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Diario YA


 

“Se puede ganar con la mitad, pero no se puede gobernar con la mitad en contra” J.F.Kennedy

Iberoamérica gira a la derecha, España a la izquierda separatista

Miguel Massanet Bosch.

Resulta llamativo el hecho de que, mientras en España se está infiltrando la mala hierba del comunismo bolivariano, que nos vino de la América latina de manos de los adictos al comunismo extremo vigente en la república venezolana, encarnada en este caso por los señores de Podemos y sus seguidores; en los países hispanoamericanos parece que está sucediendo lo contrario, con la vuelta al redil de los conservadores de la derecha que se ha restaurado de nuevo en muchos de los países que se habían dejado atrapar por gobiernos filo-izquierdistas.  No deja de ser curioso que este ciclo, que tuvo su comienzo en la Cuba de los Castro y se extendió por los países latinos del Cono Sur americano, haya seguido el mismo periplo que el de todos todos aquellos países de detrás del Telón de Acero, dominados por la URRS, que cuando saborearon las “mieles” de la estatalización de la economía, la experiencia de los salarios mínimos frutos de la “igualdad” y las “delicias” de una nación en la que las libertadas individuales caducaban ante la potestad absoluta del Estado sobre la vida y la muerte de sus ciudadanos; a la caída del Muro de Berlín” y consiguiente desmoronamiento del estado opresor, la Rusia soviética, renegaron  de aquel régimen opresivo para imitar e integrarse en lo que, para el régimen soviético comunista, era la degradación de la economía de mercado y el capitalismo opresor y, para las naciones que se habían librado del yugo comunista, era como entrar en el Paraíso.

Podríamos emplear aquella frase de la popular canción de la cantante Chenoa: “Cuando tú vas, yo vengo de allí/ cuando yo voy, tu todavía estás aquí/ crees que me puedes confundir /y de qué vas, mirándome atrás”  para describir este fenómeno del retorno a la sensatez de esta parte de América que se ha convencido de que, bajo regímenes comunistoides, la miseria, en lugar de paliarse o desaparecer, lo único que sucede es que se agrava, sin que la corrupción tradicionalmente achacada a los capitalistas, disminuya o sea erradicada; sino que, paradójicamente, los que se enriquecen a costa del pueblo, con más codicia, desvergüenza y avidez, resultan ser los dirigentes de la cúpula del poder, que fueron los mismos que le prometieron al pueblo acabar con tales prácticas propias, según ellos, del “capitalismo opresor de la clase obrera”. No sabemos las causas por las que, después de treinta años de mantener la paz interior en nuestra nación, de pasar por una grave crisis en la que todos los españoles, en menor o mayor grado, hemos padecido sus efectos y, precisamente cuando los primeros síntomas de recuperación y reactivación de nuestra economía empezaban a notarse, los revolucionarios llegados de otras latitudes han conseguido establecer una cabeza de puente en España que ha conseguido hacer tambalear, juntamente con las veleidades separatistas de Cataluña, y poner en peligro la solidez de nuestra democracia y la imagen de nuestra nación en toda Europa.

Se puede decir que el intento de Obama con el gobierno Cubano, por mucho que se jalease como una victoria diplomática, no fue más que una claudicación de la nación americana de la que los cubanos y los hermanos Castro fueron los que salieron beneficiados sin necesidad de abjurar de sus proyectos comunistas ni concederle al pueblo cubano más libertades, como se esperaba que hiciesen ni, tampoco, un estándar de vida mejor. Sí lograron romper el embargo del comercio entre la isla y los EE.UU y establecer una corriente de turismo americano hacia Cuba que ha sido de gran ayuda para un pueblo, condenado al ostracismo por su animadversión hacia la nación más poderosa del mundo. Pero lo cierto es que el triunfo de Mauricio Macri en la Argentina en noviembre del 2015; el intento exitoso de la oposición venezolana ganando limpiamente la mayoría de escaños en la Asamblea Nacional y derrotando al chavismo en diciembre del mismo año; el fracaso del intento de Evo Morales de perpetuarse en el poder, derrotado por tres puntos porcentuales; el ocaso y destitución de Dilma Rousseff en el Brasil, siendo sustituida por un gobierno conservador de Temer. En Chile, la señora Bachelet, cuyo puesto defendía su sustituto del partido de la primera dama, el señor Alejandro Guillet de centro izquierda, ha sufrido una derrota penosa. Por nueve puntos de diferencia ante el conservador y millonario Sebastián Piñera.

