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Diario YA


 

Sirvió ampliamente como despectivo, y casi insulto, para que los catalanistas acérrimos designaran a aquellas personas que se incorporaban a Cataluña, procedentes de otras regiones españolas

LOS NUEVOS CHARNEGOS

Manuel Parra Celaya. La palabra charnego (xarnego, en grafía catalana) está claramente en desuso en estos días. Sirvió ampliamente como despectivo, y casi insulto, para que los catalanistas acérrimos designaran a aquellas personas que se incorporaban a Cataluña, procedentes de otras regiones españolas, en busca de trabajo y de mejores condiciones de vida para sus familias, y que lograron ambas cosas a costa de los sudores, los esfuerzos sin cuento y, muchas veces, de la animadversión y el menosprecio de sus convecinos, defensores sañudos de su identidad.

Creo que fue la señora Ferrusola -la madre abadesa- quien llegó a tildar con este adjetivo a Montilla, ese señor que presidió el infausto tripartito en la Generalidad y que el otro día se ausentó del Senado para no tener que votar la aprobación del artículo 155, en una muestra de valor.

Del charnego quedó una excelente huella literaria en Las últimas tardes con Teresa, del ahora proscrito y facha Juan Marsé, con la inolvidable figura del Pijoaparte, que engatusaba a las niñas pijas de la burguesía catalanista que jugaban al antifranquismo dorado en los años 60 del pasado siglo; no olvidemos tampoco las canciones de Serrat -otro reciente facha- y la soterrada película La piel quenada, de José M.ª Forn; también sería conveniente quitar el polvo acumulado sobre la obra de Candel Los otros catalanes. Y ya puestos a exhumar, sería conveniente reproducir las palabras juveniles de Jordi Pujol, expresándose en términos cuasi racistas sobre los andaluces llegados a Cataluña.

Pero, como decía, el término ha quedado ahora en desuso, y el motivo no es otro que el desembarco en masa en las filas separatistas de los hijos y nietos de aquellos vituperados charnegos. Algunos padres y abuelos ya les dieron ejemplo, confundiendo interesadamente una lógica integración en la sociedad de acogida -siempre dentro de España- con condescendencias, complicidades y fervorines hacia el nacionalismo influyente y gobernante; mucho tuvo que ver la generosa política de subvenciones oficiales hacia aquellas casas regionales y entidades de todo tipo que bailaban el agua a la Generalidad y sus políticas.

Ahora, los descendientes son, no los más catalanistas, sino los más exaltados separatistas y antiespañoles; los lópeces, garcías, fernándeces… engrosan la nómina de los defensores de la independencia, mucho más que los payeses de ocho apellidos catalanes, y nutren las filas del golpismo actual. No queda la cosa aquí. Podríamos aludir a los novísimos charnegos, con referencia a inmigrantes agarenos y subsaharianos portadores constantes de esteladas y objetivo preferente de las cámaras de TV3 y de los fotógrafos de El Punt-Avui. No nos olvidemos tampoco de algunos hispanos (ellos prefieren llamarse latinos, claro) que, con procedencias argentinas, ecuatorianas o bolivianas, hacen sus pinitos por demostrar que nadie los gana en catalanes y fieles súbditos de esa república que, sin duda, les colmará de bienestar.

Tengo algunos ejemplos en la punta de la lengua (mejor, de la pluma), pero me contengo, porque, aparte de ser conocidos por todos, son ejemplos tan espectaculares de la miseria humana que mejor no hacerles publicidad. Estos últimos prefieren ignorar que la Generalidad potenció la presencia de la inmigración procedente del mundo musulmán antes que la proveniente de Hispanoamérica, pues desconfiaban de la asimilación lingüística y cultural de ellos; ni que decir tiene que, a pesar de los esfuerzos de este sector (reducido, con todo) por colgar cubanas en sus balcones, los siguen motejando con el otro despectivo de sudacas…

De forma que, como dice un amigo mío, no es exacto hablar del separatismo de Cataluña, sino del separatismo en Cataluña, pues sus confusas filas se han nutrido de estos nuevos y novísimos charnegos, mientras son legión los catalanes de origen y raíces quienes se siguen sintiendo profundamente españoles. Como tal, siempre me ha repugnado la voz charnego. He preferido, para los casos de conversión al separatismo, dejarlo en estómagos agradecidos, o traidores a sus orígenes, o rufianes… ¡Hay tanta riqueza lingüística tanto en castellano como en catalán!

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