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Diario YA


 

La situación económica era, en pocas palabras, catastrófica

La Escuela de Salamanca y el Padre Juan de Mariana

Pedro Sáez Martínez de Ubago. Escribe John H. Elliot en La España Imperial que a finales del siglo XVI, época en la que la Escuela de Salamanca comienza a dejar de brillar, las circunstancias en las que se encontraba Castilla eran simplemente extraordinarias. La situación económica era, en pocas palabras, catastrófica. En 1596 Felipe II declaró su tercera bancarrota. Esto, unido a la sensación de fracaso generada por la serie de derrotas militares, como de de  la Armada Invencible en 1588, dio lugar que Castilla se viera sumida en una profunda crisis. Mas no sólo existía una crisis económica, sino que también había problemas de tipo político, fuera y dentro del territorio del reino, y sobre todo existía un problema de naturaleza moral. Según Manuel Fraga Iribarne y su obra “Don Diego Saavedra Fajardo y la diplomacia de su época”, la España en la que se desarrolla la Escuela de Salamanca es una España de reyes que no reinan, porque, aunque nace en la época de Felipe II, se desarrolla y desaparece durante los reinados de Felipe III y Felipe IV. Es también, como fruto de esa debilidad de los monarcas, la España que llega a observar una cierta desnaturalización de la institución monárquica” la España de los válidos y los favoritos.
Diversos estudiosos como el profesor Larraz o como Grice Hutchinson, Elliot, etc. sostienen que España sufrió a lo largo de todo el siglo XVI el más alta nivel elevación de los precios de toda Europa y las consecuencias económicas fueron varias. Para empezar, el alto nivel de los precios dio motivo para que llegaran a España numerosos comerciantes y mercaderes extranjeros, principalmente a Sevilla donde, por reales órdenes de 10 de enero y 14 de febrero de 1503, se  establece la Casa de Contratación de Indias, que dirigía todo el comercio con el Nuevo Mundo. Esta llegada masiva de comerciantes atraídos por los precios y por la demanda de la Indias hizo que aumentase de forma brutal la competencia y se desincentivara la producción propia. Larraz opina que, además de estas causas, generadas por el nivel de los precios y la competencia extranjera, debió existir también un conjunto de razones de tipo cultural, dado que se debió producir un fenómeno de liquidación de negocios y de transformación en empresarios rentistas. Puede que a este enriquecimiento de otras naciones a costa de España sea lo que denuncia Quevedo en su famosa letrilla “Poderoso caballero es don dinero”, al decir del oro “Nace en las Indias honrado, / onde el mundo le acompaña;/ viene a morir en España, / y en Génova es enterrado”.
Hoy, en una España empobrecida y entregada, en buena parte, al capital extranjero o, más propiamente, apátrida, de las grandes multinacionales, junto a una clase media desangrada por cargas fiscales confiscatorias y la usura de las entidades financieras, etc. ha florecido una nueva generación de rentistas beneficiados de aquello que, si en el siglo XVII se llamaba picaresca y dio lugar a todo un género literario,  no ha muchos años se denominaba la “cultura del pelotazo”, donde del Rey abajo se lucra todo el que puede, aunando en un expolio auténticamente democrático al entorno de la Corona con clanes antiespañolista como la familia Pujol, a empresarios  como Díaz Ferrán y banqueros como Blesa con los sindicalistas de las mariscadas y el Villamagna, a la derecha de Bárcenas con la izquierda de Bono o el no sé sabe qué de Jesús Gil y Julián Muñoz…
¿Por qué traer ahora a la memoria ahora la Escuela de Salamanca? Porque el 16 de febrero de 1624 fallecía uno de sus más destacados puntales, el Padre Juan de Mariana, S. J. teólogo y erudito español de quien destacaré dos obras: “De rege et regis institutione” (Del rey y de la institución regia) publicada en Toledo en 1599 y “De monetae munitione” (Del cambio de la moneda) en las que llegaba a afirmar respectivamente que la intervención del soberano en asuntos económicos privados constituía una tiranía, como en el caso de los impuestos abusivos; o que el mismo rango opresivo se da en la disminución de la base metálica que termina por devaluar la moneda. En esta obra hace una dura denuncia de robo contra aquellos gobernantes que usaban el recurso para financiar los gastos del Estado. El P. Mariana no sólo explica la nefasta procedencia de esta política económica, sino que la denuncia como una aberración desde el punto de vista del derecho.
Hoy quizá no haya que limar el cobre de los reales de vellón. Hoy se especula con las bolsas, las reservas de oro o la producción de petróleo… pero, ante esto y, al ver nuestra soberanía mermada por la política de la zona euro, cabe pensar que, si la devaluación, en tanto que provoca una pérdida en el poder adquisitivo de la moneda por pérdida de su valor real es algo negativo, puede tener también, por el contrario, un aspecto positivo, ya que permite que los bancos centrales ajusten las tasas de interés nominal, mitigando así la posibilidad de una recesión y abriendo camino para fomentar la inversión.
Usando términos de su época, Juan de Mariana quizá no utilice expresiones que utilizamos nosotros, pero ve el problema con precisión y todas sus propuestas tienden al mencionado equilibrio; es decir, consisten en reducciones de gastos públicos o aumentos de los ingresos. Propone, en primer lugar, gastar menos en la casa real, "que lo moderado, gastado con orden, luce más y representa mayor majestad que lo superfluo sin él". También propone Mariana que el soberano vigile más estrechamente los gastos y los ingresos públicos, a fin de evitar las pérdidas producidas por desidia, mala administración o fraude; y, finalmente, aconseja la creación de impuestos sobre artículos de lujo, consumidos solamente por las clases altas.
Socilógicamente, en el siglo XVII, la picaresca implicaba infamia y desprestigio, algo que, a la luz de los ejemplos de quienes más deberían darlos, igual resulta aventurado afirmar de nuestros tiempos. Pero, bien es verdad que el Padre Mariana vivió en una época en que los soberanos se permitían proclamar ante sus cortes o parlamentos afirmaciones como el famoso  L'État, c'est moi de LuisXIV; y que, a su vez, hoy España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político y donde la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado cuya forma política es la Monarquía parlamentaria. Pero, transpolando adecuadamente los términos, quizá pueda verse que, en realidad, no es tanto lo que va de ayer a hoy; que los españoles no terminamos de aprender de nuestros errores, y tropezamos una y otra vez en la misma piedra; o que, como decía un célebre político español recientemente fallecido: “Cuando el señor pierde su dignidad caballerosa, cuando el señor deja de ser señor y caballero y se transforma en señorito ocioso, entonces el pueblo se transforma en pícaro”.

 

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