Principal

Diario YA


 

La otra necedad es una «santiaguina» de la preclara santiaguesa Karolina Bescansa

Marchando dos «queimadas» y una España «a feira»

Laureano Benítez Grande-Caballero Pues he llegado a la conclusión de que España es como la ONCE, por aquello de que «cada día un numerito». Realmente, parecen DOCE o TROPECIENTOS, porque las turbas podemitas están desencadenadas, hasta el punto de que a veces es bastante complicado seleccionar una payasada para destriparla como Dios manda.

Después de algunas cavilaciones, hoy me decanto por dos mamarrachadas «a feira» ―o sea, a la galega, por lo cual podríamos decir que son dos auténticas «queimadas»―. Las dos son exabruptos de dos podemitas «queimados» por el resultado de las elecciones de su tierra.Una de ellas tiene como protagonista a uno que aún no había salido en el «casting», el gallego podemita de Lugo que ha descerrajado al pueblo al que pertenece un golpetazo digno de aquel bate de beisbol que Al Capone estampó en el cráneo de alguien que le caía mal, durante una cena en el hotel donde residía.

Pues este tipo va y dice que los gallegos le caen mal ―los que no le han votado, por supuesto―, que los que han dado nuevamente la mayoría absoluta al PP son aborregados, ignorantes, esclavos, pues han dado nuevamente el poder a los caciques. Si partimos del hecho de que el mantra podemita por excelencia es la palabra «gente», santo y seña del populismo espúreo que predican sus vendedores ambulantes, y los votantes del PP han sido amplia mayoría, cabe decir que los radicales no los consideran «gente», pues este calificativo ―según sus mentes democráticas― sólo se puede aplicar propiamente, como perteneciente a la raza humana, a los iluminados, sabihondos y preclaros ciudadanos que tienen la sublime inteligencia de darles su voto.

La otra necedad es una «santiaguina» de la preclara santiaguesa Karolina Bescansa, que no descansa a la hora de decir que, si sólo votaran los electores menores de 45 años, Pablete sería Presidente. Por supuesto, no de un país de viejos, a los que es una lata mantener por aquello de que consumen muchos recursos del Estado, para que además voten a la derechona. Como dice el refrán, «manten a los cuervos, que te quitarán los votos». ¡Quiá! Pero está claro que también puede decirse lo contrario: si sólo votaran los electores mayores de 45 años, España es posible que volviera al nacionalcatolicismo, terror de la progresía roja.

Este desprecio a la población de la Tercera Edad ha sucedido en las dos anteriores elecciones que dieron el triunfo al PP, trufado de insultos, amenazas, desprecios y burlas a los mayores por las tolvaneras del tuiterismo. Por lo que se ve, los ancianos tampoco son gente, a pesar de que son los que han levantado el país trabajando duramente, cuando todavía no se llevaba eso de los «ninis» y lo de «de beca en beca y tiro porque me toca». Levantaron la economía española, construyeron la democracia, y con sus impuestos costearon las becas, las prebendas y privilegios de esos niños de papá que juegan al Ché, y lo subsidios de abrazafarolas y ninis, turbas maleducadas que ahora les desprecian tachándolos de ignorantes por votar a la derecha.

Sí, ahora ya sabemos quiénes eran los «ellos» a los que Unamuno daba el encargo de inventar cosas. «Ellos» han inventado el país sin gente, que no es obra del famoso Franz de Copenhague que inventaba chorradas tecnológicas en el TBO de mi infancia, sino de Pablete de Vallekas, inventor de un artilugio ridículo y patético que, más que levantar sombreros para saludar a las damas, levanta puños en alto para saludar a sus mesnadas proletarias, y para dar miedo a los ricos… uyuyuy… que viene Pablito el lobo, devorador de abuelitas de caperuza azul. La batería de copyrights alucinantes de esta chusma ha batido todos los récords Guinness, donde sus patentes causan conmoción mundial: la silbatina del himno patrio, titirietarras enseñando a niños, genitarte en los centros culturales, Merlín como cuarto rey mago, los solsticios de invierno, el welcomeo de refugees, zapatiestas a go-go, el asalto a capillas que no es doloso, ciudades totalmente estercoleadas, pasear a terroristas como si fueran hermanitas de la caridad, quemar constituciones y banderas, procesionar coños insumisos, proponer a la tribu como la familia humana natural, escamotear a Hacienda y no dimitir ipso-facto, inventar las bromas «sado» con latigazos a tutuplén, y etc., etc…

