Principal

Diario YA


 

Camino de Zinderneuf

Machado, taciturno y lúcido

Juan Carlos Blanco. Lo que más me asombra del viejo poeta sevillano es la capacidad de atención silenciosa que muestra en cada momento, esto es, la manera en que se aposta frente a las acechanzas de la vida tan intrincada y logra configurar un escenario que resulta conveniente a su entendimiento, parcialmente reconfortante, cuanto menos comprensible a sus ojos velados siempre ante la profusión de fantasmas indómitos que parecen empeñados en jalonar sus días, o que parecían empeñados en jalonarlos.
 
No me interesa en exceso la primera parte de su obra poética, justo es decirlo; demasiado influenciado por el modernismo incipiente y por los poetas franceses tan de moda entonces, con Paul Verlaine a la cabeza de ellos. El palacio de las Dueñas de su niñez primera evocado con pugnaz insistencia, el folklorismo salpicando la mayor parte de los versos del todavía joven poeta, los patios andaluces y las plazoletas y las fuentes de agua rumorosa tornándose como indiscutible punto de partida y como destino último de su pretensión sincera.

  Y todo muda de aspecto de manera notoria al verse confinado en la Soria inveterada que pasará a ocupar la mayor parte de sus pensamientos; todo quedará en suspenso y transfigurado de aspecto, como si un nuevo poeta más maduro y condicionado por la coyuntura en que se veía envuelto decidiera emerger progresivamente y mostrar cada brizna de pensamiento que llevara dentro. La altiplanicie castellana postergando sus primeros anhelos y dotándolo de un puñado extra de recursos nuevos que sabrá exprimir con la precisión de quien se sabe poseedor de un torrente de sentimientos. La presencia exultante de su Leonor adorada y por siempre niña, los campos infinitos y con frecuencia yermos arrojando a sus ojos aquella miríada de imágenes que incidirán en el modo diferente de pergeñar sus versos.

  Y por encima de lo demás me interesa el Machado epistolar y de carácter privado, por extraño que pueda resultar y por fuera de lugar incluso. Sin olvidarme nunca de sus versos castellanos, pero rendido indefectiblemente a lo que mostraba en aquellas cartas de prosa libre y decidida en que abordaba la multitud de asuntos que en verdad le ocupaban, Unamuno y Ortega, su hermano Manuel, Juan Ramón Jiménez, Lorca y Rubén Darío como destinatarios selectos.

  Sus opiniones sobre aquella infinidad de asuntos quedando para la posteridad y al alcance de todos, tan lúcido y certero en su arriscado juicio, por mucho que en ocasiones sobrevolara la sombra alargada de sus ancestros, de la que trató de alejarse durante buena parte de su azarosa vida, jacobino y anticlerical y sin embargo ecuánime, acaso la necesidad de asirse a una fe que lo mantuviera incólume hiciera tambalearse momentáneamente la solidez de sus ideas sostenidas desde el mismo momento en que viniera al mundo, la búsqueda de la fe recurrente en Unamuno que lo hacía contemplarlo todo desde un prisma distinto. Siempre Unamuno, el agitador de conciencias, el Unamuno indómito y ensimismado que provocaba una tormenta de sentimientos allá donde se encontrara, con sus dudas inherentes que lo hacían parecer tan humano, como en realidad lo era, tal vez el más humano de todos los hombres de su turbulenta época. Mentor y maestro en la distancia de don Antonio Machado, combativo e irredento siempre, como forma única de entender la vida.

  Y la mayoría de los escritos epistolares de Machado nos siguen sorprendiendo al cabo de las muchas décadas transcurridas, su soledad y sus intransferibles miedos, su pesadumbre vital que no logró sacudirse de encima mientras continuó con un hilo de vida, el dolor resignado que producía en su mirada la contemplación ingrata de su amada España que parecía condenada a la oscuridad perpetua. “No tengo vocación de maestro y mucho menos de catedrático. Procuro, no obstante, cumplir con mi deber. Mis lecturas han sido especialmente de filosofía y de literatura, pero he tenido afición a todas las ciencias. Creo conocer algo de literatura española…; Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa. Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo. Mi vida está hecha más de resignación que de rebeldía; pero de cuando en cuando siento impulsos batalladores que coinciden con optimismos momentáneos de los cuales me arrepiento y sonrojo a poco indefectiblemente.

TW: @jcbge

Etiquetas:Camino de ZinderneufJuan Carlos Blanco