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Diario YA


 

Jóvenes violentos

Pilar Muñoz. 25 de febrero. El diálogo intergeneracional ocurrido durante décadas es el aumento de la violencia en las poblaciones más jóvenes. Ha sido un clásico de debate entre diferentes sectores de la población en tiempos pretéritos. Actualmente también asistimos al trasunto de la violencia juvenil, ofreciendo nuevas claves, aportando rigor y ciencia. Las claves de la violencia, el substrato neurobiológico no ha cambiado sustancialmente, ahora bien, si está admitido, comprobado y verificado que existen escenarios de violencia nunca antes vistos. Por ejemplo, jamás se había observado un acto de violencia hacia un profesor, tampoco se grababan las palizas para ser compartidas en Internet, y tampoco existía el fenómeno “bully” escolar. Lo que parece darse en nuestros días es un tipo de violencia extrema.

La muerte violenta de Marta Del Castillo ha reavivado la indignación, todavía latente tras los casos Mª Luz,  Sandra Palo o alejadas en el tiempo (no en el recuerdo), las niñas de Alcasser. La sociedad teme, se cuestiona, se reagrupa para afrontar con los otros situaciones límite, que son de difícil tránsito para una sociedad que se llama democrática, tolerante y garantista. Los ciudadanos de base sienten suyos el poema de Bertold Bretch ¿cuándo me tocará a mí?. Las leyes de protección al menor dan la sensación de valer poco o nada, la estructura punitiva y sancionadora, necesaria para la extinción o disminución de conductas ha dejado paso a refuerzos positivos y negativos (no confundir con castigo) que aumentan conductas, pero el sujeto no sabe muy bien cuáles son las premiadas y cuáles las no castigadas. Este y no otro es el meollo de la cuestión. La conducta no está montada sobre ideologías políticas, sino sobre dimensiones orgánicas, cognitivas y emocionales del individuo.

Albert Bandura, famoso teórico del aprendizaje social, sugería que las generaciones adultas enseñan a sus descendientes modelos de comportamientos. No se trata sólo de televisión o de videojuegos, sino de corpus general ideológico y comportamental. Los adultos que nos sobrecogemos de los terribles actos de violencia, lo hacemos porque pudimos integrar en nuestros momentos más plásticos de crecimiento, unos patrones morales, cívicos y espirituales inhibidores de cualquier impulso neurobiológico, por muy determinista que éste pudiera parecer. ¿Qué significa todo esto?, pues que si nos centramos sólo en el carácter determinista y biologicista de la violencia, damos al traste con la responsabilidad del individuo y con el mutismo de la sociedad, mientras que si nos hacemos las siguiente pregunta ¿no estamos mostrando a cada paso a nuestros jóvenes que la violencia tiene buenos resultados?, entonces la cuestión cambia, porque de lo biológico saltamos a lo social, y ahí sí podemos y debemos incidir.  La decisión la tenemos que tomar y revisar los adultos.

En estos días se escuchan a altavoceros progresistas asegurando que la causa de la violencia juvenil es la sociedad. Esto es una tautología, tanto como decir que la gripe es la consecuencia de un virus, ahora bien, no podemos quedarnos en el principio, sino en la búsqueda de soluciones, en la implicación comprometida, valiente y contundente de los sectores sociales más directamente implicados: sistemas judiciales, poder ejecutivo y legislativo, leyes educativas y consejos de lo audiovisual. La sociedad no es un ente abstracto, la formamos todos y cada uno de nosotros. Si cada eslabón mantiene un corpus fuerte de inhibición a toda respuesta agresiva de su entorno, entonces algo estará cambiando. La sociedad también son los políticos insultadores, también son los ministros desafiantes y engreídos, la sociedad también son los programas de televisión con tertulianos de bajo modelo ético y moral, la sociedad también son jueces con doble moralidad y vara de medir, la sociedad también son los profesores que inoculan confusionismo y desorientación moral.

Nuestro cerebro es un maravilloso engranaje, el cual debe funcionar de forma perfecta. Cuando alguna pieza se estropea, el funcionamiento social sufre desajustes, pero esa realidad, aún siendo verdad, no nos justifica la agresión a nadie, y mucho menos, quitarle la vida. La parte sancionadora de nuestra sociedad no está funcionando, nos centramos sólo en la comprensión de la pieza desajustada, sobre la cual ya no podemos incidir. Debemos trabajar para que el futuro de esa persona tenga las máximas garantías tanto para él como para el resto de sus congéneres. Si no visualizamos el futuro, y nos perpetuamos en el pasado del sujeto desestructurado seguirán ocurriendo desgracias de menores. ¡Basta ya de garantías y comprensiones con los verdugos, y centrémonos en la protección, amparo y cuidado de las víctimas, así como la seguridad del resto de la sociedad¡

Tras un comportamiento agresivo, o tras sufrir una situación violenta, los cambios neuroquímicos pueden extenderse durante horas o semanas, incluso meses. No importa si del conflicto se ha salido como vendedor o vencido. Muchos de nuestros jóvenes sufren o han sufrido algún incidente directo o indirecto en las aulas o en las zonas de ocio. Este hecho social puede ser complejo, pero hemos de comenzar por “arreglos” sencillos, dando marcha atrás en algunas cuestiones que facilitan esa violencia: censura en los medios de comunicación a contenidos de alto contenido violento, investir de autoridad a profesores y educadores y ausencia de estimulación relativista en asignaturas de nula objetividad moral o ética.

La violencia y la delincuencia juvenil es un grave problema que nuestros gobernantes han de solucionar con carácter de urgencia. 

 

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