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Diario YA


 

Locura de especie

Pilar Muñoz. 11 de marzo.

Acabamos de dejar atrás las celebraciones del día de la mujer trabajadora, y con la resaca en la falda o en el pantalón, según los gustos de las féminas, se escucha la voz altisonante de la ministra de igualdad, la Sra. Aído y sus políticas abortistas. La semana ha dado de sí otros comentarios más enjundiosos y controvertidos, como la fecha fatídica de los asesinatos del 11-M.

Si convenimos que de exterminio se trata, tendremos que hacer una reflexión sobre el futuro, simplemente para poder prevenirlo, puesto que desgraciadamente, del pasado sólo nos queda recordar, y considerar actuaciones presentes y venideras que incompatibilicen la violencia enfermiza e instrumental.

Dejo las reflexiones de la violencia vacía e instrumentalizada para abordar las reflexiones sobre el aborto, el feminismo y la sexualidad, sus variantes, sus derivadas, su complejidad y el consentimiento, muy consensuado de todos nosotros. Las poblaciones juveniles, las capas sociales más indefensas, y las chicas adolescentes de escasa o nula ética o moralidad son pasto para una cúspide poderosa que sólo demanda de ellas el onanismo narcisista del consumo y la insularización del placer.

Los sentimientos antinatalistas, la liberación de la mujer, la subida y prestigio de los movimientos homosexuales han sido una consigna nítida en los partidos de la izquierda más radical. El objetivo era la consecución de un individualismo a ultranza, la destrucción de la unidad familiar como base de sustento moral y crecimiento de una sociedad saludable y bien articulada, con posibilidad de defensa y protección entre esos microsistemas. Las políticas antinatalistas vocean el feroz individualismo cuya expresión máxima era la concepción del embarazo como “deformación temporal del cuerpo”, o como “inquilino” o “huesped no invitado”. Esta concepción corporal, de los años 60 y 70, está teniendo sus frutos de holocausto en nuestra década. El cuerpo se considera un ser- afuera de conciencia, abierto a los designios y caprichos de un sistema consumista y capitalista atroz. El cuerpo es un ser-dentro, donde la conciencia, la consciencia y la voluntad de acción cobran sentido desde el yo íntimo, y en ese yo íntimo radica la esencia misma de la concepción.

El flamante egoísmo de mercado ha descubierto que no es nada divertido ser padre o madre, que se consume más y mejor siendo homosexual, o soltero o, por mejor decir, un promiscuo con velocidad de crucero en consumo a distancia de relaciones sexuales. La homosexualidad, no es en el caso de sociedades tecnificadas una disfunción de cromosomas a nivel de especie, una pandemia sin precedentes. Más bien es un diseño de marketing a escala de opulencia orgiástica donde se consumen productos de diseño y escasean las responsabilidades familiares, así como la oposición crítica y moral que pudiera frenar al propio sistema gestor de la barbarie.

De la hipersexualidad, al feminismo, de éste a la homosexualidad, pero la cadena de dislate de especie continua. En los tiempos modernos que nos toca vivir, la tendencia es a la indiferenciación de sexos, a borrar el límite entre lo masculino y lo femenino, cuyo propósito es administrarse cada uno como una pequeña empresa regida por la ley del deseo y cuya corriente está encaminada al gran océano de lo colectivo y global. Desde esta globalidad tecnificada (internet y redes sociales) los individuos zombis del sistema entrelazan sus soledades. Los sentimientos generados como carecen de realidad y se instalan en el virtualismo se convierten en individuos voyeurs o donjuanistas tecnológicos, bisexuales por un día o travestidos en una ocultación de página de tuenti o facebook.

Jünger ya señalaba que la conversión de la persona en el tipo trabajador va unida al descubrimiento de un tercer género, diferente al hombre o mujer. La sexualidad bien definida vincula al hombre al plano real, enraíza sus sentimientos y arrostra sus consecuencias, asumiendo responsabilidades con el otro individuo en relación. En ausencia de símbolos marcados, y extirpados los afectos y raíces emocionales, el individuo se queda a merced del consumo, se queda en una perpetua insatisfacción que la cifrará en el deseo objetal, por otro parte nunca conseguido ni alcanzado. Así se perpetúa un individualismo, un onanismo y narcisismo ideal para el consumo más despiadado y disolvente para el hombre.

Si el consumo es el sucedáneo de las relaciones mundanas y de los vínculos familiares y afectivos, entonces la vía liberadora de pulsiones e impulsos más arcaica y desposeída de todo humanismo es la sexualidad. La satisfacción de la pulsión sexual hace desaparecer al prójimo, animalizando y aflorando las fantasías más perversas relegadas al inconsciente o extinguidas desde lo espiritual o ético. De tal forma se propaga el consumo de lo sexual, que existe un apartheid global en la tecnología, donde afloran parafilias como: sodomía, pederastia, incesto y sociopatías sexuales. El aislamiento enfermizo del individuo moderno se mitiga desde lo soez, desde el frenesí del click del ordenador.

Esta sociedad es tolerante con todo, excepto con la intolerancia de raíz que supone la defensa de la vida y del colectivo básico que es la familia. Para anular la vida, con su carga única de dolor y felicidad, de esperanza y frustración, proponen alternativas destructivas, pero revestidas de minorías progresistas y enculturizadas, éstas las elevan a mayorías aplastantes y dominantes. La conclusión final es la idea modernista de Dios-fuera-del- mundo, de esta manera deja la vía libre para el consumo de su creación.

La mecánica de la liberación sexual reproduce una mentalidad represiva, dictatorial y oscurantista, pero de un modo deseante, participativo, activo e invalidante para toda reacción. La economía capitalista, que empieza a decaer ha depositado sus metas en la colonización de los cuerpos, abriendo cotos de caza peligrosos para la supervivencia de la especie.

 

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