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Diario YA


 

Lecciones y lecturas de lo sucedido en Andalucía

Francisco Torres García
Valorar unos resultados electorales requiere dejar un tiempo y contar con datos realmente fiables y no elucubrar a partir de cuentas de la vieja del tipo de tantos votos han perdido unos y tantos han ganado otros. Entre otras cosas porque los votos se mueven de forma menos simple entre los partidos limítrofes. Sobre todo cuando esos movimientos se interpretan en función de los intereses del escritor y no sobre la realidad empírica; especialmente cuando se basa el análisis en interpretaciones inexactas que identifican el votante con una ideología-partido; porque esto no es así, enmarcándolo en un contexto en el que las nuevas fuerzas están reajustando el binomio votante-ideología, conviene leer con detenimiento lo sucedido en Andalucía.
Las recientes elecciones andaluzas y la ofensiva separatista catalana –algo que condiciona el voto más allá de la adscripción al partido (la Patria es más importante que el socialismo fue lo que alumbró el cambio en Mussolini del socialismo a la creación del fascismo)–, con su deconstrucción de partidos, confirma que el sistema de partidos en España continúa sin asentarse definitivamente. Hace tiempo, a tenor de lo que estaba sucediendo elección tras elección, anoté que las campañas electorales habían vuelto a ser importantes frente a su inutilidad durante los años de predominio del bipartidismo PP-PSOE. Las elecciones andaluzas han venido a confirmarlo.
Hace unos meses resultaba imposible esperar que en las elecciones andaluzas se produjera un terremoto político de alcance nacional –todo parecía jugarse a un par de escaños decisorios–, aunque en España, por regla general, las elecciones autonómicas carezcan de peso, ya que son primarias de los partidos de cara a las generales. En realidad, poco se debate y se decide en ellas sobre la situación de cada Comunidad; hasta se presentan partidos sin programa real y reciben abundantes votos. Son elecciones muy marcadas por los regímenes clientelares que cada partido ha desarrollado en su particular reserva de votos y votantes. Uno de los grandes males de nuestro actual sistema.
Estamos en un tiempo político en el que lo fundamental es saber leer el momento y controlar los tiempos. Algo que muchos, dentro y fuera del parlamento, parecen incapaces de hacer. Los dos grandes partidos, PP y PSOE, aún estiman que la situación multipartidista que se dibuja es  algo pasajero y que es posible revertirla hacia las mayorías absolutas o suficientes. De hecho, hasta los resultados de Andalucía, el PP basaba su estrategia en la recuperación de la mayoría absoluta cantando sus bondades (incluso buscando reformas electorales para hacerlo posible); tras los resultados, Casado ha variado un tanto su discurso, aunque aún no ha renunciado a la formulación tradicional del PP, lo que por otro lado puede acabar costándole caro en mayo. Diferente es  la lectura, más acertada, que hace tiempo realizó Pedro Sánchez, aunque no los barones históricos del PSOE, lo que le llevó a orientar su táctica a ser el partido más votado de la izquierda y el único camino para que no gobierne la derecha. Una derecha que ahora ha transformado, con éxito y notable predicamento, en “las derechas”, que son tres (Ciudadanos, PP y VOX). Susana Díaz sí supo ver que el desgaste que el PSOE está sufriendo por el tema catalán, y su cesión cuando no connivencia con los separatistas, le iba a pasar factura por lo que no esperó a mayo, confiando en lo que estimaban factible las encuestas.
Ahora bien, lo que nadie supo leer, porque era imposible preverlo, ya que iba contra toda  lógica, era el cúmulo de saltos en el vacío realizados por unos y otros, pero especialmente por el PP. Un partido que, como he escrito, ha decidido suicidarse. No pocos votantes del PP se han hartado de sus piruetas y sus renuncias, pudiendo ser que lo que muchos interpretan como un castigo se volviera permanente.
También el PSOE, que lleva gobernando en la nada desde que Sánchez llegó al poder, sobre todo cuando se están manifestando los primeros síntomas de crisis avalados por los recientes datos del paro, juega a perder votos. Ambos, PP y PSOE han seguido utilizando el recurso al voto del miedo. Pero si algo han confirmado las elecciones andaluzas es la quiebra, probablemente definitiva, del voto útil o voto del miedo como argumento para amplios sectores de votantes, especialmente entre los varios millones que se han incorporado en la última década.
