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Diario YA


 

Los tres reyes magos y el lobo feroz

Pilar Muñoz. 7 de enero. 

La tradición cristiana de la festividad de los Reyes Magos cobra sentido en la gruta de Belén, lugar donde adoraron al Niño Dios ofreciéndole unos regalos simbólicos: oro, incienso y mirra. Los personajes responsables de este tiempo de dádiva fueron tres sabios de Oriente. Es la fiesta clausura del tiempo de Navidad. Los protagonistas iniciales son emisores y receptor en una simbiosis maravillosa y única de reconocimiento, humildad, generosidad y contemplación.

Alejados en el tiempo y el espacio; en nuestro primer mundo, la tradición de los Magos se ha convertido en un cuento con moraleja. Los tres reyes magos han sido capturados por las grandes superficies comerciales, los anuncios televisivos son bribones pajes. Los destinatarios de la visita de tales magos son niños clientes, que no supone en absoluto el colectivo total de la población infantil mundial. Otros grupos de niños que no serán visitados por estos magos, son los niños productores, los niños prostituidos, los niños soldados y los niños de la calle. Estos cuatro últimos grupos no tendrán la suerte de los regalos masivos, no serán visitados por estos engañosos magos. Sin duda, sí son los niños “objetivo” de darles el mejor regalo de todos, el reglo que se nos hizo presente en el Pesebre de Belén: la vida y la libertad.

La simbiosis de emisores y receptores de los regalos está prostituida, contaminada, manejada y manipulada por unos reyes magos disfrazados de lobo feroz que con una voz sabia y con buen timbre, hipnotizan a los más jóvenes para recibir, exigir y acumular regalos por doquier. La festividad de los Reyes Magos se ha convertido en una gran superficie sin límites, sin muros, sin fronteras, sin más objetivos que el consumir cada vez más y si es de marca mejor. La misión de los pajes televisivos es preparar a los niños cliente a empujar carritos por interminables avenidas comerciales.

Esta relación de consumismo feroz moviliza unas dimensiones muy diferenciadas de las de la dádiva original de los Magos. Ahora se entretejen entre emisores y receptores: egoísmo, interés, narcisismo, inmadurez, dependencias y obsesiones. Lo que hay que poner en las mentes de los niños cuanto antes es que la Navidad no es tiempo de compartir, sino de consumir. Los centros comerciales, el consumo se acuesta en estas fechas con las fauces abiertas soñando con devorar a cuantos más chiquillos mejor. La manera más fácil de tragarse a los inocentes es “comiéndoles el tarro”, y vaciando su contenido en sus cajas registradoras.

Al terminar las vacaciones de Navidad, cada niño cliente llevará encima de él, más de 200 euros, multiplicado por los miles de niños devorados por estos magos que se les está viendo cada año más la piel y las pezuñas, dejando tras de sí, las hermosas coronas, los impecables y coloristas mantos y sus miradas bondadosas de paz, ternura y cercanía. Las cabalgatas han estado plagadas de niños clientes; de la gran ciudad y de la periferia, ricos y pobres, grandes y pequeños, todos ellos engullidos por el feroz consumo. Quod erat demonstrandum.

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