Así que estamos en un país por el que para nuestra desgracia kármika pasan todos los meridianos de la estupidez y la majadería. Yo me creía que España ―el país más viejo del mundo― ya estaba inventado, pero cualquier día de estos igual va el avinagrado Monedero y, desde la furia cejijunta de sus gafitas trostskis, nos suelta algo así como «Que paisonen ellos». Y bien que paisonan nuestros países del entorno, donde la derecha y la extrema derecha han surgido como un populismo nacionalista que busca defender su país de la inmersión europea que les quita capacidad de decisión, defendiendo sus valores patrios y sus identidades nacionales.

Pero «España es diferente», pues esta caterva radikal se ha hecho con una cimitarra y se ha empeñado en dividir España en multitud de taifas irredentas: que si los de arriba contra los de abajo, que si los ricos contra los pobres, la izquierda contra la derecha, los pijos contra la gente, los jóvenes contra los ancianos, la gente contra los esclavos… Incluso la Bescansa habla de la lucha de clases geográfica entre el campo y la ciudad, despreciando por incultas y paletas a las zonas rurales que tradicionalmente votan a la derecha. Claro, ella es una niña bien de la aristocracia santiaguesa, y no puede comprender que los viejos campesinos que votan a Feijóo se han dejado el alma y la vida cultivando su terruño, sacando adelante a Galicia, mientras la Bescansa holgaba entre la «creme» de Galicia. Ya le gustaría a ella que el voto de un joven urbano valiera por dos.

Pero, puestos a pensar, ¿por qué será que en todas las civilizaciones los puestos de gobierno estaban ocupados en su mayoría por ancianos? De ahí que a la máxima instancia estatal se la llamara «Senado», e incluso «Consejo de ancianos» en las culturas menos civilizadas. Ahora resulta que un urbano jovezno nini, atiborrado muchas veces con tatuajes y piercings, que apenas sabe hacer la «O» con un canuto, o un universitario progre que no ha dado un palo al agua saben más de política ―y de todo lo demás también, oiga― que un anciano lleno de experiencia, que las ha visto de todos los colores, que ha trabajado duro por su familia y por su Patria, al que es difícil engañar, porque más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Un anciano que no se cree a los salvapatrias, a los mesías barbados y coletudos que prometen el «cambio» para llevarnos a todos a la Tierra Prometida, quitando dinero a los ricos para repartirlo entre la «gente». Han visto ya muchos iluminados de esos, llenando sus sacas, abducidos por el tentador terciopelo de las poltronas, del ordeno y mando, para que ahora vengan unos zarrapastrosos a decirles que es posible un cambio. ¿Otro?: no, gracias.

Y que no se haga ilusiones la Bescansa, porque la mayoría de esos podemitas urbanos de menos de 45 años llegará el día en que entren el «sistema», pues formarán una familia heteropatriarcal, tendrán que pasar por el aro de los bancos, se hipotecarán, llevarán posiblemente a su prole a un colegio católico privado, harán dispendios en comuniones, no querrán que los titirietarras perviertan a sus hijos, regalarán muñecas a sus hijas y cochecitos a sus varones, veranearán en Benidorm, se harán un plan de pensiones, querrán pagar menos impuestos, y se jubilarán. Así, llegará el día en que su voto pase a ser azul, casi indefectiblemente. Y se reirán entonces de los ilusos y mentirosos que quieren cambiar el mundo otra vez, puño en alto.

Porque «cuanto más cambia todo, más sigue lo mismo». Confieso que yo viví esta evolución. Para que vengan ahora estos malencarados impresentables a decirme ―aunque sea sevillano― que no soy nadie, otro esclavo, otro ignorante, que no me dan la categoría de «gente». Parafraseando al genial Agustín de Foxá, podría decir aquello de que «lo que no le perdono a la izquierda es que me haya hecho de derechas».

Etiquetas:Laureano Benítez Grande-Caballero