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Diario YA


 

Bastaba que dos militares, en activo o en la reserva, se reunieran para tomar café para que se despertaran todas las alarmas

Mucho más que un ruido de sables

Manuel Parra Celaya. Los que vivimos la Transición -entre expectantes por si cabía la ilusión y pronto desengañados- no hemos olvidado la inquietud que despertaba en los medios políticos y periodísticos el llamado ruido de sables. Bastaba que dos militares, en activo o en la reserva, se reunieran para tomar café para que se despertaran todas las alarmas democráticas y constitucionalistas.

También recordamos, por supuesto, los fervorines y aquel cerrar filas con el orden establecido cuando tuvo lugar aquel extraño suceso del 23F y el ominoso pacto de silencio–similar a las notas de obligada publicación de tiempos anteriores- para no apartarse ni un ápice de la versión oficial de los hechos, para que no pudiera peligrar ese mismo orden; y las alianzas, complicidades y manifestaciones del brazo, algunos contra natura, de los dirigentes de los partidos rivales, con el fin de evitar que el terremoto sacudiera los cimientos y pilares de la Monarquía y del nuevo Régimen.

Ahora se trata más que de un ruido de sables; hace tiempo que están desenvainados en Cataluña, sin adversario con quien cruzarlos, y esta misma semana se ha dado la proclama solemne, con membrete, sellos y firmas, del pronunciamiento, en el acto de constitución del nuevo Parlament tras las últimas elecciones-plebiscito. La señora Carmen Forcadell ha sido elegida con los votos favorables de la amalgama separatistas ganadora, con los de la trotskista CUP y (¡atención al disco rojo!) con los de cinco diputados de la marca blanca de Podemos; en su discurso, se ha apresurado a afirmar que se inicia el proceso constituyente de la República catalana y a esta falacia ha dedicado su vítor final.

El documento suscrito rompe con el Estado español, deslegitima sus instituciones, especialmente al Tribunal Constitucional y propone un apoderamiento de los resortes de poder por la sociedad catalana, entre otras cosas. Nos encontramos, pues, ante un golpe de Estado real y efectivo, y, por consiguiente, sedicioso, ilegal y perseguible de oficio, desde el punto de vista jurídico, y trapacero e inmoral desde el punto de visto político e histórico; no ha sido sorprendente, sino anunciado desde hace mucho tiempo –décadas para los que gozan de buena vista- e inaceptable para cualquier Estado de Derecho del mundo occidental.

Queda evidente, además, que se ha consumado una coalición entre el secesionismo burgués y corrupto y la extrema izquierda, presuntamente redentora de estos desafueros económicos, amante de la limpieza y enemiga de la casta política. Nada ha influido en estas huestes siniestras ni, por supuesto, en los ámbitos nacionalistas la evidencia de que el ladrón estaba en casa y no venía de allende del Ebro; el fanatismo y el sectarismo pasan por encima del 3% de todos los porcentajes, recortes y mangoneos habidos y por haber; posiblemente, la catadura de los ahora sumisos votantes de la Sra. Forcadell y firmantes del texto parlamentario implique tan solo una participación en los beneficios…

Aquellos ruidos de sables de antaño, en el supuesto de que pasaran de ser un rumor, de un cuchicheo entre cucharillas y terrones de azúcar o de elucubraciones de redacciones periodísticas, podían ser discrepantes de la trayectoria de un Régimen político, de un texto constitucional o del determinado color de un gobierno; ahora, este pronunciamiento en toda regla atenta contra la propia existencia de la Nación española, su integridad territorial y la igualdad entre los ciudadanos. Si un delito está consumado, con premeditación, alevosía y publicidad, no olvidemos que también existen otros en justa correspondencia, tales como el de la dejación de funciones o el de la traición pura y dura, cuando a quienes está encomendada la defensa de España miran a otra parte o se limitan a reñir constantemente y a amagar el cumplimiento de las medidas legales previstas ante la impunidad de los delincuentes.

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