Principal

Diario YA


 

la gallera

Moral, ¿qué moral?

José Escandell. 25 de abril.

Desde los años sesenta ha adquirido carta de naturaleza en nuestra cultura que «bien» (moral) es un concepto que se explica con la psicología y la sociología. Lo moral consiste en una estructura psicológica consistente en el resultado, en cada individuo, de la presión social. Lo bueno y lo malo moral se remiten, en última instancia, a una convención social. Idea que coincide, por ejemplo, con lo que Freud llamaba el superyo.

¿Qué sentido tiene esto? Hay quienes sucumben al prestigio de las ciencias humanas y se acomodan, con gusto o sin él, a esa convicción. Es el caso del progresismo de derechas o de izquierdas, el caso de los consejeros familiares, de muchos políticos, de religiosos y religiosas aggiornatti, de cobardicas de derechas y de «malminoristas» democráticos. Lo cual les fuerza, inevitablemente, a tener que poner entre paréntesis sus propias experiencias personales.

Porque el problema del psico-sociologismo moral es, ya de entrada, que de ninguna manera cuadra con la experiencia que cualquiera tiene del bien y del mal morales. Cuando a uno le ha robado Hacienda, por ejemplo, o le han hecho una jugarreta sucia, o ha sufrido el desengaño con un amigo…, de ninguna manera vive eso como el efecto de esquemas socialmente inventados. Eso no se lo cree nadie. A uno le fastidia de manera universal y absoluta, sin referencia ninguna a las convenciones de la cultura occidental ni de ninguna otra cultura. Y no puede ser de otra manera. Porque lo moral es transcultural, y lo es desde el primer momento, en la mismísima experiencia moral vivida y experimentada por cualquier hombre de a pie. Esas experiencias a las que aludo son la prueba (y podrían ponerse muchas más).

Hay que reírse de sociologistas y psicologistas de la moral, y hacerles pasar adelante. Aunque son ellos responsables del morir de nuestra cultura, que no es poco. La cultura judeo-greco-cristiana vive de una convicción, si se puede hablar así, y es la convicción de que lo real es real. Una de sus muestras principales, si no la más importante, es el conócete a ti mismo. Y es que cuando uno se conoce a sí mismo mínimamente, sin artificios ni reparos, no tiene más remedio que verse con dos rasgos rotundos. Uno es el de la libertad. Yo soy el que quiero ser, el que decido ser. Por múltiples que sean las circunstancias, por diferentes que sean las vidas, ministros o albañiles, catedráticos o bedeles, siempre cada hombre es en realidad, en su humanidad verdadera, únicamente lo que decide ser en cada instante: ladrón, santo, mentiroso, honrado, miserable, justo, homicida, fuerte, degenerado, casto…

El segundo rasgo evidente es el del mal. En el corazón del hombre anida, junto a su ansia de sentido y de infinitud plenificante, la convicción de estar herido. La convicción de que, con facilidad, el mal es más atractivo que el bien. Lo cual implica, se mire como se mire, reconocerse enfermo y, en consecuencia, necesitado de médico.

El progresismo, de derechas, de izquierdas y mediopensionista, de curas modernos y de revolucionarios aburguesados, no quiere saber nada, ni de la libertad, ni del mal en el corazón. El resto, es evidente. 

Etiquetas:josé escandell