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Diario YA


 

La justicia del embudo

Miguel Ángel Loma Aún está reciente la sentencia absolutoria de Rita Maestre, portavoz del gobierno del Ayuntamiento de Madrid, recaída en el asalto a la capilla de la Universidad Complutense, sucedido en 2011 cuando Rita era estudiante. Recordemos que por esta sentencia doña Rita, única procesada (pese a que se trataba de un grupo numeroso de jóvenes) y condenada a una multa en primera instancia por tales hechos, ha resultado finalmente absuelta en apelación por el Tribunal Supremo, ya que tan alto órgano judicial ha acabado considerando irreprochable penalmente la actuación de la Maestre, según los particulares argumentos que fundamentan el fallo.

Estos días, de nuevo ha salido a la palestra el Tribunal Supremo al dictar otra sentencia en apelación sobre otro tipo de asalto: el que protagonizó un grupo de jóvenes al entrar en el centro catalanista Blanquerna, en Madrid, durante un acto de celebración de la Diada en 2013. Aunque conviene apuntar que, a diferencia de Rita y sus amiguitas, estos jóvenes no irrumpieron en Blanquerna cantando «Moriréis como en el 36» o «Vamos a quemar... la Generalidad»; sino «No nos engañan, Cataluña es España» y «Catalanidad es hispanidad». Y pese a la actitud chulesca de alguno de ellos, no hubo amenazas ni agresiones ni apenas daños materiales (y los que hubo, ya los abonaron los responsables), por más que los informativos que en su momento nos dieron la noticia (por supuesto, abriendo los telediarios), nos la enmarcasen como un acto gravísimo contra el Estado de Derecho, mientras que el asalto de doña Rita a la capilla, nos lo despacharon como algo anecdótico y marginal los escasos medios que se ocuparon de ello.

Así que ahora el Tribunal Supremo ha vuelto resolver en apelación... Sin embargo, a diferencia de Rita, a los jóvenes de Blanquerna no sólo no les han absuelto de sus penas, sino que incluso se las han agravado, aumentado los años de prisión (no multas, ¡prisión!) a que ya habían sido condenados previamente. Tras comparar el diferente espíritu, criterios y argumentos utilizados en uno y otro caso para aplicar la ley, resulta muy difícil creer en la independencia e imparcialidad de la justicia que tan solemnemente gusta proclamar. Y especialmente cuesta comulgar con ruedas de molino tan indigeribles como aquellas de que la justicia es igual para todos, y para todas.

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