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Diario YA


 

Agustín Cuesta Martí, un héroe silencioso

Medalla de la República y miembro de la División Azul

Francisco Torres García. Pensaba escribir sobre cualquier cosa pero el tiempo es a veces inexorable. Llevaba un par de días intentando hablar con él. Me había llamado, por última vez hace poco más de un mes, para decirme con una serenidad que pocos podrían tener: “¡Esto se acaba!”. Me llamó para despedirse. Me temía que estuviera ingresado. Hoy me ha devuelto la llamada su hijo, su padre falleció hace un mes. Yo he mirado hacia lo alto y he musitado una oración.

Sólo nos conocíamos por teléfono. Nuestra relación se inició hace unos seis meses, por casualidad. Yo estaba trabajando en un libro sobre los divisionarios de mi tierra, Murcia. Mi amigo Carlos Caballero me había comentado que se había puesto en contacto con él un murciano que vivía en Canarias de nombre Agustín Cuesta y que le podría llamar. No tardé ni un día. Al otro lado del teléfono me encontré un hombre animoso, enamorado de la vida a pesar de sus achaques, de una lucidez extrema, un hombre con ganas de hablar, porque su vida había sido una aventura. Me hizo llegar su expediente militar, fotografías y charlamos ampliamente sobre su vida: la República en Cartagena, la guerra civil en ambos bandos, la División Azul, su dedicación a la Marina y a su familia. Afortunadamente tengo registradas aquellas conversaciones.

A buen seguro que al llegar se habrá encontrado con sus amigos. Con Hernández-Soro y Zaplana. Un cayó en Rusia hace setenta años. Entonces era joven y bien parecido. Casi un niño. “Eran tan jóvenes”, me comenta mi mujer cada vez que me ve trabajar con las fotos de aquellos a quienes yo llamo cariñosamente mis divisionarios.

Agustín era uno de esos héroes silenciosos. No era militar pero pertenecía al Cuerpo General Administrativo de la Armada donde había llegado a lo más alto. Había nacido en Valencia pero la vida le llevó a Cartagena y finalmente a las Canarias. En Cartagena, siendo muy joven, estuvo afiliado a FE de las JONS y a Renovación Española. Y estando destinado en el Arsenal se fue a la División Azul, aquella a la que también, según confesión propia, hubiera querido ir el Almirante Bastarreche. Recordaba y recuerda a sus siete u ocho amigos de pandilla, casi todos asesinados en la Cartagena frentepopulista, que no pudieron ir a Rusia y a los que él quiso representar; a su tío Antonio, marino, arrojado al mar por los republicanos con la oficialidad del España nº5; a sus compañeros de instituto que también fueron a Rusia a combatir al comunismo con la División Azul.

Hace mucho tiempo que don Agustín no lucía sus muchas condecoraciones. La última se la entregaron en 1985, la Cruz Roja del Mérito Naval de 3ª clase con distintivo blanco. Ya poseía la Cruz Roja del Mérito Militar, otorgada en 1942 por el general Muñoz Grandes por una hazaña que sólo podría hacer un español. Era uno de los pocos compatriotas que alcanzó la Nahkampfespange (Distinción Especial de Hojas de Robles), hecho del que se mostraba especialmente orgulloso. En su expediente militar constan en 1947 los calificativos de “muy bueno” y “excelente”.

Agustín se sentía muy orgulloso de su familia presente y pasada. Venía de una estirpe heroica. En su particular galería estaba el “capitán de la mano de plata”, Antonio Ripoll Sauvalle, caballero Laureado de San Fernando y Luis Ripoll, otro Laureado. Pero Agustín también tuvo comportamientos heroicos. En Rusia formó en la octava compañía del 263. Siempre en primera línea, desde 1941 hasta el relevo en enero de 1943, se libró por los pelos de caer en Krasny Boor o de haber sido hecho prisionero en 1941 como uno de sus amigos. Como sabía montar a caballo le separaron del resto de los “murcianos” para formar un grupo de caballería, pero Agustín tenía una puntería fantástica. A sus noventa años me decía: “y la sigo teniendo, yo tiro de espaldas con un espejo como hacen los del circo y como entonces me comía con la ametralladora el centro de la diana pues me largaron una MG”.

Y lo curioso es que Agustín tenía otra condecoración. Nada más y nada menos que la Medalla de la República por haber participado, con las Brigadas Internacionales, en el Frente de Teruel en la batalla de Javalambre. En el ejército republicano llegó a ser sargento y “comisario político” de sustitución al caer el comisario oficial por ser Miliciano de la Cultura. Incluso un brigadista de Yugoeslavia o Hungría -no lo recordaba- le hizo un retrato a carboncillo con el uniforme habitual de los brigadistas que don Agustín conservaba. Desertó y consiguió papeles de soldado. Trabajó en el Socorro Blanco para llevar auxilio a los escondidos. Circunstancias de la vida, y eso que poco antes de la guerra los milicianos de la FAI le detuvieron y se escapó de la paliza porque acabó en comisaría. Su tío Luis Zanón, segundo jefe de la División Azul, le libraría de los problemas que le pudo aparejar el haber sido Comisario Político, porque el Servicio de Información Militar de la época no se andaba con bromas y en Murcia hasta más de un falangista tuvo dificultades. Después la División Azul. Todo ello le hacia decir con gracia que el, que había estado en los dos bandos, era del “grupo mixto”.

Quiero cerrar este recuerdo con una frase de uno de los escritos que me envió. Lo acababa de escribir. De vez en cuando me llamaba para leerme alguno de los articulitos que escribía pero que no publicaba. Dice así: “a los que murieron en uno y otro bando luchando infructuosamente por sus ideales”. Amigo Agustín hasta volvernos a ver.