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Diario YA


 

desde el siglo XIX, aquella corriente del pensamiento llamada “Positivismo”, pretendió desterrar a la filosofía para siempre, entregándose sin condiciones a los solos resultados de la ciencia

La importancia de los fundamentos

Max Silva Abbott. En una sociedad tan tecnificada y pragmática como la actual, pareciera que el problema de los fundamentos últimos de las cosas, y en particular si éste es de carácter filosófico, fuera una especie de fósil intelectual, una reliquia de tiempos inmemoriales, que además de absurda, en nada sirve para el mundo real y concreto en el cual vivimos.

En realidad, parte del problema radica en que el razonamiento filosófico es muy diferente al matemático-científico que impera hoy, pues no produce resultados concretos y medibles inmediatamente; al contrario, posee una amplitud de miras y una generalidad que muchas veces desesperan cuando no ofuscan a quienes lo miden todo según sus resultados inmediatos, contantes y sonantes. Es por eso que desde el siglo XIX, aquella corriente del pensamiento llamada “Positivismo”, pretendió desterrar a la filosofía para siempre, entregándose sin condiciones a los solos resultados de la ciencia, sin darse cuenta de que esa actitud ante la realidad era en sí misma una filosofía, igual que el actual pragmatismo y tecnificismo, al ser fruto de un modo de ver y comprender el mundo. Por eso puede concluirse que incluso para desterrar a la filosofía, hace falta la propia filosofía, con lo cual aquello que se pretende echar por la puerta, vuelve a entrar por la ventana.

En realidad, la filosofía está ahí, inamovible e indestructible, porque de manera inevitable, el hombre se pregunta por el ser de las cosas y los fundamentos de sus acciones; o si se prefiere, no se limita sólo a ‘ejecutar’ o ‘hacer’ cosas sin más. Y este fundamento de la acción humana reviste particular importancia cuando nos afectamos a nosotros mismos.
Es por eso que la reflexión filosófica sobre el hombre, sobre lo que somos, no sólo es inevitable, sino esencial. En caso contrario, la convivencia sería un infierno, porque aunque no lo sepamos, el respeto y trato que procuramos tener unos con otros y nuestros mismos derechos, obedecen a una concepción filosófica del hombre.

No obstante lo anterior y según se ha dicho, este importante tema ha sido relegado por muchos al baúl de los recuerdos, considerándolo un pasatiempo intelectual ya superado. El problema, obviamente, es que si se omite algo tan esencial como la reflexión sobre nosotros mismos y sobre nuestra dignidad, resulta inevitable que se cometan no sólo arbitrariedades, sino auténticas monstruosidades a nuestro respecto; es el costo de dejar de lado el importante tema del fundamento de nuestras acciones.

Y en realidad, los resultados no se harán esperar. Por eso actualmente se plantean cuestiones inverosímiles e increíbles, como si fueran lo más normal, como ha ocurrido, por ejemplo, con un grupo de científicos ingleses, quienes han pedido autorización –al menos todavía algo intuyen, pues en caso contrario, actuarían sin más– para mezclar espermios humanos con óvulos de vaca y otros animales, siempre, por supuesto, en aras de la ciencia y para solucionar problemas y enfermedades espantosas de sus congéneres.

Lo llamativo, se insiste, es que precisamente a costa de no reflexionar sobre lo que somos, se llega a este tipo de planteamientos como si se tratara de algo inocuo, casi sin la menor importancia, e incluso mirando extrañados a quienes protestemos enérgicamente por ello en nombre de esa filosofía y de esos fundamentos ‘absurdos’ de la dignidad humana.
Por eso, si dejamos de reflexionar sobre lo más trascendente de nosotros mismos, no nos extrañemos que se den situaciones como ésta y otras mucho peores.

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