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Diario YA


 

¡Otra vez ha entrado en el baile de la campaña electoral el incierto, incomprendido e incomprensible mundo de la Enseñanza!

Las aulas, en campaña electoral

Manuel Parra Celaya. ¡Vaya por Dios! ¡Otra vez ha entrado en el baile de la campaña electoral el incierto, incomprendido e incomprensible mundo de la Enseñanza! Ahora, los candidatos se han enfrascado en una inútil y nimia polémica sobre la conveniencia o no de los deberes en casa una vez acabada la jornada lectiva en los centros. Por supuesto, Podemos los muestra como forma de servidumbre infantil, quizás de acoso adulto a la infancia desvalida, y propone su eliminación fulminante; en el otro extremo, el PP, fiel a sí mismo, no sabe o no contesta y opta por dejarlo a la iniciativa de los respectivos proyectos educativos. Como todos sabemos que los políticos son expertos en pedagogía, me imagino que escolares y papás estarán con el alma en vilo ante el tema…y harán mangas y capirotes de lo que dicen, y exigirán y ayudarán sus vástagos a la hora de cumplir, como hemos hecho todos.

Se ha convertido ya en un tópico, no menos inútil que la mencionada polémica, lo del pacto escolar; a pesar de todo, sigo opinando que es urgente, por lo menos para que deje en paz y prosperidad a la Enseñanza y permita que los alumnos aprendan y los profesores enseñen, que es lo de que se trata; hasta ahora, unos y otros han sido simples conejillos de indias de los experimentos ideologizados de los partidos, cuando los experimentos han de hacerse con gaseosa, que dijo Eugenio d´Ors, que sí sabía de pedagogía.

Confieso, con todo, que me dan ganas de invocar el viejo chiste (Virgencita, que me quede como estoy) y rogar a nuestros futuros gobernantes y representantes que se olviden del tema y lo confíen a los verdaderos especialistas: los sufridos maestros y profesores que bregan a diario con las mesnadas infantiles y juveniles de nuestras endebles Primaria, E.S.O., Formación Profesional y Bachillerato; por lo menos, que no sigan con la sopa de letras (LOGSE,LOE,LOMCE…), que, amén de perjudicial, es ridícula. Esta obsesión de los políticos por legislar sobre las aulas no es más que un vector lamentable de ese afán de intervencionismo propio del Sistema en que vivimos: todo ha de estar contemplado, legislado y controlado desde los papeles; nada debe dejarse a la iniciativa personal, ciudadana o profesional; las leyes, decretos, normas ministeriales y normativas deben registrar hasta la cantidad de estornudos que puede permitirse un docente constipado en clase hasta el número de bolitas de papel que puede lanzar un díscolo alumno a sus compañeros cuando el profe se vuelve para escribir en la pizarra.

Esta intervención sistemática de lo público sobre lo privado, de lo oficial sobre lo real, empieza, para mis antiguos colegas de Instituto, en la exigencia formalista de las ineficaces programaciones (generales, de Seminario, de ciclo, de aula, etc.), sigue con el no menos formalismo e inutilidad de las juntas de evaluación, y se centra peligrosamente en los currícula, en las adaptaciones de los mismos, para acabar en los aprobados generales, con el fin de que las estadísticas no pongan en evidencia la estolidez de las medidas anteriores, la estupidez de los legisladores y, en general, las graves carencias de la Enseñanza en España. He leído recientemente un libro (La conjura de los ignorantes, de Ricardo Moreno Castillo) que recomiendo a todo el profesorado habido y por haber; a la vez, es certero, regocijante y triste: lo primero, porque pone el dedo en la llaga al burlarse de lo que se considera políticamente correcto en Educación; lo segundo, porque el día que se escriba la peripecia escolar de esta democracia quedarán en mantillas esos gloriosos pensiles que se burlaban de las aulas del franquismo; lo tercero, porque el lector descubre los trampantojos y llega a la conclusión de que seguimos en el círculo vicioso de la enseñanza manipulada por las ideologías y las estupideces, o ambas cosas de consuno. Solo formularía una crítica al autor del libro, catedrático jubilado, es decir, con espolones, y es que la extiende a toda la ciencia pedagógica; no existe, por definición, una sola pedagogía, la actual y nefasta, sino muchas posturas, que no coinciden por su seriedad con lo que tenemos.

La Pedagogía, por otra parte, es ciencia y es arte. El buen pedagogo se forma, eso sí, en la trinchera que es el aula, frente a escolares de carne y hueso, y no oficiando de estado mayor en la retaguardia de los despachos oficiales. Uno tiene a gala ser, por vocación, por formación y por profesión (ya en retiro), un educador, un pedagogo en suma, y confiesa que aprendió más en las aulas (y en los campamentos juveniles) que en los manuales y facultades. Lo grave es que, entretanto decimos estas cosas y los políticos en campaña electoral elucubran majaderías, siguen saliendo promociones de españolitos con déficit de cultura y vacíos de valores esenciales y contenidos profundos; hablo en general, claro, porque tengo la secreta esperanza de que, con el tiempo, algunos jóvenes caerán del guindo y advertirán el inmenso fraude de que fueron objeto. Sigo teniendo para mí que la Educación en España es la más perentoria revolución pendiente que tenemos.

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