Cierto es que, de momento, podemos hablar de un fenómeno puntual que necesita confirmarse en las elecciones siguientes, aunque las tendencias que marcan todas las encuestas indican que lo acontecido en Andalucía se va a reproducir en mayo, salvo que mediaran unas generales que podrían aún dar peso al “voto útil”, pues en unas elecciones ulteriores a las autonómicas, municipales y europeas este continuará perdiendo fuerza,  especialmente entre los mayores de más de sesenta años que hasta ahora han sido los más condicionados por este tipo de voto.
Las elecciones andaluzas han puesto de manifiesto que aún estamos en la pugna entre un refortalecimiento del bipartidismo y la consolidación del multipartidismo. Pero el futuro va a estar muy marcado por las decisiones tácticas de los partidos hasta la convocatoria de las generales. Lo que también han evidenciado es que los dos grandes partidos del sistema, el PP y el PSOE, tienen un suelo bastante firme situado entre el 15% y el 20%, mientras que los demás aún no han consolidado ese suelo electoral. Por otro lado, que existe una amplia volatilidad-indecisión del voto en cifras que pueden llegar hasta el 25% del electorado. Votantes a los que es preciso convencer en las precampañas y campañas. Todo ello ha configurado dos estrategias: la primera, que mantienen el PP y el PSOE, más el primero que el segundo, buscar un electorado que pudiera aproximarse a cifras del 35%, lo que implica mantener un discurso difuso, ambiguo, con límites poco claros entre ellos, a lo que se suma Ciudadanos; el segundo, dirigirse a un segmento concreto situado sobre el 15-20% y, a partir de ahí, condicionar la política, es el camino escogido por el PODEMOS de Pablo Iglesias y también por VOX.
Las elecciones andaluzas, asumiendo que lo sucedido es sociológicamente irreversible, que el recurso al enemigo por parte de la izquierda se va a incrementar legitimando la violencia –algo que ya puso en práctica durante la II República–, que las primeras encuestas indican que se va a producir una traslación de lo sucedido al resto de España, lo que dejan claro es que ahora los repartos de escaños van a ser a 5 y no a 4, por lo que el efecto de la ley electoral española y sus primas va a tener menor peso, salvo en las provincias con menor población y por tanto con menos representantes. Y eso teniendo en cuenta que el cuarto partido, VOX, carece en realidad de una estructura válida y una implantación real en todo el territorio y sus cuadros intermedios viven a expensas del valor del “efecto faraón” dadas sus limitaciones frente a gran parte del resto de los cuadros de los demás partidos. Pero el éxito innegable de VOX ha sido  fruto de la voluntad de suicidio del PP, del juego de tronos de los medios y de la decisión de hacer un discurso que sintonice con un sector concreto del electorado y no con la universalidad del mismo.
A fecha de hoy queda por precisar cuál es el resultado final de las elecciones andaluzas. La solución definitiva al mapa electoral creado en Andalucía y quién y cómo acabe gobernando tendrá un peso importante de cara a las siguientes citas electorales. Es así porque cualquier solución acabará sumando o restando. Y todas exasperarán a no pocos votantes porque se van a encontrar con un cambalache a tres (PSOE, PP y Ciudadanos) que pudiera incidir en la desafección.
Dejemos a un lado la boutade de Susana Díaz al pedir que todos se abstengan para que ella siga gobernando y salvando su carrera, lo que hundiría a Ciudadanos y al PP. Tampoco parece probable que Ciudadanos acepte otra vez gobernar  con el PSOE, salvo que ellos gobiernen, contando con la abstención de la marca de PODEMOS. Dudo que ninguno de ellos quiera arriesgarse a unas nuevas elecciones (el PP podría caer en la tentación y pagarlo aún más). Hay que reconocer que, aceptando que va a mantener su discurso, VOX se ha convertido en un factor desestabilizador. Ni PP ni Ciudadanos quieren negociar con el partido de Abascal. Es así porque Casado y su mariachi siguen leyendo los datos como  si nada hubiera pasado, estimando que llegado el momento  VOX se abstendrá o le dará sus votos para investir al pésimo candidato popular sin nada a cambio, porque Abascal no tendrá el valor de impedir que el PP gobierne.
A fecha de hoy la lógica indica que el candidato del PP será investido presidente con un pacto con Ciudadanos, que implicará importantes cesiones para los de Albert Rivera que den valor a su opción de cara a las próximas elecciones. VOX se verá obligado a abstenerse sin tener que pagar precio político alguno. Con ello, piensa Casado que desactivará el efecto VOX. Ahora bien, todo esto no pasan de ser juegos de papel porque una parte del electorado ha decidido pensar más allá de las doctrinas oficiales y valorar no las palabras sino los hechos. Así que todo queda en el aire ante la administración de las diversas victorias que se han dado o pudieran darse.