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Diario YA


 

El Sindicato de Estudiantes: anomalía totalitaria en una sociedad democrática

Los últimos trotskistas

 Fernando José Vaquero Oroquieta. Cíclicamente, tal y como viene acaeciendo en las últimas tres décadas, el Sindicato de Estudiantes recupera cierto protagonismo mediático. Con motivo de diversas movilizaciones efectuadas en el mundo del estudiantado, especialmente en enseñanzas medias, los portavoces del Sindicato de Estudiantes, generalmente rozando la treintena en años, nos bombardean con las consignas de siempre: “por una enseñanza pública, laica y de calidad”; “el hijo del obrero, a la universidad”.

El pasado día 16 de octubre sucedió de nuevo. Y amenazan, solos o en compañía de otros, a seguir haciéndolo. Motivos no les faltan y, de no existir, se inventarían otros.
El actual ministro de Educación José Ignacio Wert, deliciosamente locuaz, al valorar dicha convocatoria huelguística, calificó al Sindicato de Estudiantes de extrema izquierda. Y ellos respondieron devolviéndole la acusación: “extremista, él, que quiere cargarse la enseñanza pública”. Casi nada.
 
Pero, las afirmaciones de Wert, ¿tienen algo de fundamento? Veámoslo.
El Sindicato de Estudiantes nace en 1986, Y no lo hace desde la nada. Ya desde 1976, una de tantas sectas trotskistas venía haciendo labores de proselitismo por estas Españas. Empezó, por Vitoria, donde aterrizaron varios trotskistas ingleses de Militant con el galés Alan Woods a la cabeza. El grupo español de Militant se extendió, poco a poco, a provincias limítrofes; en dura competencia con abertzales y las entonces potentes y ruidosas organizaciones de extrema izquierda, tales como la ORT, el PTE, el MC… Pero no empezó a crecer hasta que los otros grupos de credo trotskista -enfrentados por esotéricas disquisiciones dialécticas totalmente incomprensibles para profanos y, acaso, para la mayoría de sus sesudos militantes- empezaron a flaquear en sus esfuerzos y pretensiones.
 
Su órgano de prensa era el Nuevo Claridad, que invocaba, intencionadamente, al Claridad del sector más radical y guerracivilista del PSOE de la Segunda República. Esta criatura política se enmarcaba en la denominada Corriente Marxista Internacional, cuyo ideólogo era el británico Ted Grant. Practicaban el entrismo, es decir, la infiltración en partidos y sindicatos reformistas (todos lo eran salvo ellos, faltaría más), con la finalidad de transformarlos desde dentro en instrumentos revolucionarios. La táctica del entrismo, en su día preconizada por la mayoría de sectas trotskistas, ya era motivo de separación del restante universo trotskista, que la descalificaban -¡cómo no!- de desviacionismo, revisionismo y cáncer liquidacionista; los más graves pecados en que puede incurrir todo revolucionario.
 
Así, inicialmente infiltrados en UGT y PSOE, una vez localizados, fueron expulsados. Y legalizaron siglas de conveniencia, como el Comité Socialista de Izquierdas y Ezkerra Marxista (País Vasco y Navarra). Inasequibles al desaliento, buscaron otros puertos más acogedores: Comisiones Obreras, el mismísimo Partido Comunista de España, e Izquierda Unida; donde permanecen no pocos de ellos.
 
Como polo de todas sus energías, se convirtieron en apóstoles de la difusión de su órgano de prensa, rebautizado El Militante, al igual que la revista “madre”; constituyeron la Fundación Federico Engels, para la edición de los “clásicos” marxistas; y se lanzaron a organizar movimientos de masas. Ahí es donde aparece el Sindicato de Estudiantes. Y no faltaron escisiones, como la que en 1994 recuperó el glorioso nombre de Nuevo Claridad para esa enésima facción… ¿trotskista?
 
Casi tres décadas después, el Sindicato de Estudiantes sigue presentándose como intransigente defensor de la enseñanza pública, laica y de calidad, oponiéndose a todas y cuantas reformas se vienen proponiendo desde los sucesivos gobiernos de la nación. Como alternativa a la crítica situación de la enseñanza española, salvo lemas superficiales y facilones, proponen textos como El Estado y la Revolución, de Lenin; El Che, vida de un revolucionario; El Manifiesto Comunista; La Revolución española: 1931-1939; La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el Comunismo, también de Lenin; Reforma o Revolución, de Rosa Luxemburgo, etc. Todos ellos, elaborados y sofisticados instrumentos ideológicos de última generación, como puede observarse.
Pero también ofertan textos modernos, de análogo calibre intelectual, seguramente, y de enunciados siempre positivos y constructivos: No a la Ley de Economía Sostenible; No al Pacto Educativo; No a la Llei d’Educació de Catalunya; El Hijo del obrero a la universidad. NO A BOLONIA.
 
