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Diario YA


 

Camino de Zinderneuf

Haciendo recuento

 Juan Carlos Blanco. “Fue Pedersen quien me empujó a la lectura febril de los libros de viajes, con seguridad aquellos de los que más he disfrutado. No me había manejado entre libros hasta ese momento, mi relación con ellos no iba más allá del respeto inculcado durante la infancia y la juventud primera, la admiración rendida hacia aquello que sabes importante aunque no alcances a comprender su verdadera trascendencia”. “¿Recuerda el nombre de aquellos libros?”. “De algunos sí, por supuesto. De los que disfruté en mayor medida. Los leí con verdadera pasión durante muchísimo tiempo, una vez tras otra. De algún modo instigado por el recurrente trayecto en que se había convertido mi vida. Viaje por España, de Calvert; Un viaje por las islas de la Malasia, de Palacios; algún que otro cuaderno escrito por un belga bastante famoso en aquella época, sus aventuras y desventuras en el África negra de entonces, con todo por descubrir, o con buena parte del continente aun pendiente de ser descubierto, o recorrido lo suficiente. También leí en más de una ocasión Havash, libro de viajes a Kenia, de Lloyd-Jones. Se trataba de ejemplares muy castigados, con muchas de las hojas que se soltaban y tenían que ser recosidas por su propietario. Los apilaba Pedersen en el fondo del armario situado junto a su litera, entre los demás objetos que lo mantenían ligado a sus recuerdos primeros. Al comienzo hablaba de sus libros con la precaución y la reserva de quien se sabe en posesión de un tesoro que puede desear una mayoría muy peligrosa. Aunque en realidad nadie los hiciera ningún caso a bordo de la embarcación, pero es lo que sucede con insistente frecuencia, pensamos que los demás pueden concederle el mismo valor que le concedemos nosotros a ciertos objetos que nos parecen de la mayor importancia. Y aun conservo en mí poder uno de aquellos libros, el Havash de Lloyd-Jones, me lo envió el propio Pedersen a mi dirección parisina, al cabo de algunos años, con una estampa en su interior de la bahía de Carlisle, como recuerdo de lo vivido con anterioridad y que suele tintarse siempre de una intensidad lenitiva. Puedes consultarlo las veces que te parezca, es uno de los millares de ejemplares almacenados en la biblioteca. Resulta en extremo curioso, no sé si lo ves de la misma forma, el modo en que tendemos a relacionar lo que acontece en el más rabioso presente con lo que nos sucedió en el pasado y que permanece impreso en nuestra atribulada memoria. Como si estuviéramos dispuestos siempre a rememorar y revivir acontecimientos caducos. Y cómo terminamos por ligarlo todo a los libros, es otro de los hechos que mayor curiosidad me suscita en los últimos tiempos. Al emprender un viaje por mar sin que logremos evitar caer en la cuenta de lo leído anteriormente en las obras de Melville o de Conrad, o de Justin Scott, si prefieres ocuparte de un autor más reciente. Al adentrarte en la Rusia más olvidada y apartada de todo y reincidir en la lectura de Tolstoi o Dostoievski o Solzhenitsyn, o de Chejov o Andreiev. Tu mente buceando o tratando de bucear en los lugares que resulten menos inciertos, siempre es más fácil conducirse por los caminos recorridos con anterioridad. Y creo que nos sucede a todos algo parecido. Recordando a Percival Wren cuando nos vemos impelidos a recorrer el norte del continente africano, el Magreb haciéndonos regresar a las peripecias casi míticas de Beau Geste. ¿No recurrirías a Victor Hugo si deambularas por alguno de los barrios más arriscados del viejo Paris? Me refiero a uno de esos barrios que apenas han sufrido modificaciones en el transcurso del último siglo y medio, o al entramado de callejas sombrías que forman parte de alguno de aquellos barrios inmortalizados en sus novelas tan descollantes. Hay países en verdad preocupados por la conservación de su patrimonio. Victor Hugo, Balzac, Stendhal. Cualquiera de ellos nos serviría en igual medida. Yo regresaría a su lectura una vez tras otra, con reiteración evidente y conminativa, tal vez propiciando el comienzo de una catarsis que modificara parte de mi propia esencia, de la sustancia de la que en verdad estoy hecho, y en consecuencia del modo en que pudiera observar las cosas, mi capacidad analítica sufriendo una alteración muy nítida y componiendo un paisaje nuevo. Y tú lo harías del mismo modo. Todos nosotros recurriríamos a la evocación pausada de sus novelas en el instante mismo de pisar un suelo ignoto y del que sólo conocemos algunas briznas de realidad por medio de la lectura de sus apretadas páginas. Toda información es poca, ya sabes, el cerebro trabajando a destajo y haciendo regresar a nuestra retina lo leído y por tanto conocido en algún momento de nuestra vida, lo contemplado aunque sea en segunda instancia y por medio de otros. De igual modo convenimos en recordar lo estudiado durante la niñez más tierna y durante los primeros años de juventud, al recorrer El Escorial o Versalles, La Puerta de Brandenburgo o la propia Alhambra. ¿De verdad te encuentras en disposición de asegurar que no acudirías a la lectura de Irving antes de emprender un viaje a Granada? Imposible caminar por la Avenida de Istiklal sin recordar a Pamuk, del mismo modo que lo haríamos en la Plaza de Taksim o en el Museo de Sadberk Hanim”.
  -Significativo alegato –masticó Villaamil.

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