aquello que contemplaron sus ojos y que pertenece a un tiempo que se antoja irrecuperable y ya extinto; una guerra con apariencia de antigua, librada a la vieja usanza, en la que la solidaridad y el compañerismo prevalecen sobre las demás circunstancias con independencia de las insidias propias de la crudeza de los enfrentamientos. Algunas de las escenas de la novela se me antojan de una intensidad desbordante, cómo olvidar el instante en que se avista el fuerte de Zinderneuf rodeado de polvo y de arena y erizado de armas, la fusilería apostada tras los gruesos muros que propician una ventaja a priori insalvable, el silencio expectante de la soldadesca y el rechinar de dientes al aproximarse con la sensación de estar enfrentándose a los momentos finales de sus azarosas vidas, el tremolar de la bandera en el punto más alto, como pendón mayestático. Y la sorpresa indecible con que fueron a encontrarse al situarse a la suficiente distancia, los cadáveres todavía recientes de aquellos hombres dispuestos para el combate pese a sus ojos inertes, las decenas de cuerpos sin vida que continuaban apuntando hacia el abrasador desierto mientras sostenían sus armas con rigidez palmaria, el silencio espeso y desasosegante que se suspendía en el interior de la fortificación y que ayudaba a componer una imagen indeleble en la mirada de los que allí estuvieron. Y todo por culpa de un diamante desaparecido en circunstancias dudosas, la vida de Michael Geste y la de sus hermanos puesta en danza y en entredicho a raíz del extraño suceso, como expiación de una culpa que no tenía que haberles alcanzado bajo ningún concepto. Y conserva la novela un punto de aventura iniciática y decimonónica, aquellos valores como el valor y el orgullo que parecen olvidados en las últimas décadas, la importancia de los gestos y del modo de enfrentarse a la vida que trasciende con una naturalidad elogiable y digna de mención notoria. En algo me recordó siempre la escritura de Percival Wren a la de Wilkie Collins en La piedra lunar, acaso la mera mención del diamante desaparecido, Betteredge ejerciendo de maestro de ceremonias y manejando los hilos, caminando sobre el alambre como hacían tantos en aquellos tiempos en que la palabra de un hombre y su contrastada conducta valían mucho más de lo que en la actualidad pensamos. ¿Qué podía esperarse de aquellos gaznápiros, ignorantes y supersticiosos, que, sin embargo, eran valientes entre los valientes, cuando había que luchar contra enemigos humanos? Nadie podía en esto igualarlos, porque en el combate cada uno de ellos era un héroe.

Y es probable que no logre ser del todo objetivo, al tratarse en mi caso de una vieja historia que anuda sombras que se entretejen y urden y que vienen de lejos, recorrido a estas alturas de la película un arduo y sinuoso camino; unas sombras que alcanzaron previamente a mis padres y que alcanzaron también a mi tíos, del mismo modo que en su momento habían abordado con toda la intensidad imaginable a sus padres y tíos, una novela que va más allá de lo meramente escrito, pasando de unos a otros con la intención acaso de mantener algo vivo. El recuerdo frágil de los que vivieron antes de que nosotros lo hiciéramos y que sintieron la misma pasión por los buenos libros.

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