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Diario YA


 

MUERTE INADVERTIDA

La tolerancia, cual aun siendo muy positivo, debe tomarse con cierta cautela

Max Silva Abbott. Ciertamente que uno de los valores que más se inculcan hoy en día es el de la tolerancia, lo cual aun siendo muy positivo, debe tomarse con cierta cautela, porque por mucho respeto que se tenga por las opiniones ajenas en el más variado orden de cosas, por razones mínimas de convivencia y paz social, hay conductas que sencillamente, no pueden tolerarse, como el terrorismo, la explotación en alguna de sus variadas formas, o la imposición de una verdad oficial por el Estado (aunque esto pareciera estar sufriendo un retroceso), por ejemplo.
    Sin embargo, pese a que se enrostra a diestra y siniestra el valor de la tolerancia, ocurre que este mundo supuestamente tan tolerante, se está volviendo cada día más intransigente, cuando no un enemigo acérrimo y despiadado, del dolor, del defecto, de la limitación. En efecto, en un mundo que nos encandila con una dudosa promesa de felicidad terrena perfecta, de un mundo sin sufrimiento, de pleno hedonismo, la limitación propia de la realidad humana aparece como una verdadera bofetada a este ideal paradisíaco. Pese a los ingentes esfuerzos, el dolor sigue existiendo y al parecer, continuará con nosotros hasta el fin de los tiempos, como contundente prueba de nuestra limitación y finitud.
    En otras palabras, este mundo cada vez es más intolernate con los desvalidos, los que padecen enfermedades graves, los que no son hábiles de mente o hermosos de apariencia. Y este fenómeno es particularmente grave respecto de la procreación artificial y de la eutanasia. En ambos, el prisma desde el cual parece verse todo es el de la perfección, el de la belleza, el de la capacidad mental y física. Por eso, cuando los sujetos pierden estas facultades o por diversos motivos presentan un defecto que les impedirá ser ‘normales’, se buscan todo tipo de argumentos para eliminar este entuerto; lo cual no sería tan grave si no fuera porque más que eliminar la enfermedad o la limitación, se está eliminando al mismo enfermo o ser limitado, aunque no se diga. Basta ver la cantidad de embriones sobrantes de la fecundación in vitro para darse cuenta de ello.
    Sin embargo, lo que parece hacer más sutil e incluso diabólica esta práctica, es que actualmente se tiende a pensar que si el ser eliminado, embrión o minusválido, no se da cuenta de que está siendo eliminado, o como suele decirse, si no sufre, la acción dejaría de ser mala, para trocarse, curiosamente, en bondadosa, positiva y hasta digna de premio. Es como si por el sólo hecho de que la víctima no se diera cuenta de que está siendo destruida, se acabara con la malicia de la acción, siempre ilícita, de poner fin a una vida inocente.
    El problema es que de seguir por este camino, esto es, si esta eliminación de un ser inocente se convierte en positiva o deseable siempre que no se le provoque dolor o no se dé cuenta de ello, el mismo principio podría expandirse hasta extremos intolerables, incluso para los más tolerantes. Así por ejemplo, en virtud de este principio, cada uno de nosotros podría ser tranquilamente eliminado mientras dormimos o cuando estemos bajo los efectos de algún agente químico potente.
    Por tanto, el medio de elminación ha pasado aquí a ocupar el primer lugar, pretendiendo eclipsar su ilicitud utilizando medios más ‘humanitarios’. Lo cual no deja de ser sorprendente y contradictorio con la tolerancia que se dice tener y que flamea a los cuatro vientos.
 

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