Es cierto que los países del sur de Europa, como España e Italia, Portugal ya pasó por su época de extremismo comunista, parece que son los más propicios, quizá por su carácter mediterráneo y por su especial idiosincrasia, a dejarse influir por aquellos que saben encandilar al pueblo, en general muy propicio a dejarse arrastrar por causas imposibles, pero que reúnen dos factores importantes: ir en contra de los “ricos”, sin parar mientes en que, dentro de esta calificación se encuentran aquellos grandes empresarios que mediante sus empresas proporcionan trabajo a muchos miles de empleados y la abulia y poco amor por el trabajo que, una parte importante de nuestros conciudadanos comparte, encontrándose muy cómodos ante la idea de que con poco esfuerzo; mucho tiempo de descanso; muchas prebendas sociales; un sueldo razonable y pocas obligaciones, se puede vivir muy bien. La prueba es que muchos de los parados, a pesar de lo poco que perciben de subsidio, con alguna chapuza particular y con las ayudas que reciben de alguna ONG, se encuentran en su salsa comentando sobre la actualidad, los deportes, la política o temas menores, cuando no jugando al mus o al domino en un café, con un “cortado” o una copa de vino a su alcance.

Lo malo es que los españoles, que tenemos muchas cualidades, también somos fáciles de convencer. Basta que expertos en lavar los cerebros de las personas, agitadores profesionales, expertos del engaño y la tergiversación o embaucadores que saben tocar la fibra sensible de las personas, en especial cuando éstas se muestran propicias a dejarse convencer, cuando se esfuerzan con persuasión y tesón machacando, una y otra vez, temas de su interés como: que el gobierno de que se trata les está privando de sus derechos; que las autoridades corruptas se están aprovechando de su pasividad; que el dinero que les pertenecería se invierte en otros destinos o se dirige a otras comunidades; que los impuestos que paga se reparten injustamente o que sus “legítimos derechos” son ignorados en pro de los de otras personas; para que la semilla de la discordia, el reconcomio, la envidia, y el afán de venganza se apodere de aquellos que se han dejado manipular para incitarlos a la revolución. Lo malo es que lo consiguen.

Sin duda alguna que, por raro que pudiera parecer, el actual gobierno del señor Rajoy ha cometido durante esta última legislatura (la primera estuvo ocupado en sacar a España de la grave situación económica en la que la habían dejado los socialistas que, a la vista de cómo se expresan y de su falta de memoria, pretenden achacar al PP las consecuencias de lo que fue la legislatura más nefasta, en manos de un presidente del gobierno, Rodriguez Zapatero, más incompetente e inepto de todas las legislaturas, desde la transición a la democracia) una serie de errores propiciados por una visión equivocada de la situación política de España, un cálculo desacertado del problema catalán; una valoración equivocada de sus posibilidades electorales, que lo llevaron a verse obligado a gobernar en minoría y, finalmente, haber aplicado el 155 de la Constitución pretendiendo hacerlo de una forma descafeinada, en lugar de aprovechar para desactivar todas las instituciones separatistas catalanas, sus medios de propaganda y su estructura revolucionaria. Hacer las cosas a medias, sin proceder a la “desinfección de las heridas” como acertadamente apunta el señor Borrell, sólo conduce a que los residuos del mal, la herida mal curada o los restos cancerígenos, puedan permanecer aletargados durante un tiempo pero, finalmente, vuelven a rebrotar, en ocasiones con mayor virulencia, obligando a que, si se quieren extirpar, suponiendo que exista la posibilidad de ello, deba recurrirse a medidas más traumáticas e, incluso, hay ocasiones en las que la defensa de la patria exige acciones en las que la sangre se hace presente.