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Diario YA


 

Stanley G. Payne

LA LIMPIA MIRADA DE UN HISPANISTA

Manuel Parra Celaya.
    Cumplí con sumo agrado mi promesa y me sumergí en la lectura del libro En defensa de España, de Stanley G. Payne, que se ha convertido de un tiempo a esta parte en uno de esos historiadores malditos, silenciados y ninguneados, nunca rebatidos, por la historiografía a sueldo de la Verdad Única y Oficial.
    Me tomé mi tiempo para leerlo, no devorándolo de un tirón, sino pausadamente, lápiz en ristre para iluminar con mis comentarios, acuerdos y discrepancias con el autor y con diversas confrontaciones con otras opiniones el propio texto, en márgenes y pies de página, práctica usual en mí cuando una lectura me interesa, aunque reconozco que poco pulida. Además, acudí a un método original: tras el obligado paso por la Introducción, empecé con el capítulo 13 y último: Los españoles del siglo XXI ante su historia. Luego, pasé revista obligada a la interpretación que hace Payne de la Transición, del Franquismo, de la Guerra Civil…, hasta desembocar en sus anotaciones sobre la España Prerromana.
    La razón de este procedimiento salta a la vista; el propio autor nos confiesa que el libro no es una historia, sino una interpretación sobre ella en el debate sin fin sobre la historia de España; y, más que descubrir datos -que, por otra parte, nos ofrece abundantemente citando las fuentes- me interesaba conocer su mirada al presente en primer lugar, para luego apreciar sobre qué antecedentes se había basado para ofrecérnosla.
    Y este último capítulo me pareció impecable y fiel a la realidad: nuestro hispanista se dedica a fustigar, con pruebas palpables, motivos suficientes y empleando conceptos rotundos, la corrección política que nos asfixia; la califica de nueva religión política que se manifiesta en la llamada memoria histórica, bandera de la izquierda y de la que se ha desatendido irresponsablemente el PP, que ha dejado todo el discurso sobre la historia a aquella, sin advertir que reescribir al pasado es una manera de dominar el presente y de influir sobre el futuro.
    Quizás peca de optimista al afirmar que en la historiografía española lo mejor sea que se ha impuesto del todo el pensamiento único y, en general, existe más libertad de expresión que en muchos otros países europeos, y me remito a las noticias sobre la nueva vuelta de tuerca de la memoria susodicha…
    En la interpretación de la historia reciente de España del siglo XX y, en parte, del XIX y del XVIII, hay que reconocer que el autor aplica sus inevitables apriorismos: su perspectiva americana y su apuesta por el liberalismo como elemento corrector y reformador de la sociedad. Con todo, no se inclina en ningún momento hacia tópicos manoseados o versiones sectarias al uso, fiel a su norma de que un historiador debe conjugar su natural subjetivismo y los legítimos criterios personales con la objetividad que ofrecen los datos investigados.
    Así, con respecto al Régimen anterior, que constituye un problema para los politólogos, deja sentado que, en toda la historia de Europa, ningún otro régimen de duración equivalente ocasionó una transformación de esta magnitud. Se advierte en la lectura que Payne ha superado con creces sus filias y sus fobias que caracterizaron sus primeras aproximaciones a nuestra historia, desde aquel Falange. Historia del fascismo español, de Ruedo Ibérico, que circuló profusamente por nuestras manos juveniles, sin que, al parecer, la censura pusiera gran interés en impedirlo.
    Se echa en falta, sin embargo, en el libro una cierta atención a la política social de entonces, inspirada, cercana o lejanamente, por el falangismo, así como más precisión al mencionar el proyecto joseantoniano en el maremágnum de la 2ª República, cuya posibilidad democrática y regeneradora frustró el sectarismo y remató el Frente Popular, como prueba Payne.
    En el ámbito de las refutaciones, se le puede reprochar su afirmación de que Franco, al principio, jamás pensó en el retorno de la monarquía, cuando el preámbulo del Decreto de Unificación del 37 era explícito al respecto. En su mérito, sí cita la entrevista del Caudillo con el general Vernon Walter, en 1971, tan bien documentada por Enrique de Aguinaga (Aquí hubo una guerra), aunque no transcribe su contenido.
    Cuando nos ofrece su interpretación sobre la nación española, tomando como referencia el resumen analítico de García Cárcel (Historia de la nación), obvia aquella explicación de José Antonio de que el concepto de España es preexistente y de más sentido que el sintagma mencionado, de procedencia mucho más moderna, así como, del mismo origen ideológico, el concepto de proyecto común o misión, que justifica la existencia de una colectividad históricamente. Posiblemente, el motivo de estas ausencias no es el desconocimiento, sino que tiene base conceptual, como cuando acude a definir el término nacionalismo.
    Merece atención su elogio del Imperio español, uno de los hitos más grandes de la historia universal, del que no tiene empacho en evidenciar sus luces, a las que no oscurecen las inevitables sombras, que no justifican la leyenda negra, así como su análisis, irreverente para la corrección política, de la Reconquista, donde demuestra, una vez más, su intención de desmontar mitos impuestos.
    El libro En defensa de España obtuvo merecidamente el Premio Espasa 2017. Es lectura obligada para los extranjeros que quieran asomarse, sin prejuicios, a nuestra historia, pero también para tantos españoles hispanófobos o ayunos de conocimientos sobre sí mismos, porque les han sido escamoteados o tergiversados sistemáticamente.
    Vaya, pues, mi elogio, no exento de matizaciones y discrepancias, como aprendiz de la historia, y mi agradecimiento a Stanley G. Payne por su tarea, como eterno aprendiz de España que me considero.
                                                                       
 

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