Hagamos un ejercicio de memoria personal… e histórica.
No pocos de quienes superamos cinco décadas de edad, en los años de la Transición sufrimos el entusiasmo proselitista del casi inevitable “amigo” trosko, que nos perseguía con la sanísima intención de despertar nuestra conciencia de clase, o contradictorios sentimientos de culpabilidad por pertenecer a una clase represora, tratando de “pescarnos” en sus gruesas redes. ¡Qué pesados! Recitaban, para ello, todos y cada uno de los eslóganes de moda en el incomprensible mundillo trotskista, y trataban de convencernos de lo irremediable e inmediato de la Revolución Mundial (con mayúsculas, por supuesto). Para colmo, trataban de que los situáramos con exactitud milimétrica dentro de las numerosas siglas y corrientes del trotskismo; y de confundirlos, menudas regañinas... Por entonces, no era improbable toparse con otros misioneros también repletos de panfletos, revistas, tochos impresos de todo calibre, de la LCR, las diversas LC, el PORE, el PST, etc., etc. Y pretendían que descalificáramos a Ernest Mandel, Nahuel Moreno, o Ted Grant -vacas sagradas de los trotskismos todos- con motivo de la última bronca ideológica producida en esos conciliábulos, apenas inteligible, que seguro devendría en decisiva para el avance imparable del proletariado del universo mundial…
 
Parecía que se habían extinguido. Pues no.
Las más recalcitrantes de todas esas criaturas, además de El Militante-Sindicato de Estudiantes, sean acaso los últimos de la LCR, quienes fusionados con el MC, reinventaron recientemente, después de muchas siglas, publicaciones-pantalla, organizaciones de nuevo tipo, etc., el partido Izquierda Anticapitalista, tratando de emular a sus hermanos franceses del Nuevo Partido Anticapitalista, hijo a su vez de la célebre LCR de Alain Krivine (pero, por favor, ¿quién no ha oído hablar de tan extraordinario faro y guía de las masas revolucionarias?).
 
Así fue y así siguen. Divididos y dando la lata. Y persiguiendo, a su manera, la dictadura del proletariado, la violencia en todo caso y la lucha armada según el contexto, la revolución permanente, etc., etc. Y todos ellos, autodeclarados legítimos representantes de la gloriosa Cuarta Internacional que fundara el mismísimo León Trotski, excomulgando a todos los demás, a saber: Secretariado Unificado de la IV internacional, Corriente Marxista Internacional, Comité por una Internacional de los Trabajadores, Liga Internacional de los Trabajadores - Cuarta Internacional, Unidad Internacional de los Trabajadores, International Socialist Tendency, Coordinadora por la Refundación de la Cuarta Internacional, Fracción Trotskista - Cuarta Internacional; todas ellas, con sus respectivas secciones nacionales, sus secretariados internacionales, sus órganos de expresión. Mas grupos nacionales que van por libre… ¡Indigesta y estéril sopa de letras! De ahí ese dicho, fruto de la sabiduría popular: “un trotskista, un pesado; dos trotskistas, un partido; tres trotskistas, una escisión; cuatro trotskistas, una unificación, dos escisiones y tres abandonos”. Criaturas...
 
Y el Sindicato de Estudiantes: inasequible al desaliento, por la revolución pendiente.
En mi ámbito familiar, tuve la fortuna de conocer a un neófito del Sindicato de Estudiantes de Aragón, casi veinte años después de tan traumática experiencia con mi amigo trosko. Inicialmente, convencido catequista, posteriormente entusiasta guía scout y, finalmente, fanático militante del Sindicato, Comisiones Obreras, el PCE… Y con las mismas tácticas: dar la lata, tratar de venderte toneladas de revistas, y repetir machaconamente un discurso cerrado y dogmático que no admitía crítica o cuestionamiento alguno. Regreso al pasado. ¡Horror!
 
En base de todo lo narrado, es científicamente correcto (que dirían ellos) afirmar que el Sindicato de Estudiantes no deja de ser una anomalía en la democracia española. En el páramo de la juventud española (la mejor formada en la Historia española, pero, paradójicamente, la que mayor porcentaje de fracasos alcanza), sigue rebrotando periódicamente. Una criatura extraña, en todo caso, totalmente ajena a los contravalores imperantes hoy: el botellón, el individualismo extremo, la superficialidad, la ignorancia más supina por muy camuflada en conocimientos instrumentales de carácter tecnológico que se presente...
 
Acaso pueda explicarse tal anomalía por la ausencia, en correspondencia a tan atónico estado de la juventud, de un tejido asociativo potente fruto de unos valores “fuertes”… ausentes. Pues, se diga lo que se diga, y más allá de estadísticas apañadas e interesadas, los jóvenes no se movilizan, en general, más que por el botellón. Ante la nada: alguien o algo tenía que tratar de ocupar el espacio vacío.
 
El Sindicato de Estudiante, resumamos, es una “organización de masas” de la secta trotskista El Militante, sección española de la Corriente Marxista Internacional. Una correa de transmisión, que se decía años ha. Su objetivo, por tanto, es la revolución universal. Y, mientras ésta llega, que ya tarda, ¡a captar voluntades!: bien mediante el entrismo en organizaciones afines, bien movilizando jóvenes con el ánimo de captar y educar en sus dogmas y disciplinas a los más decidido o sugestionables. Siguen en su guerra particular.
 
De modo que, en esta ocasión, al denostado ministro José Ignacio Wert, el esposo de Edurne Iriarte, que dirían deslenguados polemistas, no le falta poca razón.