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Diario YA


 

Dos de esos sucesos –aparentemente, sin relación entre sí- han suscitado esta semana mi consideración

Los cínicos: Precursores de un Rousseau puro y duro

Manuel Parra Celaya. Atrapada nuestra atención por los dimes y diretes de los partidos políticos, incapaces de dotar de gobernabilidad a la sociedad española, se nos pasan desapercibidas a menudo lo que llamaríamos noticias menores, casi anecdóticas en apariencia, que representan, no obstante, un síntoma de lo que estamos viviendo. Dos de esos sucesos –aparentemente, sin relación entre sí- han suscitado esta semana mi consideración y dado pie a una pequeña reflexión que transmito a los lectores: el celo de la C.U.P. por guiar la higiene íntima de las señoras catalanas, por una parte, y la grabación, rápidamente difundida por todas las cadenas de televisión, de una pareja que daba rienda suelta a sus apetitos genitales en una céntrica estación del metro de Barcelona, por la otra; no mencionaré la inoportunidad de la inclusión de ambos acontecimientos en los telediarios coincidentes con las horas de las comidas…

Inmediatamente, acudió a mi mente la referencia a los cínicos (o perrunos) que, allá por el siglo IV a.C., a Antístenes y a Diógenes de Sinopa tuvieron por mentores; su doctrina pretendía basarse en el desprecio a todo lo que era convención social y en un supuesto vivir conforme a la naturaleza; es decir, que fueron precursores de un Rousseau puro y duro. En consecuencia, rechazaban de plano ideas (aún no calificadas en su época de burguesas) como la familia, el amor, la cultura, la belleza, la ciudad o la patria, y aspiraban únicamente a vivir en sociedad consigo mismos. Como ninguna comparación es exacta, no puede aplicarse a los protagonistas de estas dos noticias del siglo XXI el desdén de los mencionados cínicos o perrunos por los placeres materiales, pero sí su vocación por el desaliño, la atracción de la suciedad y la guarrería y la aspiración a hacer o decir lo que les venga en gana en cada momento, adobada, para más inri, por una charlatanería teñida de supuesta moralina progre. Y ya sabemos que toda moralina es lo más opuesto que existe con la moral verdadera.

Ya hemos dicho que ambas noticias no guardan, al parecer, más relación entre sí que su casi coincidencia en el tiempo y su valor simbólico de lo que está pasando ante nosotros; por ello, vamos a desmenuzar cada una en su contexto. Sobre la preocupación de la C.U.P. por cómo resuelven las mujeres su higiene personal en la menstruación, rechacemos de plano cualquier extrañeza: representa la forma de totalitarismo más descarnada y absoluta, esto es, la invasión por parte de la política de lo que corresponde, ya no a la sociedad civil (pretensión de los totalitarismos históricos), sino de la intimidad de la persona, con recomendaciones –todavía no decretos de obligado cumplimiento- acerca de la forma de resolver las cuestiones; siempre, y de ahí la relación con la otra noticia, desde supuestos retornos a lo natural y repulsa de los hábitos establecidos.

Causa estupor, por otra parte, el silencio de las feministas sobre esta expresión política, por tanto pública, de lo que hasta ahora pertenecía a la más recóndita intimidad de la mujer. ¿Quién dijo aquello de que todo lo privado es público? ¿Cómo asumirán los socios de la C.U.P., convergentes y republicanos, esta propuesta de la formación a quien deben su precaria mayoría separatista en el Parlamento catalán? ¿Es consciente el Sr. Puigdemont de que, de no entrar en el tema, puede perder su papel de alter ego de Artur Mas? En cuanto a la pareja entregada a la satisfacción de su libido en la estación del metro barcelonés (¡animalitos!), además de resaltar su inequívoca calificación perruna o cínica, su absoluto desprecio por el otro, sea niño, adulto o cualquier persona normal, el acto (en este caso, sexual) entra de lleno en el relativismo más absoluto de valores, incluida la urbanidad, la higiene y no digamos el pudor, término por supuesto desconocido por la pareja en cuestión. Cabría añadir la indiferencia, o la cobardía, de los ciudadanos presentes y la dejación de autoridad, si es que algún representante de esta llegó a enterarse del hecho.

Naturalmente, otra vez todo lo privado es público; y casi seguro que lo ocurrido suscitará los atenuantes o justificaciones de las covachuelas municipales, al frente de una de las cuales, por cierto, -si la memoria no me falla- figura una señora o señorita que se holgaba sobremanera dejándose fotografiar cuando orinaba, a calzón quitado, en las calles de diversas ciudades. Junto a una regeneración democrática, urge una profunda regeneración social y, aun, humana; urge abrir de par en par las ventanas mentales y morales de nuestros paisajes y paisanajes, donde se acumula tanta suciedad, tanta inmundicia repugnante, tanta basura, tantos detritos enraizados en las almas. Urge, en una palabra, volver al imperio de la educación de mentes y corazones, además de apremiar al reinado de la urbanidad y del civismo.

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